Crítica: Sleep “The Sciences”

Hay dos maneras de vivir la época que nos ha tocado vivir, en la cual somos tan gilipollas que creemos haber inventado al ser humano en lugar de un contexto que, cambie o no las reglas del juego, no es más que eso, y es; vivir por y para Internet y las nuevas tecnologías o vivir con ellas, pese a ellas. En ese deleite exhibicionista, casi pornográfico, de la privacidad por parte de millones de usuarios que creen que lo ordinario es excepcional, habrá otros usuarios muy diferentes que, en un futuro muy cercano y lejos del actual esnobismo como pose, se vanaglorien de seguir comiendo sin necesidad de fotografiar su plato de comida y compartirlo con otros, ir a la playa y no hacer foto de sus pies en la arena, asistir a un concierto y compartir absurdos selfies por aquello de haber estado, prestar atención a la persona con la que cenas en lugar de a los “eternos ausentes” a través de su smartphone o acostarse con su pareja sin necesidad de grabarlo para luego ‘sextearse’ cuando se cansen el uno del otro. Una banda como Sleep, tan alejada y ajena a las reglas del juego, quizá no tanto por convicción sino porque su propuesta será siempre inevitablemente minoritaria, son esos usuarios del futuro que han venido a visitarnos y recordarnos que lo cibernético también puede ser superfluo...

Y es que los de San José, a pesar de llevar desaparecidos desde la publicación del ya mítico “Dopesmoker” (1999), aun habiéndose reformado para el directo junto a Jason Roeder de Neurosis, y haber visto incrementada su fama hasta convertirse en figura de culto y ser uno de los principales atractivos de cualquier festival que se precie, han ignorado cualquier promoción. No ha habido adelantos, ni siquiera noticias, fotos o estúpidos videos en el local de ensayo, entrevistas, filtraciones, promocionales para prensa y demás maniobras para abrir boca y crear algo de expectación, sino que “The Sciences” apareció, como por arte de magia y, de golpe y porrazo, Sleep habían publicado un nuevo álbum sin previo aviso, tras un escueto aviso en código Morse. Como cuando, hace muchos años, tu banda favorita parecía que la hubiese engullido la tierra y, un día cualquiera, te encontrabas con un nuevo álbum suyo entre muchos otros de la tienda de discos. Bendita magia…

Es cierto que “The Sciences” no es el primer material de estudio de la banda en casi dos décadas, hace cuatro años publicaron la canción “The Clarity”, grabada y cocinada por Noah Landis, al igual que “The Sciences”, con la ayuda de Josh Graham en el diseño, por aquello de que todo quede en casa, aunque este álbum haya sido publicado en el sello de un tipo como Jack White, Third Man Records. Tras su introducción, “The Sciences” se abre de manera pesada, abrupta, densísima con “Marijuanaut’s Theme”. Las señas de identidad de la banda permanecen inmutables, nuestro idolatrado Iommi sigue presente, transformado aquí en planeta; “Behold as he enters the clearing, Planet Iommia nearing” y a través de los poderosísimos y monolíticos riffs de la canción. Aunque no será la única referencia a los de Birmingham, en la ruidosísima “Giza Butler” (fonética del nombre de Geezer Butler, no solamente mencionarán el día de Sabbath sino también el día Iommi de Pentecostés), “Up from the milk crate throne, on the Sabbath Day walks alone. Down to the bosque on day of Iommic Pentacost…“, todo en un mágico cruce entre el doom más cazurro, crujientes guitarras, electricidad estática, la marihuana, la ensoñación espacial de serie B y la imaginería sabbathiana elevada a la enésima potencia.

“Sonic Titan” es hipnótica, como el cruce entre un cable de alta tensión y un disco pasadísimo de vueltas de Cathedral o Electric Wizard (olvídate de Monolord…), una pesadísima losa arrastrada a ritmo de latigazos, como “Antarticans Thawed” o la final “The Botanist” y su abrasador solo, formando el obtuso y oscuro nudo del desenlace de un álbum que agradecerá las escuchas, pero para el que no hace falta más que una para constatar el logro.

Si “The Sciences” se convierte en uno de los discos del año no es porque Cisneros, Pike y Roeder entren en ese absurdo juego de hacernos creer que el tiempo no ha pasado y recurran a la patética estratagema de emular lo logrado en “Volume One” (1991), “Sleep's Holy Mountain” (1992) o “Dopesmoker” (1999) sino porque, una vez más, se han salido por la tangente y han hecho lo que les ha venido en gana y con ello han parido un nuevo monstruo y a nosotros nos han vuelto a hacer felices.

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