Crítica: Avatar "Avatar Country"

Cada vez me cuesta más entender el hype por algunas bandas y eso, en lugar de preocuparme y hacerme creer que me estoy haciendo mayor por segundos (lo que también es verdad), me demuestra claramente la ausencia de criterio de un público desmemoriado que tan sólo es capaz de echar la vista atrás a ritmo de Wikipedia y cuya cultura musical se basa en mentar bandas minoritarias como si se tratase de la tabla de multiplicar, mientras disfraza su opinión de verdades absolutas, convirtiéndolas en axiomas. Sin miedo, Avatar me parecen una banda mediocre y les he dado la oportunidad que se merecen, la razón es sencilla; uno de mis amigos me pasó una copia de “Schlacht” (2007) que me hizo escuchar hasta la saciedad (infinitamente mejor que “Thoughts of No Tomorrow” de 2006) y, a partir de ahí, he tenido que soportar mi existencia con la presencia de una banda que publica discos cada dos años, a cada cual menos inspirado, siendo “Hail The Apocalypse” (2014) quizá el más resultón junto a “Black Waltz” (2012) y, cumpliendo la gran regla de la música, dando el salto de popularidad con “Feathers And Flesh” (2016), justo en el preciso momento en que se notaba la ausencia de creatividad, o este “Avatar Country”, que me parece infinitamente peor, quizá el peor de toda su discografía. Pero la oportunidad definitiva se la di viéndoles en directo en dos ocasiones (no habrá una tercera, lo aseguro), supongo que habrá adolescentes a los que literalmente les derrita encontrarse a cuatro músicos disfrazados de soldados del siglo XVIII con una mezcla de Eric Draven (Brandon Lee) con la sonrisa de El Joker, moviéndose de manera errática sobre el escenario, dando descoyuntados pasos de baile, regalando sonrisas y posando de manera absurda ante los fotógrafos mientras se come algún verso o no llega siquiera a las notas de sus propias canciones, pero a mí el espectáculo me pareció una aberración. Una estética absurda, tomando elementos de aquí y de allá (como cuando el extraterrestre E.T. se mete en un armario y sale con tacones y todos los trapos que encuentra) y una propuesta musical que se cisca en el death metal y convierte la heterogeneidad y el mestizaje musical, la amplitud de miras, en una excusa para disfrazar precisamente todo lo contrario. Para colmo, otro amigo (esta vez de la publicación francesa Rock Hard) me presentó a Johannes Eckerström tras su actuación en la pasada edición del magno Hellfest y, mientras firmaba autógrafos a niños y familias, me relataba lo profesional, lo gran cantante y persona que es en las distancias cortas, como si me estuviese hablando de Robert Plant, mientras John Baizley de Baroness pasaba desapercibido entre la turba de fans histéricas de Avatar.

Por lo tanto, ¿qué esperaba de “¿Avatar Country” tras sus adelantos y leer esas bochornosas entrevistas en las cuales Eckerström se empeña en llevar su absurdísimo papel hasta las últimas consecuencias, jurando y perjurando que Avatar es un país de verdad con una forma de gobierno tan rancia como una monarquía en pleno siglo veintiuno y dedicarle diez de las diez canciones a la imaginaria figura de un rey que no es otro que su propio guitarrista, Jonas "Kungen" Jarlsby, en las fotos promocionales? Pereza o la omnipresente bajona (que diría mi querido Joaquín Reyes) cada vez que afronto un álbum o directo de los suecos, es poco para describir lo que he sentido al pinchar “Avatar Country”, un disco producido por Jay Ruston (Paul Gilbert, Anthrax, Killswitch Engage, Gus G. o Meat Loaf pero también Steel Panther, The Donnas o Stone Sour) en el que la batería de Sandelin parece ser la auténtica protagonista mientras las guitarras de Jarlsby u Öhrström sólo tendrán presencia significante en los riffs y no cuando doblan los solos, mientras la voz de chicle de Eckerström se torna insoportable, en unas canciones cada vez más y más blandas, inofensivas y tontitas.

Que la canción que más me guste sea precisamente la introducción, “Glory To Our Country”, dice mucho de Avatar y de mi propio gusto porque no es más que un supuesto homenaje al himno real sueco, "Kungssången, quizá lo único que merezca la pena de “Avatar Country”, que realmente se abre con “Legend Of The King”, con unos primeros compases muy melódicos y que termina convertida en un pastiche hard. Quizá lo peor llegue con "The King Welcomes You to Avatar Country" en la que ya no disimulan su querencia por el rock setentero y se transforman en lo que no son, una banda de rock de carretera con el mismo octanaje y gradación que un yogur líquido de fresa. Lo más preocupante de ambos cortes son los recursos añadidos; palmas o coros, para incitar o guiar al público en directo, un sucio truco propio de los estudios y gustos más chuscos.

Un riff algo más bruto en "King's Harvest" nos da la bienvenida y es, hasta cierto punto, algo de agradecer pero es tan monótona que agota tras la primera estrofa por lo lineal de su melodía. Si queríamos cambios, todo ello llegará con “The King Wants You”, en la que confunden frescura con intranscendencia y rozamos el emo más bailable y con menos cuerpo de la última década. Un ejemplo más de que “Avatar Country” hace aguas es su camuflada brevedad, diez canciones que no lo son tanto si tenemos en cuenta que “Glory To Our King”, “The King Speaks” o la aborrecible "Silent Songs of the King Pt. 1 – Winter Comes When the King Dreams of Snow" son introducciones; lo que deja al álbum con un total de siete canciones, todo un esfuerzo pírrico para una banda que debería haber dado lo mejor de sí tras la publicación del, sin embargo, regular “Feathers And Flesh” que se supone que les ha encumbrado.

"A Statue of the King" quizá sea la que mejor funciona de todo el conjunto por su toque operístico y sus contrastes pero, no nos engañemos, a pesar de ello, encierra una canción sin demasiado gancho, todo envoltorio, y una melodía francamente irritante. El slide es lo mejor de “King After King”, como la base rítmica, antes de dar carpetazo definitivo con una instrumental que incluye un minuto en blanco como cierre a poco más de tres minutos de bandazos de metal de FM y rock moderado.

Un álbum que pretende ser narrativo, pero sin una línea argumental claramente desarrollada, con una estética extraña y desnortada, pero al mismo tiempo muy predecible que huele tan mohoso como el anticuado contenido encerrado en una cápsula del tiempo procedente de los ochenta. Falto de inspiración, con una interpretación horrenda por parte de Eckerström que muestra una voz melódica sin fuerza cuando se aleja de los guturales. El problema no es que no sea death metal o no les haya cogido ese punto que sus defensores aseguran que hay que pillarles para dignarse a hablar de ellos, el problema es que a este álbum no hay por dónde cogerlo sin que dentro de unos años nadie te saque los colores por ello. Ridículo es decir poco, para aquellos con problemas de acné, pelusilla en el belfo y mucho tiempo libre para perderlo en semejantes bodrios.

© 2018 Conde Draco