Crónica: U2 (Madrid) 20.09.2018

Cuanto más escribo sobre U2, más me cuesta aceptar el cambio sufrido en los últimos años y no esbozar una sonrisa irónica, porque cuando este era justificado por una necesidad de evolución, aunque los daños sufridos entre las filas de sus seguidores fuesen similares (aquellos que no los aceptaban y caían en el inmovilismo de los ochenta frente a esos otros que montaban la ola de los noventa), era fácil entender que lo que mediaba entre Point Depot y The Fly recorriendo las calles de Dublín o el lamé dorado de MacPhisto y las noches del Lillie's Bordello eran un abismo demasiado profundo para muchos. Sin embargo, el auténtico callejón sin salida que nunca me cansaré de mencionar fue con la publicación de “Pop” (1997) y la pantagruélica consiguiente gira, marcando el verdadero punto de inflexión de los irlandeses que acudieron prestos a refugiarse en aguas más conservadoras, artísticamente hablando. Cada álbum, desde “All That You Can’t Leave Behind” hasta “Songs of Experience” ha contenido tantos aciertos como fracasos mientras la sobreexposición mediática de Bono y su presencia política le ha pasado inevitablemente factura a una cuestionada credibilidad mesiánica en unos años en los que casi cualquier persona, pública o privada, parece incapaz de superar el aprobado social cuando su vida es sometida al más hipócrita de los microscopios actuales. 

Y, más aún, cuando, artísticamente hablando, es más difícil que nunca justificar a una banda cuya ansia de búsqueda no sólo se reflejaba en el título de una de sus más célebres canciones sino en cada uno de sus movimientos. Pero lo que más me cuesta aceptar no es el paso de los años o los cambios de dirección, acertados o no, sino la poca calidad de un repertorio que palidece frente a su propio pasado y un descenso en la creatividad de sus composiciones que sólo aquellos llevados por la exaltación y el fanatismo son capaces de justificar; la cruda relidad es que su base de seguidores cumple años también y se divide entre aquellos que, sin criterio alguno, sólo viven por y para U2, siguiéndoles de manera enfermiza en cada gira y ciudad, y esos otros que acuden a sus conciertos para escuchar los clásicos, mientras generaciones más jóvenes acuden porque son hijos, no porque el último single les haya hecho entrar en el universo de los irlandeses. Algo que inevitablemente debe dolerles a U2 y Guy Oseary, en un ejemplo aún más claro; mientras una “banda de estadio” como los Rolling Stones hace tiempo que recorren su propio camino ajenos a cualquier crítica ante la dudosa calidad de sus discos en estudio y se permiten el lujo de grabar lo que les viene en gana, “Blue And Lonesome” para contentar a Richards, U2 parecen siempre en eterna competición con bandas de infinito menos calado como Coldplay o Muse, por presentar el espectáculo definitivo de "arenas" (recintos cerrados). U2 deberían jugar en su propia liga gracias a todo lo que han conseguido y dejar de competir con aquellos que podrían ser sus hijos y nunca llegarán a alcanzar ni una décima parte de sus logros…

En estudio, a ”Songs Of Innocence” le ha seguido el descafeinado “Songs Of Experience” y si el primero de ellos parecía una suerte de Quadrophenia en la que no faltaban las calles de Dublín, la frustración e infinita tristeza en una habitación tras la pérdida de una madre, la epifanía punk de Joey Ramone y los cascotes tras un atentado del IRA, “Songs Of Experience” parece poseer menos profundidad de análisis tras el entusiasmo de los primeros días de su publicación; los temas tratados son desde una perspectiva infinitamente menos trabajada y/o repetida hasta la saciedad y aquellos conceptos más recurrentes (como el amor o la unión) carecen de ese enfoque más fresco o pasional que sí exhibían en otras obras, mientras sorprende la misma inclusión de algunas canciones de naturaleza menor en el álbum o un directo de una banda como U2; refritos de ideas y melodías o lo que parecen descartes del anterior. Y es en este punto en el que supongo que el acérrimo seguidor de U2 dejará de leer y preferirá acudir a aquellas publicaciones que, de manera muy superficial, ensalcen el espectáculo o sepan perdonarle a la banda su actual estado creativo, pero es a mí mismo al que más le duele afrontar la perspectiva de dos conciertos consecutivos en mi ciudad y no sentir la misma excitación de hace años. Ser testigo de cómo la reinvención ha dado paso al estancamiento.

Que U2 aprovecha los conceptos y la escenografía para más de dos giras es algo que parece no entrar a discusión; a la gira del Joshua Tree le siguió ese viaje norteamericano que desembocó en una de los periplos quizá más interesantes de U2, Lovetown Tour. El flamante ZOOTV Tour fue reciclado en la puesta de largo que fue el ZOOROPA Tour gracias a la publicación de un álbum del mismo nombre con naturaleza de EP, el concepto del Elevation Tour, su disposición y acotado con forma de corazón, fue reutilizado en Vertigo Tour y lo mismo ocurre -quizá con más justificación, como en el ZOOTV, en estos Innocence + Experience y Experience + Innocence. Siendo el U2 360° Tour y PopMart las únicas giras que no han sido reaprovechadas por lo chocante del montaje pero, claro, es que no es tan fácil colarle al público dos veces un limón gigante o una garra verde de varias decenas de metros. Pero, independientemente de todo ello, causa cierta desilusión acudir a una y otra y darse cuenta que el montaje es exactamente el mismo, que la pantalla que recorre la pasarela y divide el recinto sigue pareciendo una tostadora para todos aquellos espectadores que se sienten frente a ella y pierdan gran parte del planteamiento escénico. Como también produce cierta perplejidad contemplar como U2, aquellos artistas que supieron ver los peligros de la globalización de la información y, con gran habilidad y cinismo, “se deslizaron por la superficie de las cosas” sin perder un ápice de integridad cuando en los noventa eran capaces de conectar con Sarajevo en mitad de un concierto, veinte años después parecen espectadores de la actual miseria humana y política, contemplando lo ocurrido desde una perspectiva tan local. Mientras hace décadas miraban al mundo desde su música, ahora miran el mundo desde la perspectiva nostálgica del número 10 de Cedarwood Road, buscando encontrar el sentido de la vida regresando a la inocencia tras haber pasado por la experiencia blakeniana.

Conceptualmente es magnífico y un malentendido para muchos de esos seguidores que creían que “Songs Of Experience” mostraría los ases en la manga que los irlandeses seguramente todavía guarden pero ya no les interesa sacar, para aquellos que se creían que tras “Songs Of Innocence”, esa experiencia significaría volver a la experimentación de los noventa que, por cierto, U2 parecen empeñados en explicar y justificar, bien a través de las animaciones de las pantallas o, cuando Bono, minutos antes de encarnarse en MacPhisto, aseguraba en estas dos noches madrileñas (y en el resto de la gira) que los noventa fueron sus años de experimentación y cómo sobrevivir a los ochenta, escuchar para creer…

La noche del jueves y mucho me temo que la de esta noche en Madrid, no hubo patada a ningún balón como en el Bernabéu, ni tampoco habrá una instantánea histórica como la del fotógrafo Alberto Cuéllar cuando, brillantemente, retó a Bono a tomar su cámara y si hubo cielo fue por la entrega de un público que, pese a jugar un papel fundamental en la historia de U2 en nuestro país y aquel concierto mítico del Joshua Tree (que ninguna de las dos partes será capaz nunca de olvidar) ha sufrido los trece años de sequía que median entre aquel concierto del 2005 y el cuestionado Vertigo Tour y este Experience + Innocence Tour, cuyo inicio de concierto debe mucho al ZOOTV Tour y hasta los primeros compases de “The Blackout” logran la ensoñación de una suerte de “Zoo Station” que enmascara una composición actual simple como pocas y consigue que “Lights Of Home” parezca superior. Lo que más sorprende es que la juvenil “I Will Follow” y su inmediatez punk barra de un plumazo canciones más recientes, la inocencia de cuatro chavales del norte de Dublín encerraba más hambre que la de cuatro tipos que veranean en la costa azul y cuyo apetito hace mucho que fue saciado.

“Beautiful Day” es un trámite hasta la sorpresa que es “The Ocean” y la conmovedora “Iris” en la que Bono se transforma en Paul homenajeando a su madre y la congoja de escuchar algo tan íntimo en directo frente a miles de personas se convierte en uno de los grandes momentos de esta y la pasada gira, siendo una de mis favoritas, como “Cedarwood Road” y la ensoñación y la nostalgia, la melancolía que destila la guitarra de The Edge. Sin embargo, no me gusta la versión descafeinada de “Sunday Bloody Sunday”, echo de menos la energía de la batería de Larry, como también sonó débil o con menos rabia “Until The End Of The World”, una de esas canciones que pese a no haber disfrutado nunca del éxito que se merece, considero imprescindible en un concierto de U2, como “Bullet The Blue Sky”, desaparecida en este Experience + Innocence Tour, como el resto de “The Joshua Tree”, no puede culparles tras la gira anterior…

El horrendo peaje de “Elevation” o “Vertigo” parece inevitable, hasta “Even Better Than The Real Thing” o la joya oculta que es “Acrobat” y que, por fin, suena en directo en esa suerte de canciones que U2 parece estar regalando a su público más fiel tras años de peticiones (muchos seguimos esperando “Like A Song” o “Drowning Man” tras haber disfrutado de “Acrobat” o “Exit”), con Bono transformado en MacPhisto, un personaje al que los años le han sentado maravillosamente bien. Pero la caída es espectacular si tras “Even Better Than The Real Thing” o “Acrobat”, los números siguientes son “You're the Best Thing About Me” o “Summer Of Love” y más si comparten momento con versiones remozadas de “New Year's Day” o la ya agotadísima “Pride (In the Name of Love)” a la que el lavado de cara le sienta estupendamente bien como horrendo el cambio de tempo, tornándose lentísima.

En ese viaje a lo largo de su historia, recuperan incomprensiblemente “City of Blinding Lights” o una desgastada versión de “One” antes de despedirse con una nadería, “Love Is Bigger Than Anything in Its Way”, pero también saber cerrar el ciclo con la bonita y emotiva “13 (There Is a Light)” en un concierto con tantas luces como sombras, con un Bono especialmente estático y sin querer forzar demasiado la garganta y el bonito mensaje de unión y solidaridad en el que lo único que nos chirrió a todos fue la sensación de ser testigos de un espectáculo demasiado politizado o la mención de Miguel de Cervantes junto a Javier Bardém, tanto como la comparación de Isabel Coixet y Marie Curie durante “Ultraviolet” en su última visita a Barcelona.

Adoro a U2, escuchando sus canciones han pasado algunos de los mejores años de mi vida y les estaré eternamente agradecido por ello, he podido estrechar su mano, mi viaje continuará paralelo al suyo y acudiré religiosamente a la cita en cada uno de sus discos y giras pero, abusando de esa misma confianza, con ellos siento lo mismo que con alguno de mis mejores amigos y es la amarga sensación de que, cuando nos reunimos, lo único que ya nos une es el pasado…


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