Crítica: Pearl Jam "Gigaton"

Cada vez que leo que Pearl Jam es la gran esperanza del rock a estas alturas, que “Gigaton” es el disco comprometido que en este preciso momento necesitamos, que la banda ha vuelto para quedarse; entorno los ojos y miro al cielo, seguramente igual que haría Kurt Cobain si escuchase un single tan horrendo como “Superblood Wolfmoon” y todos esos cuarentones con camisas de franela del instituto que lo justifican tan sólo porque es Pearl Jam y se quedaron atrapados en el tiempo, con Creed o Coldplay como última transgresión antes de darse a la vida aburrida, antes de colgar las botas definitivamente. Y lo digo yo, aquel que se subió al carro de Vedder en 1993 con “Vs” y compró el día de su publicación “Vitalogy” (1994) y así repitiendo durante las últimas dos décadas. Que cantó “Corduroy” en directo como si se me fuese a salir el corazón del pecho y que, por suerte, guardaré en mi memoria el día en el que estreché sus manos.

Precisamente yo que defendí “Lightning Bolt” (2013) aún a sabiendas de sus defectos pero que ahora escucho “Gigaton” y no siento absolutamente nada. Echo de menos a Brendan O’Brien tras los mandos, echo de menos el sonido orgánico de esas grabaciones en las que uno podía llegar a sentir el ambiente de la habitación (aunque podamos escucharle en "Quick Escape" y "Retrograde") en lugar de Josh Evans, echo de más a Matt Cameron en la batería (quizá la peor elección que han tomado nunca los de Seattle, ha sido incorporarle definitivamente y negar la vuelta de Abbruzzese) y echo de menos un mayor sentimiento de unidad en un disco que ha tardado siete largos años en llegar y en el que no hay apenas rastro de rabia o furia, tampoco de mimo en algunas canciones que podrían haber sido “caras b” de otros discos también menores.

En el que entiendo que el trasiego de los últimos años, la constante ida y venida de ideas, giras de verano y en solitario (que he disfrutado como todos, mucho ojo, que sigo en las trincheras), además del azar caprichoso de Vedder por grabar las pistas en unas y no en otras pero, en definitiva, la distancia entre unos músicos acostumbrados a grabar y componer en un mismo estudio, ha pergeñado quizá el disco más flojo de toda su discografía, justo ahora que el mundo parece puesto a prueba; que hay tanto por lo que protestar, por lo que encabronarse, por lo que responder y mirar con desdén, por lo que besarse sin mascarilla o seguir los sabios consejos de Marhuenda en materia sexual (por favor, sonrían a la cámara y sientan mi fina ironía). Es justo ahora que Pearl Jam y Vedder, parecen administrar con cuentagotas cualquier respuesta contestataria que no sea un ripio o un tibio verso, no sea que alguien los vete.

Y me jode, me jode seguramente más a mí que a ti, porque recuerdo una época -no demasiado lejana- en la que el mundo parecía pararse cuando Pearl Jam publicaban disco y, pese a los traspiés, uno podía defenderlos o justificarlos porque siempre había una, dos, tres o cuatro canciones que merecían la escucha, además de la preciosísima voz de Eddie, que podría cantar cualquier cosa y resultar igual de digno. Aquellos discos posteriores a “Vitalogy” en los que uno sabía que podía aparcar su vida y escuchar, hacer suyos y recuperar más adelante. “Gigaton” no es horrible pero no es lo que quiero escuchar de ellos, no es lo que esperaba y me cuesta regresar a él y encontrarme con algunas de sus señas de identidad pero otras, lo más doloroso, pretendidamente desdibujadas en la arena.

“Who Ever Said” es tan sencilla que hiere, Pearl Jam juegan a ser ellos mismos, y uno espera un solo abrasador de McCready y se encuentra lo contrario, resultando únicamente emocionante el puente en una canción que debería durar tres minutos y no cinco. Antes del absurdo single “Superblood Wolfmoon” que, como comprenderá el lector, no me gusta y no saco en claro si la supuesta frescura es lo que debo alegar para defender la canción o una forzada amnesia colectiva de aquellos que hemos disfrutado de Pearl Jam a lo largo de los años y ahora debemos conformarnos con algo así. He conocido a gente que atacaba a "Lightning Bolt" (2013), "Backspacer" (2009) e incluso “Riot Act” (2002) y ahora saborean “Superblood Wolfmoon”. Por favor, que alguien me lo explique…

Que Cameron programe una base rítmica y Gossard se pase al bajo podría parecer una locura en Pearl Jam pero, tras la sorpresa, "Dance of the Clairvoyants" funciona porque es bastante más arriesgada que el resto del álbum y tras varias escuchas entra bien, Vedder soporta el peso en la interpretación en la que, es verdad, es una de las letras más absurdas de todo el álbum. La buena noticia es “Quick Escape” que, aunque tarde en entrar en calor, coge cuerpo y su estribillo mantiene algo de tensión en su puente, hasta “Alright”, en la que los seguidores más calmados sí podrán reconocer a Pearl Jam o el medio tiempo con sabor a Springsteen, “Seven O’Clock”, que posiblemente encierre una de las melodías más bonitas de todo el álbum. Pero “Gigaton” prosigue su hundimiento con "Never Destination", una canción tan gris y con tanta falta de pegada que asusta que esté firmada por Pearl Jam. Algo similar ocurre con “Take The Long Away”, canciones amables y sin veneno, sin susto al final, sin emoción y tomando la directa en “Buckle Up”, logrando que el álbum se despeñe con “Comes Then Goes”, el autoplagio de “Retrograde” y ese final elegíaco que es “River Cross”. Canciones que escucho con agrado por la voz de Vedder, que quiero justificar, pero con las que me siento incapaz porque no me atrapan, no me enganchan y no echo de menos cuando dejan de sonar.

Quiero creer que este no puede ser el último álbum de Pearl Jam, que todavía publicarán un canto del cisne que nos enamore a todos, pero mucho me temo que no. Que “Gigaton” es la amarga confirmación de que hasta los más grandes se cansan y deben dar paso a las nuevas generaciones, que la voz de Eddie sigue tan bonita como siempre, pero me cuesta reconocer el espíritu de la banda en estas canciones. Siempre nos quedará el directo, espero…


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