Crítica: Devin Townsend "Empath"

Como os habrá pasado a muchos de vosotros, queridos lectores, recibí con bastante pena la noticia de la disolución de The Devin Townsend Project y, no acabando de creérmela, me encomendé al mismísimo Devin, rogándole que no fuese el fin. Por otra parte, he de reconocer que a lo largo de los últimos años ha habido un punto en el que sí he sentido que la fórmula había llegado a su fin y, sabiendo que Townsend nunca resucitará Strapping Young Lad o volverá, a corto plazo, a trabajar en un álbum con Steve Vai y, por supuesto, descarto una continuación a "Sex & Religion" (1993) que no tiene sentido alguno, sólo me quedaba, como última esperanza, que rescatase del olvido esa supuesta colaboración con Mikael Åkerfeldt de Opeth o, mucho más plausible y lejos de la entelequia, regresase a su carrera en solitario. Pero, ¿qué fueron Strapping Young Lad o The Devin Townsend Project? ¿Acaso no eran trajes en los que Devin se sentía lo suficientemente cómodo para explorar diferentes territorios pero igualmente episodios de su carrera en solitario? Pese a lo difícil, pero inevitable, de la comparación, “Empath” es una obra maestra de principio a fin, muy diferente a “Transcendence” que, siendo notable, no llega al crisol de influencias y colores desplegado en este.

Partiendo de la base de que cualquier álbum de Townsend necesita de sucesivas escuchas, como si de una especiada y sabrosa comida se tratase; que resulta chocante al paladar la primera vez, “Empath” es un festín zappiano en el que Devin se olvida de cualquier prejuicio y le pide lo mismo al oyente, aún sabiendo que juega en casa. Ejerciendo como productor y maestro de orquesta, “Castaway” y sus ecos pinkfloydianos nos introducen en la verdadera apertura de su single principal, “Genesis”, una apropiada forma de bautizar un nuevo comienzo y reflejar “Empath” en seis minutos en los que la exuberante mezcla de Townsend y su escasa contención son la clave para entender una de las canciones más pegadizas del álbum. Coros angelicales y pop pegajoso, coros y más coros, arreglos orquestales, metales y programación, dobles y triples voces, y lo propio con hasta tres baterías; Morgan Ågren, Anup Sastry y Samus Paulicelli y también dobles bombos solapados, haciéndonos creer que se trata de una máquina. Townsend en estado puro, nadie te dijo que fuese a ser fácil…

Son esos coros femeninos los que arroparán la pasional interpretación de Devin en "Spirits Will Collide", un canto a la esperanza; a ese “seguir pese a todo”, una de las canciones más accesibles de “Empath”, que no fácil, con la ayuda de Elliot Desgagnés y toda la sobreproducción del mundo, pero magníficamente articulada, hasta su segunda parte, la aún más lírica “Evermore”, segundo single del álbum. El cuento infantil de “Sprite” y el pajarito que finalmente vuela cuando ve de frente el peligro, te recordará a la introducción hablada de "I Know What I Like (In Your Wardrobe)" de Genesis, sólo que la canción de Devin y su comienzo mutante, terminan en una suerte de bossa nova electrónica con tintes operísticos en los que su voz, otro instrumento más, se lleva todo el protagonismo antes del death metal sintético y frenético de “Hear Me”, en la que al contrapunto de su garganta le surge la réplica con Anneke van Giersbergen y el inesperado invitado que es Chad Kroeger de Nickelback en una canción auténticamente bizarra.

Pero si queremos ser testigos de cómo Devin nos dribla a todos, será en “Why?” en la que no sólo romperá la tónica del álbum con una canción que tiene más que ver con un musical sino que el desafío al oyente proseguirá en “Borderlands”, la pieza que seguramente podría firmar Frank Zappa si siguiese entre nosotros, tan inclasificable como “Requiem” que no es más que el cierre al álbum, antes del verdadero postre con “Singularity”, veintitrés minutos divididos en seis movimientos; “Adrift” y la auténtica exhibición vocal de Devin, “I Am I”, “There Be Monsters", “Curious Gods", la marcianada de “Silicon Scientists" y la mano de otro maestro, Steve Vai, en “Here Comes the Sun!”, el exceso elevado a la enésima potencia, hasta el universo y más allá; más voces, más coros, más dobles bombos, programación, robustos riffs y la intención de trascender en ese muro de sonido spectoriano tan propio y reconocible de Townsend.…

Un álbum aún más diferente a todo lo firmado por Devin y que, sin embargo, contiene elementos de todos los grabados hasta ahora, capaz de mezclar la contundencia de “Alien” (2005) de Strapping Young Lad y la hermosura de “Ghost” (2011) o la genialidad de “Terria” (2001). No es su mejor álbum, pero deja a todos los demás que se publican actualmente tan en evidencia que después de haberlo escuchado durante dos semanas sin parar y haber vivido en sus canciones, me causa cierto temor escuchar el álbum de cualquier otro artista que no haya invertido ni una décima parte de lo que Devin en componer o grabar una sola de las canciones de “Empath”. Una auténtica barbaridad no apto para todos los paladares…

© 2019 Jack Ermeister