Crítica: Rival Sons “Feral Roots"

No quiero pasar a la historia de esta web como aquel que escribió la crítica del debut de Greta Van Fleet y, treinta años más tarde, llenan estadios y son reconocidos como piedra angular del rock, y sé que es bastante improbable. Tampoco como un amargado que es incapaz de disfrutar de un par de riffs y poco más, buscando la comparación. Pero tampoco quiero pasar por el público objetivo de uno de esos memos de los anuncios de colonia para hombre, barba de tres días, vaquero Levi’s y Epiphone Casino en ristre, chavala lánguida en la otra mano y “The Last Time” de los Rolling Stones interpretada por un artista de marca blanca que vaya de auténtico, sonando de fondo. Y eso es lo que son Rival Sons para mí, una banda que suena bien, pero cuya propuesta son los restos de una indigesta Nochevieja. Si echo un vistazo rápido a su discografía, me encuentro con el increíble paradigma; desde “Before The Fire” (2009), la banda ha evolucionado tan poco como es de esperar si tenemos en cuenta que las fuentes de las que beben llevan secas cuarenta años y lo único que estamos escuchando son artistas que pretenden evocar como juego y su voz es la que otros encontraron mucho antes. “Pressure And Time” (2011) es un buen disco, aunque quizá mi favorito sea “Head Down” (2012) que suena exactamente igual a “Great Western Valkyrie” (2014) y “Hollow Bones” (2016). Música molona para cualquier serie norteamericana de HBO o Netflix, sonido vintage en pleno 2019 y una producción que evidencia el anacronismo y el malabarismo porque mientras con otras bandas como The Black Crowes (acusadas de algo similar a primeros de los noventa, que nadie me lo cuente que estuve allí) uno descubre que el sonido es totalmente orgánico y entre “Shake Your Money Maker” (1990), “The Southern Harmony and Musical Companion” (1992) y “Amorica” (1994) o “Three Snakes and One Charm” (1996), por poner un ejemplo, hay un cambio sustancial y una evolución (que nos podrá gustar más o menos, a gusto del consumidor) que resulta tan evidente como para entender que son músicos de verdad, vivos, y su arte es cambiante, a pesar de las influencias iniciales y los gustos de cada uno. Pero, entre “Before The Fire” y “Feral Roots” la única diferencia que hay es el masterizado, el dinero invertido la producción. Musicalmente, Rival Sons siguen en el mismo punto diez años más tarde, siendo la única concesión el fuzz de la guitarra o lo engolado de la voz de Buchanan, algo que se lleva sintiendo desde “Head Down”. Lo que no es malo pero ha de ponerse sobre la mesa y, lo siento mucho, dificulta mi escucha y apreciación del producto en su totalidad.

“Do Your Worst”, por ejemplo, podría haber sido firmada por el Jack White de hace unos años, en un álbum que tarda en despegar, “Sugar On The Bone”, por la ausencia de singles, de ese ‘pelotazo’ que ponga en órbita la carrera de Rival Sons y que se les está resistiendo. Buchanan se lamenta en “Back In The Woods”, entre el toque bluesy y el rock de corte más clásico; es agradable de escuchar y la labor de Dave Beste es magnífica, merece mucho la pena escuchar el fraseo de su bajo, serpenteando entre los puñetazos de Mike Miley pero, más allá de lo efectivo del envoltorio musical, de la chapa y pintura, de ese intento de Holiday por emular a Page, soleando realmente embarullado y sucio en su ejecución, me encuentro una canción tan complicada como el mecanismo de un chupete. Y la puntilla a todo esto me la da “Look Away” y el toque oriental, místico, de otros Zeppelin de mentirijilla, lo siento, no puedo con ello, me parece una ridiculez. ¿Suena mal? Para nada, pero si mamas la discografía de Zeppelin desde hace décadas, es normal que esto te sepa a cubata aguado.

“Feral Roots” delata que Rival Sons tienen más que ver con bandas norteamericanas alternativas de los noventa que con aquellas míticas de los setenta y el resto, “Too Bad”, es puro maquillaje. Llamar soul a “Stood By Me” o compararla con los Isley Brothers, como he llegado a leer, es tan absurdo como el intento góspel de “All Directions”, el sinsentido de “End Of Forever” y su simplísima y pueril letra o la coral “Shooting Stars”. Canciones que tienen todos los ingredientes; una banda solvente, un cantante con buena voz, grandes coros, arreglos, una producción sabrosa pero que, cuando nos las llevamos a la boca, descubrimos que no saben a nada y resultan sosas y poco sorprendentes. Faltan grandes estribillos que se le peguen a uno día y noche, el single definitivo, himnos de estadio y conmovedoras baladas, momentos que hagan hervir la sangre o, por el contrario, le acompañen a uno en la más negra de las madrugadas, en definitiva; hacen falta canciones y menos botines, guitarras vintage y bigotes encerados. Falta chicha y sobra imagen…

© 2019 James "Whitey" Bulger