Crítica: Alestorm "Curse of the Crystal Coconut"

Hay una gran diferencia entre resultar divertido y caer en el chiste, entre ser simpático y forzar la risa. El gran problema de Alestorm, después de escuchar su discografía con fruición y haberles disfrutado en directo en tres ocasiones, no es la tremendísima producción de Lasse Lammert o su habilidad instrumental, fuera de toda duda, sino que los escoceses han decidido transformarse en un meme viviente. Y no, no es que les pida que publiquen un disco como "Sunset on the Golden Age" (2014) o aquel "No Grave but the Sea" (2017) que tanto disfruté y que parecía aunar aquellos elementos que tanto me gustaron desde "Back Through Time" (2011) junto con su sempiterno desenfado. Pero lo ocurrido aquí, en este "Curse of the Crystal Coconut" (2020) sólo puede tildarse de diarrea mental. No es que cantar a los piratas o dedicar doce años de tu vida y consagrar la temática de tu banda a ellos, haya pasado de moda (que sí, un poco, para qué engañarnos) sino que el punto de vista pueril e inmaduro hace llorar a los niños nonatos de todo el universo. 
Pasemos por alto que su cima creativa ya la alcanzaron y, en vista de lo grabado, nunca volverá. Que Christopher Bowes y su forma de interpretar roza el chiste, que lo que parecía funciona o encajar entre su keytar y el resto de la banda, parece haberse perdido. 

Porque juro haber sentido vergüenza ajena desde el primer segundo con "Treasure Chest Party Quest" y no porque sea muy auténtico, sino porque ni siquiera Bowes parece tomarse a sí mismo en serio, no sólo a través de las letras sino en su forma de cantar; hay un gran diferencia entre resultar divertido y querer serlo, forzar el chiste, querer que sonriamos. "Fannybaws" es pegadiza pero, como he escrito en alguna ocasión, es ese chicle que nunca querrías pisar. Como ese intento de “Chop Chop” por mezclar su riff y el esfuerzo de Peter Alcorn a la batería con lo que parece una muñeira, o el solo metido con calzador por parte de Máté Bodor. Pero quizá el momento más horrendo llega con “Tortuga” (ese intento por repetir el supuesto éxito de “Mexico”) que no es más que la mezcla del metal con Ace Of Base, música destinada a hikikomoris con aficiones onanistas tan sólo por conciliar el sueño entre partida y partida. 

Canciones ridículas como "Zombies Ate My Pirate Ship" comparten minutaje con otras menos patéticas ("Call of the Waves") pero igualmente escritas pensando en un público poco exigente o formado, que cantará "Pirate's Scorn" con un mini de cerveza en mano en cualquier festival y cuya única proeza reside en el oyente que se atreva a internarse en tan pestilentes aguas como "Shit Boat (No Fans)" o "Pirate Metal Drinking Crew" y esos ocho interminables minutos que son "Wooden Leg Pt. 2 (The Woodening)" que, paradójicamente y lejos del interludio de 8bits, encierra quizá lo único que merece la pena de este “Curse Of The Crystal Coconut” pero les aleja de ese gancho inmediato que buscan en festivales. Para concluir con “Henry Martin”, la única forma digna de cerrar un disco cuyo público objetivo seguramente tenga dificultades para abrir un brick de leche y cuyo mayor atrevimiento sea escuchar esta música y sus tontísimas letras. 

 Maldita sea, ojalá el tan temible Kraken se los lleve de la faz de la música y podamos olvidar esta mezcla de música celta con cancioncillas infantiles sobre cocktails margaritas y ron, música que hará felices a los adolescentes que se inician en el metal pero que es capaz de originar un auténtico aneurisma en todo aquel con un poco de gusto y respeto por sí mismo. Si Stevenson levantase la cabeza, les hundiría en lo más profundo del Océano Pacífico, ¡pardiez! 

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