Crítica: Khôrada “Salt”

No es extraño que el oyente casual de este “Salt” de Khôrada se sienta tan perdido y desconectado como aquel que asiste a ver la última película de una gran saga galáctica y se ve envuelto en un mar de referencias y una precuela o un spin off. Algún iluminado me dirá que eso da igual que; “en la música, lo único que importan son las canciones” y, no faltándole razón, a veces es más que necesario un pequeño mapa para saberse situar en el contexto y valorar lo que uno escucha. Khôrada nacen de las cenizas de Agalloch y Gian Squid. Mientras John Haughm decidía si seguía publicando bajo el nombre de Agalloch (algo no demasiado descabellado, por otro lado) tras la separación de una banda a la que él entendía que debían dedicar más tiempo y girar por todo el mundo, estaba la actitud silenciosa de sus compañeros que decidieron dar a luz a Khôrada con la ayuda del vocalista Aaron Gregory (ex Giant Squid y actualmente en Squalus). El disco de John Haughm con Pillorian fue “Obsidian Arc” (2017) que todavía me sigue pareciendo sobresaliente (dentro de las limitaciones a las que Haughm se ha sometido), mientras que Jason Walton, Don Anderson, Aesop Dekker y Aaron Gregory han tardado algo más en la elaboración del debut de Khôrada, este “Salt” que posee grandes momentos, pero palidece frente a “Obsidian Arc”. El mismo iluminado de antes, insistirá en que son estilos y bandas diferentes y, de nuevo, no le falta razón, pero también resulta inevitable no comparar las carreras y esfuerzos en paralelos de aquellos que una vez firmaron “The Mantle” y, más aún, tras el culebrón descrito anteriormente, en el que una banda mediáticamente tan discreta como Agalloch era abierta en canal por los medios y los seguidores pudimos ver cómo aireaban sus trapos sucios.

A grandes rasgos, mientras “Obsidian Arc” de Pillorian bebe sin complejos, directamente del black metal y juguetea con otros subgéneros, “Salt” de Khôrada tiende más hacia la introspección del post en una época en la que se abusa especialmente de una etiqueta como el post-black metal. No solamente en la composición e instrumentación o la estética musical (la voz de Gregory, los desarrollos y las guitarras) sino también en una producción que juega con el ambiente de la grabación (como si Daniel Lanois les hubiese prestado la atmósfera), los arreglos o la duración de unas canciones que parecen necesitar del excesivo minutaje, no sólo para alcanzar su clímax sino para tener algo de sentido. Tal es el caso de “Edeste”, en el que sus siete minutos parecen estar justificados en cualquiera de sus pasajes y le hubiese sentado mucho mejor la voz rasgada de Haughm a la de barítono de Gregory (sabe cambiar y modularla pero, en muchas ocasiones, tengo la sensación de estar escuchando a un Stuart Staples metalero). La única verdad es que Khôrada parecen necesitar tres minutos (entre la introducción y la tenebrosa coda final) para desatar una furia moderada de cuatro en un disco en el que hay tendencia hacia los grises. “Seasons Of Salt”, tras el dinámico momento de black termina difuminada en un disonante lamento en el que la lentitud termina comiéndonos por completo y, de no ser por esos constante cambios de ritmo y el blastbeat de Dekker, perderíamos la paciencia en ese inofensivo medio tiempo en el que parece transcurrir. Además, su introducción y las guitarras las hemos escuchado un millón de veces antes (o tenemos esa sensación) y eso nunca puede ser bueno.

Mucho más directa parece “Water Rights”, quizá porque no hay gran complejidad en ella (como la buscada en “Edeste” o “Seasons Of Salt”) y ello se nota en la duración, esa de la que vuelven a abusar en “Glacial Gold”, otros siete minutos de constantes vaivenes de guitarras gruesas, calma tensa y tormentas eléctricas que, por desgracia, se entrelazan sin encontrar un nudo o resolución. Sorprendente por absurdo es la inclusión de lo que podemos entender como una balada, “Augustus”, o el tremendo esfuerzo que es “Wave State” en el que, por fin, sí tejen una introducción que conduce a una virulenta estrofa en la que plantean más riesgo que en todo lo mostrado hasta el momento, como la final “Ossify” en la que la ligereza de las guitarras y el jugueteo de su fraseo son el vehículo perfecto para hacerles abandonar el pretendido aburrimiento arty en el que parecían haberse sumido en muchos de los minutos de “Salt”.

Un álbum ecléctico, para los amantes de Agalloch y Giant Squid, en el que lo mejor no está en sus surcos sino en el futuro que plantea ya que hay talento y buenas ideas que, pese a no haber eclosionado aquí y de haber continuidad, prometen mucho más en el futuro de lo que nos pueden ofrecer ahora mismo y eso siempre es excitante…


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