Crítica: Converge "Bloodmoon: I"

A veces, crees que cuanta más música escuches más sabrás, cuando, lo que suele ocurrir muy a menudo -a menos que seas un esnob o un pagado de ti mismo- es que cuanta más música escuchas, te das cuenta de que menos sabes. O, lo que es lo mismo; sólo sabes que no sabes nada. Y no escribo esto porque “Bloodmoon I” haya roto mis esquemas y descubierto toda una nueva paleta de colores que desconocía, sino porque escucho o leo a otras personas que parecen haber vuelto a nacer tras escuchar la colaboración de Jacob Bannon y Chelsea Wolfe y, en mi caso, cuando termino de escucharlo siento un gran aburrimiento. Y me pregunto, ¿seré yo quién se está equivocando y el resto tiene razón? Pero, claro, puedo argumentar el motivo de mi bostezo y muchos de aquellos que están orgasmando con “Bloodmoon I” sólo pueden esgrimir experiencias místicas difíciles de justificar con la razón. Intentaré explicar el por qué este álbum no me estremece como "Jane Doe" (2001), "You Fail Me "(2004) o "Axe To Fall" (2009), entre muchos otros. 

Vayamos por partes, siguiendo a la banda desde, precisamente, "Jane Doe" (2001), siendo este el primer disco que compré con el poco dinero del que disponía, soy perfectamente consciente de que Converge han crecido y alcanzado un público mayoritario, para lo que son ellos (no quiero decir que llenen estadios), y también que han trascendido las barreras del hardcore (o como quieras etiquetarlo), precisamente, por esa creatividad que sus miembros rezuman, por un Bannon que antes que cantante puede denominarse como artista mayúsculo, multidisciplinar, que disfruta pintando, realizando sus preciosas serigrafías, colaborando con otros músicos y produciendo los discos que de verdad le gustan y bravo por ello porque sé que todo lo que lleve su sello es sinónimo de calidad. Pero es también por eso que, tanto él como Brodsky, Ballou o Koller, no pueden -porque tampoco deben- encasillarse en el hardcore o post-core y no les puedo pedir que repitan "Axe To Fall" (2009). Pero hay una cosa que me preocupa y es la deformación de su propia esencia si Converge decidiesen continuar por esta senda que nos ocupa, por esa por la que Cult Of Luna parecen eyacular para dentro y Ulver prefieren llamarse colectivo en lugar de banda y renegar del black metal (pero reeditan una y otra vez sus primeros discos, aquellos que sí les dan pingües beneficios, por otro lado).

Y es en este punto cuando nos topamos con “Bloodmoon I”, que es una versión de lujo del concepto “Mariner” (2016) en cuanto a que una banda tan gruesa como Converge coquetea con una artista como Chelsea Wolfe, como la más modesta Julie Christmas. Sólo que, en lugar de lograr la fusión casi perfecta de Cult Of Luna y Christmas, pierden toda la gracia, adaptándose como pueden a lo que en su cabeza seguramente sería magnífico. Y lo que ocurre en “Bloodmoon I”, es que no hay espacio para Wolfe y tampoco para Converge, que cuando suena “Blood Moon” parecen una versión gótica de Evanescence (que no se me altere ninguna seguidora de Amy Lee, que esta no es la arena adolescente para luchar por una dignidad perdida hace veinte años) y cuando Converge cogen fuerza, “Viscera Of Men”, suenan como una parodia de sí mismos, copiándose desde el primer baquetazo de Koller. 

Pese a ello, y sonando magnífico, “Bloodmoon” se siente desnortado, con una banda probando aquí y allá, sin una dirección; creyendo que cuando le ceden espacio a la tortuosa voz de Wolfe es porque tienen que crear un goticismo en el que se sienten forzados y fuera de lugar, como en “Coil” o “Scorpion’s Rising”, rozando el pop más metal o el metal pop (como prefieras) en “Failure Forever”, el post-grunge en “Tongues Playing dead”, desestructurando una canción como “Daimon” con ese ambiente acústico o el western fantasmagórico en “Blood Dawn”. La clara constatación de que Converge no pueden ser banda de acompañamiento sin traicionar a sus musas y el resultado es tan difuso que no puede considerarse a este como un nuevo álbum, propiamente dicho, de los de Salem, sino una colaboración o experimento cuya mayor desgracia es que, para colmo, parece el primer volumen. Lo más irónico de todo es que para los seguidores de Converge, esto no es más que una curiosidad, mientras que para los de Chelsea Wolfe es otra obra maestra, cuestión de las diferentes vara de medir de una unión que, por primera vez, prometía tan poco sobre el papel -cuando nos enteramos- como cuando lo pinchamos sobre el plato. Pena también será perder la oportunidad de ver de nuevo a Converge este próximo verano en festivales, y verlos cantando con Wolfe su propio “Bring Me To Life”.

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