Crítica: The Rolling Stones "Blue And Lonesome"

Un disco accidental, una colección de canciones que son el resultado de un año de macerado y tres días de efervescente trabajo en los British Grove Studios y, sin embargo, por irónico que parezca, “Blue And Lonesome”, no sólo puede ser presentado como el único álbum conformado íntegramente por versiones si exceptuamos su disco de debut, “The Rolling Stones” (1964) en el que la única aportación original fue "Tell Me (You're Coming Back)" y el EP, “The Rolling Stones”, también del mismo año, con cuatro versiones (Chuck Berry Gordy/Bradford, Alexander y Leiber/Stoller) sino quizá y con mucha precaución, claro, su mejor grabación desde “Tatto You” (1981). No es que “Blue And Lonesome” sea la respuesta a una actividad que en el estudio que si bien nunca ha resultado mediocre (tan sólo “Undercover” del 83 o “Dirty Work” del 86 podrían ser considerados menores en los últimos cuarenta años, todo un logro al alcance de pocos) sí que “Bridges To Babylon” (1997) y más en concreto “A Bigger Bang” (2005) parecían no estar a la altura evidenciando una escasez de ideas que ha provocado que los Stones se hayan convertido en una apisonadora en directo descuidando su faceta en el estudio, provocando que ellos mismos hayan tenido que desechar la idea de publicar un álbum con material totalmente nuevo con el que, según Richards, no serían capaces de completar ni siquiera la mitad del minutaje sino que “Blue And Lonesome” parece ser todo un ejercicio maestro de blues en el que no sólo han querido huir de las reinterpretaciones más obvias para darle el gusto al guitarrista sino también un ejercicio copernicano por el cual, si este fuese el último disco de estudio de la banda (esperemos que no sea así y haya una última sorpresa en la recámara), podría ser visto como lo que podría ser uno de los mejores broches para cerrar una discografía que acaba como comenzó, más cercanos que nunca a su querido rhythm and blues, a ese blues que siempre ha corrido por sus venas incluso cuando alcanzaron el éxito masivo, se convirtieron en la mayor banda de rock ‘n’ roll de la historia e incluso coquetearon con el funky, el sureño, el pop o el reggae.

Un álbum cuya principal característica es el sonido directo de una banda interpretando las canciones en directo y con Jagger y su armónica como grandes protagonistas, como así ocurre en el single “Just Your Fool” de Buddy Johnson en el que nos hacen cómplices de ese sonido cálido que han logrado Don Was y The Glimmer Twins (que no son otros que Jagger y Richards) en el que las guitarras son capaces de invocar todo el dolor del mundo en “Commit A Crime” de Howlin’ Wolf o la nocturna y abrasiva “Blue And Lonesome” de Memphis Slim en la que la que de nuevo Wood (ese “eterno recién llegado” con más de cuatro décadas sirviendo en sus filas) y Richards, más sucio y con más grano que nunca, serán capaces de destilar toda la noche que tus oídos puedan beberse; como si su música fuese una bebida servida a las tantas de la madrugada. “All Of Your Love” de Magic Sam y ese canto al desamor es magníficamente domado por Jagger mientras Watts y Darryl Jones castigarán si piedad el compás en “I Gotta Go” de Little Walter con la armónica de Jagger cobrando vida o Eric Clapton aportando su inconfundible toque en “Everybody Knows About My Good Thing” (Miles Grayson y Lermon Horton) y es que resulta inconfundible su tono aunque ataque las cuerdas con un slide al más puro estilo de su amigo, el fallecido Duane Allman.

El oyente casual o ese que no se creyese que los Stones grabarían a estas alturas un disco de blues se llevará las manos a la cabeza cuando “Ride 'Em On Down” de Eddie Taylor (mutación de “Shake ‘Em On Down” de Bukka White) con el que Richards sonreirá socarronamente mientras los más jovenes se extrañan y entienden que “Blue And Lonesome” no es un disco de blues comercial repleto de concesiones al gran público sino un capricho (con el que Richards parece haber disfrutado más que ninguno) como ese regreso a Little Walter en “Hate To See You Go” en el que han sabido capturar todo el sabor del género en sus tres minutos o la crudísima “Hoo Doo Blues” (con ayuda de Jim Keltner tras los parches) de Jerry West y el famoso Lightnin’ Hopkins (Otis Hicks) en la que los Stones se moverán con maestría en la oscuridad del vudú de Luisiana pero también con soltura en “Little Rain” (Jimmy Reed) en la que, como suele ser habitual en el blues, la añoranza por el amor perdido es la clave o la vigorizante “Just Like I Treat You” para hacernos remontar un disco con una parte más luminosa (quizá la que más nos recuerde a lo que una vez fueron cuando comenzaban en la música) y una más oscura y maldita que los Stones visten como si fuese una segunda piel.

Para despedirse “I Can't Quit You Baby”, las dos últimas autoría de Willie Dixon, con Clapton fraseando sobre el diapasón de su Stratocaster en la que la titánica tarea de superar a Zeppelin y la voz de Plant se torna imposible pero sirve de brillante cierre con Jagger aullando y Leavell/Clifford extrayendo las últimas gotas de blues de las teclas del piano.

Porque los Rolling Stones (los Stones para muchos y los Rolling para todos los que los amamos), nacieron del blues, cuando en la estación de tren de Dartford, Keith Richards se acercó a aquel otro chaval que era Mick Jagger y le preguntó de dónde había sacado el “Rockin' at the Hop” de Chuck Berry, edición de la Chess, y “The Best of Muddy Waters” y los astros se conjugaron para que esa amistad forjase uno de los tándem creativos más famosos de la historia de la música con permiso de Lennon y McCartney y, claro, el difunto Brian Jones. Un álbum que, sin ser esa maravilla que ya no tienen la necesidad de firmar y muchos absurdamente esperan sin haberse empapado de verdad de cualquiera de sus discos anteriores, se traduce como uno de los grandes regalos de un año a punto de cerrar. Parafraseando a Jagger, sé que es sólo blues pero me encanta…

© 2016 Jim Tonic