Soy un tipo sencillo, del último coletazo de la Generación X, por lo que voz, guitarra y una producción cruda me hacen feliz llevándome a los noventa y Hayden Silas Anhedönia, bajo el seudónimo de Ethel Cain, ha tejido con su segundo álbum de estudio, ”Willoughby Tucker, I’ll Always Love You”(2025), una narrativa que se erige como un pilar de su ambiciosa trilogía sobre tres generaciones de mujeres, funcionando como precuela de su debut, “Preacher’s Daughter” (2022) y al margen de “Perverts” (2025), este no sólo profundiza en el universo sonoro y temático de Cain, sino que también desafía las expectativas de quienes buscan accesibilidad inmediata en la música pop, recordándome también a esa calma malsana repleta de electricidad estática. Con una mezcla de slowcore, folk polvoriento y toques de ambient, el disco se sumerge en la psicología de la adolescencia rural americana, explorando el amor, el trauma y la nostalgia con una intensidad que roza lo insoportable, como una especie de gótico sureño llevado a la música. La producción, liderada por la propia Anhedönia junto a Matthew Tomasi, convierte cada canción en un lienzo sonoro que evoca paisajes desolados y emociones crudas, aunque a veces cae en la trampa de la autocomplacencia, quizá mi única crítica respecto a “Preacher’s Daughter” (2022). Pero la ironía reside en cómo Cain, consciente de su propio mito, ofrece un trabajo que no pide permiso para ser denso, extenso y, en ocasiones, agotador, desafiando a los oyentes a sumergirse en su mundo sin promesas de una redención fácil.
El álbum se compone de diez canciones que, lejos de buscar la inmediatez de un single radiable, construyen un tapiz narrativo donde cada canción es un capítulo de una historia más grande. “Janie” abre el disco con una melancolía desgarradora, donde la voz de Anhedönia, cargada de vulnerabilidad, canta sobre la pérdida de una figura paterna con versos como “No pinta bien, pero ¿alguna vez lo hizo?”. La instrumental “Willoughby’s Theme” sigue, un paisaje sonoro propio de la banda sonora de una película de David Lynch, con un piano melancólico que prepara el terreno para la intensidad emocional que vendrá con “Fuck Me Eyes” y su guiño a la estética ochentera de Kim Carnes, quizá lo más cercano a un single en todo el álbum, pero incluso aquí Cain revierte las expectativas, tejiendo una crítica a la misoginia internalizada a través de una figura femenina idealizada. Por su parte, “Nettles”, coescrita con Tomasi, es un lamento slowcore que captura la toxicidad de un amor condenado, con Anhedönia comparándose con ortigas venenosas: “Amarme es sufrir por mí”. “Dust Bowl”, con guitarras pesadas de Tomasi y Ángel Díaz, evoca una relación marcada por la fatalidad, donde el sexo y la muerte se entrelazan en un escenario de autocine. La segunda mitad del álbum se torna más introspectiva: “A Knock at the Door” sume al oyente en una ansiedad ambiental, mientras que “Radio Towers” y “Tempest” —esta última desde la perspectiva de Willoughby— exploran la desesperación y el nihilismo con una crudeza que desarma. Para cerrar, “Waco, Texas”, un épico de quince minutos, es un tour de force emocional donde Cain, con una mezcla de fatalismo y esperanza rota, canta sobre sueños imposibles en la fría Nebraska, dejándonos exhaustos pero, a la vez, conmovidos.
En última instancia, ”Willoughby Tucker, I’ll Always Love You”(2025) no es un disco para los más impacientes (esos que creen escuchar discografías enteras mientras hacen otras cosas) ni para quienes buscan melodías digeribles. Hayden Anhedönia, con su visión intransigente, entrega un trabajo que exige dedicación, paciencia y una disposición a enfrentar la oscuridad sin garantías de alivio. A diferencia de “Perverts” (2025), que abrazaba una brutalidad ambiental, o “Preacher’s Daughter “(2022), con su narrativa más estructurada, este álbum flota en un lugar intermedio, a veces sacrificando dinamismo por atmósfera. No es perfecto: algunos pasajes se sienten redundantes, como si Cain se deleitara demasiado en su propia melancolía, de ahí esa automplacencia que antes mencionaba. Sin embargo, su habilidad para transformar experiencias personales en sentimientos universales, envueltas en una producción que equilibra lo etéreo con lo visceral, es innegable. La paradoja es que, mientras algunos críticos podrían acusarla de excesiva indulgencia, es precisamente esa audacia la que hace de este disco una obra singular, un testimonio de una artista que no teme perderse en su propio relato. Para los dispuestos a acompañarla en este viaje, “Willoughby Tucker, I’ll Always Love You” (2025) es una experiencia que hiere, consuela y, sobre todo, perdura.
© 2025 Jota Jiménez