Crítica: Orange Goblin “The Wolf Bites Back”

Hay bandas que consiguen ese complicado equilibrio entre obtener el favor del público, seguir publicando álbumes y canciones de gran solidez, repitiendo una y otra vez la misma fórmula, aceptando que ese es su estilo y son fieles a él. Lo que es, aparte de una declaración de principios y autenticidad, la clara constatación de que eso es lo que les gusta, saben hacer; lo que les sale de las entrañas. Orange Goblin, tras nueve discos, dejan claro que aquí no hay experimentación sino oficio y trabajo, que desde su debut “Frequencies from Planet Ten” (1997) han sido literalmente incapaces de publicar un mal disco y que, pese a que la cima la alcanzaron con “The Big Black” (2000), acudir a la cita de un nuevo álbum de los ingleses sigue siendo garantía de éxito. Levemente inferior a “A Eulogy for the Damned” (2012) y “Back from the Abyss” (2014) (aunque dependerá del gusto de cada uno, claro está) lo mejor de “The Wolf Bites Back” (producido por Jaime "Gomez" Arellano; Paradise Lost, Ghost…) es que sigue sonando a stoner, doom, blues, groove. En definitiva; ¡a Orange Goblin! Continuando lo mostrado en anteriores discos (tampoco había necesidad de cambiar), con canciones que, en ocasiones, nos recuerdan al rock y el desenfreno de Clutch pero también a Fu Manchu o Motörhead (el propio Phil Campbell presta sus dedos al álbum) e incluso ZZ Top ("Ghosts of the Primitives") o ese doom pesadote que tanto amamos los seguidores de Electric Wizard, aunque aquí Orange Goblin le impriman un poco de ritmo y termine con más groove que pegada, desde luego, no seré yo el que se queje...

Los descendientes de Salem llegan con "Sons of Salem" y Orange Goblin practicando ese stoner en el que actualmente no tienen rivales. La introducción de Chris Turner augura algo grande y el descorche de Ben Ward es whisky en su garganta mientras las guitarras vibran con el pulso eléctrico de Joe Hoare. Una guitarra acústica abre la homónima "The Wolf Bites Back” y el álbum coge cuerpo a la vez que mantiene el ritmo, el estribillo es pegadizo; es puro rock y la banda parece quemar. Ward lo borda en "Renegade" y Orange Goblin suenan a Motörhead más que nunca mientras que el distorsionado bajo de Martyn Millard en la introducción de "Swords of Fire" crea el contrapunto perfecto al desenfreno anterior por Kilminster. ¿Quién dijo que el orden de las canciones en un álbum no tenía importancia? "Swords of Fire" se convierte en un número doom al que Ward se une más tarde.

Como antes indicaba, los primeros compases de "Ghosts of the Primitives" podrían haber sido firmados por Gibbons, Beard y Hill, sino fuese porque, poco a poco, la canción va evolucionando (magnífico el cambio de Chris Turner) hasta convertirse en un acerado rock ‘n’ roll, hasta la fusión de la introducción de "In Bocca Al Lupo", una instrumental que sirve para apaciguar los ánimos y sirve como punto de inflexión. No es casualidad que, tras ella, "Suicide Division" rinda el tributo definitivo a Lemmy; Millard golpea su bajo a tope de distorsión mientras Chris Turner parece seguirle espoleado por el espíritu de Mikkey Dee. En “The Stranger” tocan el cielo de nuevo, rock con tintes blues y la mejor interpretación de Ward, muy similar a Mike Patton, tras la cazalla de la galopante "Suicide Division".

"Burn the Ships" desmerece ligeramente el resultado, no es una mala canción, pero no está a la altura y tampoco aporta demasiado a un álbum que se despide con una bastante más intensa y emocional, como es “Zeitgeist”. Orange Goblin han vuelto a grabar un disco más que notable sin despeinarse, siendo fieles a su estilo y a sí mismos, cuatro años después del extraordinario “Back from the Abyss”, sin forzar a la inspiración, pero tampoco sin perder cohesión como banda o gancho en sus nuevas canciones. Engrasados y funcionando a la perfección, les quedan todavía muchos kilómetros por delante y a nosotros a su lado…


© 2018 Jim Tonic