Crítica: Coldplay “Everyday Life”

Esta es la pequeña historia de una banda, también pequeña, como Coldplay, que nunca soñó llenar estadios y aseguraban, en la publicación de “A Rush of Blood to the Head” (2002), que si todo se acababa en ese preciso momento, no pasaría nada, cada uno volvería a sus vidas y todos tan contentos. Con “XY” (2005) aceptaron sus raíces pop, porque Coldplay -les guste a muchos o no- siempre han sido una banda de pop y se lanzaron a la conquista de mayores audiencias, pero fue con “Viva la Vida or Death and All His Friends” (2008) que pusieron a todo el mundo a bailar (incluido a Guardiola) en una lluvia eterna de mariposas de papel que ha durado, desde entonces, once años, a ritmo de plagios velados -eso sí- cuando la banda comenzó a dar señas de desgaste creativo, ese que también está durando once años, por cierto...
 
Pero seamos honestos igualmente, con ellos y aquellos que nos leéis, porque hubo una época -quizá ya parezca lejana- en la que Coldplay eran prometedores adalides de lo que una generación acomodada (los hermanos mayores de esa generación, aún más acomodada, que ahora los desprecia) que entendían que lo que hacían era "buena música", así grabaron el genial “Parachutes” y “A Rush of Blood to the Head”, crecieron con “XY”, alcanzaron la cima de su expresión (no artística pero si estética) con “Viva la Vida or Death and All His Friends” (2008) y fueron devorados por sí mismos, para convertirse quizá en la banda más criticada del panorama actual. “Mylo Xyloto” (2011) contenía algunas buenas canciones en un conjunto mediocre que demostraba que Coldplay comenzaban a hacer aguas y unas colaboraciones, no siempre acertadas, que descolocaban a propios y extraños. Firmaron el íntimo “Ghost Stories” (2014) y su registro en directo y, de nuevo, cometían los mismos pecados del anterior; grandes ideas se traducían en canciones tibias en las que, sin embargo, acertaban en sus dardos emocionales ya que, eso sí que no se les puede negar, Chris Martin siempre ha tratado los clásicos temas universales y escrito canciones con una sencillez sobresaliente en su más pura y bovina simplicidad.
 
Otra cosa muy distinta es cuando Martin se enfrasca en escribir canciones que le vienen grande y cree ser Bob Dylan o el Paul Hewson de hace décadas, como ocurre con el disco que nos ocupa, “Everyday Life” (2019), en el que deja de mirar hacia adentro para alejarse tanto de sí mismo como para querer tratar temas sociales y políticos, en un álbum en el que la cantidad de productores es tan apabullante como el crisol de influencias que Coldplay han querido demostrar albergar, yéndoseles por completo de las manos, facturando un disco doble repleto de canciones cuyas coordenadas no son las de los ingleses y ni siquiera las de su propia personalidad, yendo de las influencias orientales al pop, del góspel al soul mezclado con más pop de octanaje indie; apuntes y bocetos acústicos, a veces minimalistas, que dificultan la escucha de “Everyday Life” cuando Coldplay parecen querer desmarcarse de aquella banda que quería llenar estadios y ser “los próximos U2”, para abrazar la diversidad, el mestizaje y, por supuesto, la ausencia de cualquier dirección y contención pero mucho trasfondo en un mundo tan polarizado que poco o nada tiene que ver con el que les vio nacer, pero tan aterrador en su opinión pública y ortodoxia moral como para interpretar sus nuevas canciones en directo en Amán (Jordania) y hasta la luna de Endor, si hiciese falta, pero no una gira mundial ya que, como Greta Thunberg dicta, no quieren contribuir más a la degradación del planeta; cuando tu campaña es superior a la de tu producto y se habla más de ella que de tus canciones, es que tienes un problema y no quieres verlo o los demás escucharlo.
 
Pero el caso es que “Everyday Life” se ha publicado hace poco, no hace siquiera un mes desde que vio la luz, y ya no se habla de él o no como se debería: los arreglos de cuerda de “Sunrise” son bonitos y son una apropiada introducción para un álbum con semejantes sabores, “Church” puede recordar a Massive Attack en su guitarra pero es, sin duda, un reencuentro con Coldplay. El sonido está tan domesticado como en “Ghost Stories”, algo que parecen solucionar con “Trouble In Town”, creando una densa atmósfera que les sirve de crítica social pero los quiebros de cintura comienzan con el góspel de “BrokEn” (recuerda demasiado al clásico tradicional “Lucille”, pero quizá se deba a lo encorsetado del género), aún así rompe demasiado el ritmo creado en “Trouble In Town” y su tensión, y ya con “Daddy” cualquier oyente entiende que Coldplay parecen estar probando o haber reunido bajo el formato de álbum, todas las canciones compuestas durante un periodo, sin ritmo ni concierto. “Daddy” es razonablemente bonita, pornográficamente sensible en sus artimañas, ligeramente desesperante en su tono y pueril en su letra, como "WOTW / POTP" y sus aires de descarte o la continua sensación de estar escuchando un disco hecho a retazos....
 
Es tanta la sensación que cuando suena "Arabesque”, el single que ya pudimos escuchar como adelanto, uno siente hasta algo remoto a alegría porque contiene estructura y parece seguir cierta línea marcada hasta antes de “BrokEn”, me gustan las acústicas, la sensación de ir en bicicleta que transmite su ritmo, pero no me gusta su letra en francés, ¿qué le vamos a hacer? "When I Need a Friend" es puro relleno y su continuación en su segunda parte, “Guns” es patética, es imposible creerse a Chris Martin cantando algo así, con un estribillo vergonzoso en su ironía, por lo fácil que resulta. En “Orphans” vuelven al curry, al colorinchi y el bajo de Guy Berryman con sonido a ‘world music’, además -por si faltaba algo- estridentes coros infantiles, la danza cortesana renacentista de “Èkó” (que habría funcionado mucho mejor en la voz de Sting), el experimento soul de chirigota que es “Cry Cry Cry” (sumando más y más ingredientes, más y más especias), más descartes (“Old Friends”), tantos que cuando llegas a "بنی آدم" has perdido la paciencia y sabes que cuando escuchas "Champion of the World" o “Everyday Life” (de nuevo por “Ghost Stories”) son Coldplay metiendo la directa al autoplagio, el relleno por el relleno y ni una sola canción que te llegue al corazón, que puedas tararear.
 
Un álbum que habría agradecido enormemente esa citada contención, una pequeña criba, que ordenado o secuenciado de otra manera, y con un mayor trabajo de composición, podría haber sido interesante pero que, indefectiblemente, constata que Coldplay han entrado en punto muerto. Estuve en “Parachutes”, dos veces en la gira de “A Rush of Blood to the Head”, los conocí y me impactó su humildad, también estuve en “XY”, dos veces en “Viva la Vida or Death and All His Friends”, otras dos en “Mylo Xyloto” y disfruté moderadamente “Ghost Stories” porque lo escuché durante una relación que, sin duda alguna, debió afectarme cerebralmente por lo poco que le pedía a una y otra parte, pero me bajé del tren con “A Head Full of Dreams” y, hagan o no gira sostenible, no volveré a subirme con “Everyday Life” y, mucho me temo, tampoco con los que vengan. Mucha suerte a los que se queden hasta la última parada, aunque auguro un “back to basics” en poco tiempo…

© 2019 James Tonic