Crítica: Devin Townsend Project "Transcendence"

No me cabe la menor duda de que si Devin Townsend se dedica a la música es porque la ama y que ésta, en gran medida, ha sido su tabla de salvación en muchas ocasiones. Así es más fácil de entender la hiperactividad de un músico que en apenas cuatro años ha publicado "Epicloud" (2012), "The Retinal Circus" (2013), "Casualties Of Cool" (2014), Z² (2014) que contenía "Sky Blue" y "Dark Matters", además del fastuoso "By a Thread – Live in London 2011" (2012) de, ni más ni menos, nueve discos y el menos exclusivo "Ziltoid Live at the Royal Albert Hall" (2015) además de girar, colaborar de nuevo con Steve Vai pero también con Ihsahn, ReVamp, Morgan Ågren o Haunted Shores y echar un mano en el estudio a todo aquel que le pida ayuda. Devin Townsend no es un loco del trabajo (‘workaholic’) como muchos entienden, es un enamorado de la música y da la vida por ella. Pero, ¿qué le falta a Devin, qué necesita?

Como todos los artistas, en algún que otro momento; inspiración. Y, aunque creamos que a Devin le sobra (y seguramente así sea si le comparamos con el resto de los mortales), parece ser que tras cuatro años de locura, cuando se sentó a pensar en un nuevo álbum no sabía cómo empezar o dónde encontrar a las musas. Habitualmente, según él mismo, suele componer a solas, llegar al local de ensayo, enseñárselo a la banda y desarrollar pero en esta ocasión, para “Transcendence”, decidió componer junto a ellos recogiendo todo lo absorbido durante su última gira en un álbum en el que, según ha declarado, el eje central es el de la autosuperación.

Quizá por eso abre con “Truth”, ¿qué sentido tendría abrir el nuevo álbum con una canción ya publicada en “Infinity” (1998) si no es para superarse a sí mismo? “Truth” es una brillante apertura y aquí suena enorme gracias a la producción; supera a la original en cuanto a contundencia y enlaza a la perfección con “Stormbending”, un arranque completamente épico, repleto de coros y una sobreproducción tan brutal que puede echar atrás a muchos aficionados del Townsend más directo pero no a los que entendemos que la grandilocuencia del canadiense es el sinónimo de una carrera en la que la falta de contención en todos los sentidos es una de sus más vibrantes señas de identidad. La voz, los teclados de Young o los arreglos orquestales copan una mezcla en la que la batería de Poederooyen suena con vehemencia (a cambio perdemos presencia del bajo) y el solo es sencillamente genial, como ocurre en “Failure” en la que es inevitable recordar aquel verso de “Planet Of The Apes” debido al riff tan propio de Meshuggah que, aunque vertebre toda la canción, pronto se ve opacado por esos coros (“Infinity” de 1998) que serán la verdadera piedra de toque de un disco que junto a los arreglos (“Synchestra” de 2006) lograrán convertirlo en un majestuoso compendio de todos los ingredientes de la carrera del propio Townsend.

El sentimiento progresivo de “Secret Sciences” termina por ubicarme y llevarme a “Ocean Machine: Biomech” (1997) pero también a “Terria” (2001) en una canción de más de siete minutos en las que las guitarras son mágicas y la progresión de acordes lo suficientemente natural como para que sintamos fluir cada una de sus partes y apreciemos una composición repleta de contrastes pero nada forzada. Quizá, el propio Townsend sabe cuáles son sus puntos fuertes y la verdadera cima de un álbum situando “Secret Sciences”, “Higher” y “Stars” como epicentro de “Transcendence”. “Higher” es una locura, con un puente magnífico que articula la primera parte, más coral, con la instrumental o final y “Stars” le sirve de coda o cierre para que ya en “Transcendence” seamos testigos del magnífico sonido de Poederooyen en la percusión de esa flamante mezcla de culturas y mundos del que se hace eco la portada y todo el ‘artwork’ de Anthony Clarkson.

Mike St-Jean es clave en la sintética “Offer Your Light” mientras que en “From The Heart” ese envoltorio sirve de colchón a la magnífica voz de Devin en su primera parte, antes de cerrar con delicadeza y calidez acústica y despedirse con una sentidísima “Transdermal Celebration” a la que, incomprensiblemente, han añadido cinco etéreos minutos que harían suspirar de placer a Brian Eno pero no añaden absolutamente nada a un disco que contiene un poquito de cada uno de los anteriores; reafirmará a su -cada vez más férrea- base de fans y servirá de introducción para todo aquel que se acerque a su universo por primera vez.

Según Dave Mustaine le dijo a un seguidor de su banda, Megadeth, nadie está capacitado para juzgar el trabajo de Kiko Loureiro o Marty Friedman a menos que toque a su mismo nivel o incluso les supere. Si así fuese, todos tendríamos la boca cerrada y careceríamos de opinión frente a un libro de no ser capaces de escribir mejor que su autor, frente a la mala actuación o racha de un deportista de élite, la película de un afamado cineasta y, por supuesto, frente a los álbumes de un artista tan desbordante e inclasificable como Devin Townsend; nuestro juicio, como consumidores, estaría absurdamente sujeto a nuestro talento como si para saber apreciar el sabor de una buena comida tuviésemos que ser críticos gastronómicos en las exclusivas ligas de la alta cocina mundial. Suerte que Devin Townsend resulte más cercano con sus seguidores y, a pesar de que su música se eleve sobre nosotros, nos permita escuchar y valorar cada una de sus obras con la única pretensión de hacernos pasar un buen rato transportándonos a otros mundos más alla de la pura exhibición. ¿Y lo consigue? Devin siempre…


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