Crítica: Devildriver "Outlaws 'til the End: Vol. 1"

Hay algo especialmente atractivo en la mezcla de western y tecnología, de country con metal, es verdad. Hank Williams III lo ha hecho con especial ventura y pericia, de casta le viene al galgo, dirán muchos; no todos los músicos pueden presumir de un antepasado como el de Hank Williams, respeto eterno. Pero, sin embargo, hay algo extraño en el mestizaje de country con groove metal, no es que el experimento de DevilDriver no funcione, es más; una escucha apresurada con la inicial “Country Heroes” y Williams III a las voces junto a Fafara, además de ese efectista slide, hace presagiar un álbum mucho mejor del que termina resultando. Y es que lo que funciona en algunas canciones, se hace indigesto a lo largo de doce composiciones grabadas por Johnny Cash, Steve Earle, Hank Williams, George Jones o Dwight Yoakam, por los pocos matices y el aspecto prefabricado habitual de un subgénero como el groove metal que, bien entendido, es tan poderoso como cualquier otro pero, mal entendido, se traduce en descargas de vigorosos esteroides que suele caer en el ridículo, en la hipérbole.

De manos de Steve Evetts (The Dillinger Escape Plan, Havok, The Cure pero también lo peor de Sepultura, Butcher Babies o, por increíble que parezca; Berri Txarrak), los de Santa Barbara o, mejor dicho; Dez Fafara, rescatan del baúl todas aquellas canciones de maleantes, forajidos, polvo, arena, pólvora y whiskey, de aquellos artistas inmortales que, como Cash, vistieron de negro y tuvieron más huevos que toda la escena metal actual. El experimento, aunque no demasiado novedoso, resulta sobre el papel pero no aguanta repetidas escuchas sin que, como un plato fortísimamente condimentado, se repita y harte a las pocas cucharadas. “Whiskey River” (grabada y popularizada por Willie Nelson, de ahora en adelante tan sólo mencionaré aquellos que la popularizaron y no sus compositores para no convertir esta crítica en un batiburrillo de referencias), cuenta con la inestimable colaboración de Randy Blythe y Mark Morton de Lamb Of God que vienen de grabar un sólido y honesto álbum de versiones como Burn The Priest. La versión está repleta de detalles efectistas, de exceso y mala leche, de distorsión en las voces de Blythe o Fafara y, de nuevo, ese slide que, a la postre, será el único elemento que le confiera el toque de western o country a un álbum que, de no ser por las guitarras, sería uno más de groove en muchos de sus momentos.


“Oulaw Man” (The Eagles, recuerda; popularizaron, no compositores) golpea como un martillo pilón entre las guitarras de Spreitzer y Tiemann, buen estribillo e interpretación de Fafara, quizá una de las mejores del álbum, junto a "Ghost Riders in the Sky" con la presencia de los mismísimos John Carter Cash y Ana Cristina Cash, además de Blythe, en la que sí se entiende la idea de Fafara y se siente el respeto por el género, además de las ganas de hacer algo completamente diferente. Pero, a partir de "I'm the Only Hell (Mama Ever Raised)" o, más en concreto; "If Drinking Don't Kill Me (Her Memory Will)" con Wednesday 13, el album entra en punto muerto, uno del que solo será capaz de sacarnos el propio Johnny Cash con la inmortal “The Man Comes Around” (con Lee Ving), quizá la única concesión más accesible al gran público y el de otros países, no tan familiarizado con Wiliams, Blue o Yoakam (de este, precisamente, recuperan "A Thousand Miles From Nowhere")


“Copperhead Road” (con Brock Lindow de 36 Crazyfists) es una versión más pegajosa que las mostradas hasta el momento, la presencia de Lindow y su metalcore, favorece a la interpretación de DevilDriver como la de Burton C.Bell en "Dad's Gonna Kill Me" (una de las mejores voces y subestimadas del metal en los noventa). Para concluir, recurren de nuevo a la familia Williams pero esta vez a Hank Williams Jr. Con “A Country Boy Can Survive” o la poco afortunada de “The Ride” de nuevo con Lee Ving, en un álbum que, como señalaba al comienzo, puede llegar a engañar en las primeras escuchas a todo aquel que no le preste demasiada atención y termina desinflándose.

Es verdad que la idea de Fafara era mezclar groove con metal pero se echan de menos acústicas y armónicas que tan buenos resultados dan en el metal (que se lo pregunten si no a Al Jourgensen de Ministry y su manera de soplar) sin que su presencia restase un ápice de agresividad y es que “Outlaws 'til the End: Vol. 1” demuestra una vez más que la contundencia no siempre reside en la estética musical sino en el fondo de esta. Pero la gran duda es saber si, al revés de los de Virginia con su álbum de versiones, lo de DevilDriver es una huida hacia delante ante la falta de ideas para grabar nuevas canciones o un homenaje en toda regla en el que las ideas son buenas pero parecen del todo incapaces de llevarlas a buen puerto.

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