Crítica: Fallujah “Undying Light"

La posible crítica al nuevo álbum de Fallujah, “Undying Light”, vendrá por parte de aquellos que no saben ver más allá y, desde el anuncio de la marcha de su vocalista Alex Hoffmann, apuntarán sin duda a la incorporación del recién llegado Antonio Palermo, como si el resto de miembros pudiesen salvarse de la quema. Es lo más fácil en un mundo como es el del metal en el que la intransigencia y el elitismo son el pan nuestro de cada día. Algo verdaderamente absurdo porque Fallujah, como miles de bandas del género, posee una buena nómina de nombres a sus espaldas; pero es con Hoffman, Carstairs, James, Morey y Baird con los que su nombre comienza a resonar con más fuerza gracias a un álbum como “The Flesh Prevails” (2014) y, claro, la resaca de “Dreamless” (2016). “The Flesh Prevails” es un disco especial en el que todo o casi todo funciona gracias a su atmósfera, sus brillantes desarrollos y una magia o química difíciles de explicar, un álbum que caló a mucha gente (entre los que me encuentro) y se convirtió en un título al que regresar asiduamente. Si “Undying Light” es inferior no es por el pobre de Palermo, cuya presencia e interpretación -aunque correcta- es el claro síntoma de todo el álbum, ya que parece haberse unido tarde a la fiesta (empero, su voz no es tan gruesa como la de Hoffman y, claro, la brutalidad del sonido de la banda se resiente, tirando más a un tono propio del hardcore o el metalcore más inane que no del death del anterior) sino por la sensación de estar escuchando un álbum sin demasiado foco o mal dirigido, en general. Están las guitarras de Scott Carstairs, Brian James también salió por la puerta y, aunque ahora se acompañan en directo de Nico Santora, en estudio se nota; no porque no puedas grabar mil y una pistas de tus propias guitarras sino porque se pierde la química, la lucha y cualquier atisbo de tensión creativa. Las guitarras de Carstairs suenan a Fallujah pero falta algo en una banda de cinco personas de la cual sólo quedan tres de aquellos que hicieron resaltar su nombre.

“Glass House” es un comienzo tibio, demasiado melódico y la voz de Palermo parece superpuesta en la mezcla, confirmándose mi teoría de la fiesta, algo que cualquiera puede corroborar tras escuchar el resto del álbum (por no hablar de ese constante clímax al que parecen nunca llegar). Es lógico que haya sido compuesta por Carstairs, Baird y Morey, como el resto, pero la voz de Palermo poco o nada tiene que ver con lo que la banda está tocando, un tono por debajo, con menos presencia y, para colmo, un pequeño abuso de voces rasgadas, más melódicas. Lo peor es la transición a “Last Light”, porque siento estar escuchando la misma canción, las atmósferas han quedado relegadas a una suave brisa de fondo, las guitarras y la batería se comen todo, cuesta distinguir el bajo en una producción que suena bien pero no como debiera y que incluso en los puntos fuertes de Fallujah, esos más hipnóticos, en los cuales Palermo parece emular a Peter Dolving, la cosa no funciona porque el volumen parece simplemente bajar.

Palermo hará lo propio en “Dopamine”, no cuesta imaginarse al ex-The Haunted cantándola, pero es lo más parecido a los Fallujah de siempre, grandes músicos -como siguen siendo- pero que parecen completamente desubicados, sin saber por dónde tirar; si explotar el sonido de “The Flesh Prevails” y “Dreamless” o perder su propia identidad, aprovechando el cambio y la pérdida de dos de sus miembros. Esas inflexiones entre su propio tono y el de Dolving son las que salvarán algún que otro pasaje mínimamente y su interpretación en “Undying Light”, un disco en el que Palermo apenas podrá salvar los rastos del naufragio de la banda (“The Ocean Above”) y su monocorde y desquiciado lamento o romper el tono, como logra en “Dopamine”, mientras la banda, sencillamente no parece la misma.

Y es que algo malo, muy malo, ocurre cuando uno de esos nombres de los que tanto se esperaba, te aburren a la séptima canción, como ocurre en “Sanctuary”, en la que, por lo menos, la guitarra de Carstairs y la garganta de Palermo se unen, por fin. Pero cuyo fin es tan prematuro (“Eyes Like The Sun”) como para que su dinamismo no quede ensombrecido por números finales tan tediosos como “Distant And Cold” o una previsible “Departure”.

Resulta odioso escribir algo así de Fallujah, tan sólo en su cuarto álbum pero quiero entenderlo como una transición, el necesario asentamiento de Palermo en la composición y las lógicas prisas de Carstairs, Morey y Baird por publicar algo de material nuevo y así acallar todas las voces que, sin embargo y mucho me temo, no han hecho más que alimentar, como ese fuego que no parece siquiera arder en un aportada de Nick Keller que tiene tanto de Tool como de película ochentera en 2D. Una pena, realmente una pena, todo…


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