Crítica: Sabaton "The Last Stand"

Es muy complicado escribir una crítica no del todo positiva ante un lanzamiento así, tan blanco e inocente, en el que ninguno de los miles de chavales que van a comprar el álbum o una entrada para ver a Sabaton de nuevo en directo podrá sentirse defraudado y sí hipersensible ante cualquier comentario o crítica más templada que entenderán, sin duda, como un ataque; porque la música nos toca muy adentro y cuando alguien se mete con nuestras canciones o artistas favoritos parece estar abriéndonos en canal pero, a cambio y como consuelo, también les diré que es algo que se pasa con la edad y uno aprende a enfriarse y entender que no todo lo que nos gusta es genial y tiene que encajarle a todo el mundo, que la crítica –positiva o negativa- nos ayuda a tener más de una visión de la misma obra y que, al margen de éstas, el gusto de cada uno es el que es.

“The Last Stand” es un álbum en el que Joakim Brodén lo único que ha hecho ha sido tomar todos los elementos que hacen que Sabaton funcione y elevarlos a la enésima potencia orientando su banda, como producto, a un sector de público mayoritariamente joven que encontrará, sin duda, lo que busca y condenándola desde hace mucho tiempo para todos aquellos que esperamos algo más lejos de la caricatura y el entretenimiento más fácil. ¿Y es todo esto malo? Pues sí y no. Sí cuando, actualmente, el fan medio cree saber más de música que los propios músicos y exigen –exigimos- en muchas ocasiones una apertura de miras, una evolución, una pericia técnica y una inspiración sin límites pero, aquí va la pirueta doble y sin red; sin traicionar su propio legado. Por lo que, desde este punto de vista en el cual somos tremendamente exigentes con otros artistas, lo que Brodén ha hecho, aplicándolo al finito mundo de musas en el que a Sabaton le gusta tanto moverse; de todo menos luchar o arriesgar en su propia batalla o carrera. ¿Qué es lo que aman los fans de Sabaton? “Perfecto, hablemos de las Termópilas, de Bannockburn o Shiroyama y tanques, honor, sacrificios en el campo de batalla, héroes y banderas y subamos simplemente el volumen a todo, tú Hannes dale al doble bombo que Peter nos pone diez canales para las voces en el estribillo y viento en popa a toda vela... Si funcionaron los anteriores, ¿por qué no éste?” Esto, que leído así puede hacerle gracia a muchos seguramente le hará muy poca a todos aquellos que viven de verdad la banda pero, por desgracia, es cómo se ve al combo sueco desde fuera…

Está claro que una producción a cargo de Peter Tägtgren (Hypocrisy, PAIN, Bloodbath o Lindemann entre otros) con un músculo financiero como la poderosísima NuclearBlast que no va a escatimar en publicidad y la distribución de diferentes ediciones (a cada cual más jugosa y de diferentes importes; desde el álbum sencillo a una con un tanque en miniatura) con unos músicos como Sabaton que parecen funcionar inifinitamente mejor sobre las tablas, en el directo, que cuando se sientan a escribir y cuya sacrificada agenda en la carretera ha sido más que puesta a prueba tras la desbanda del 2012 es imposible que suene mal. En “The Last Stand” encontrarás grandilocuentes teclados, vigorosísimos coros que te harán crecer pelo en el pecho y sentir el ardor de la batalla correr por tus venas, momentos tan épicos que te emocionarán y canciones realmente efectistas. ¿Cuál es el defecto si es que lo tiene? Pues que, aparte de sentirse todo demasiado forzado, esos momentos de auténtica brillantez son tan fugaces que el resto del álbum se convierte en un constante canto varonil al unísono, sobreproducido hasta el paroxismo en búsqueda de una permanente e impostada épica para paliar la falta de genialidad en el resto de canciones de un disco de tan sólo once tras dos años desde “Heroes” (2014) en el que no han parado de girar, girar y girar y quizá sea esto último lo que no les permite sentarse, planear el próximo álbum y darse unos meses para escribir sin tener que recurrir, una y otra vez, al cliché en el que están convirtiéndose desde hace mucho.

“The Last Stand” supera en épica –maldito pero necesario término que se repetirá en más una línea en una crítica de Sabaton- a “Heroes” (2014), si es que esto es posible, pero no en inspiración a “Carolus Rex” (2012) y, para todos aquellos que aseguran amar “Coat Of Arms” (2010) tan sólo recordarles que “The Art Of War” (2008) era infinitamente superior, como “Attero Dominatus” (2006) e incluso “Primo Victoria” (2005) y también que estoy seguro de que Sabaton un día romperán esta línea continuista –a todos los niveles- de “The Last Stand” y, sin abandonar su particular universo, volverán a grabar un álbum de verdadera altura (no en cuanto a producción o ejecución sino en cuanto a inspiración y riesgo). Lo que no puedo evitar mencionar son las sorprendentes reacciones de todos aquellos que nos hemos atrevido a reseñarlo y que, en poco más de cuarenta y ocho horas, en lugar de mostrarse más tibios y calmados analizando el álbum y su contexto, comparándolo inevitablemente con el resto de su obra, han cedido al fan que llevan dentro y juran estar ante el mejor álbum de power de los últimos diez años. ¿En serio?

La mítica batalla de las Termópilas es narrada en “Sparta” en la que los exageradísimos “Ooh, aah, ooh, aah” le imprimen ritmo a la introducción antes de que Broden entre narrando la heroíca escena y claro que resulta; tenemos una sorpreproducción con Brodén, Sundström, Rörland, Sundström y Englund (que abandonará la formación tras su último concierto en el Sabaton Open Air en Falun) cantándo un tema sin demasiados recovecos o complejidad, como antes señalaba; Sabaton jugando en su propia casa y cero riesgo. “Last Dying Breath”, dedicada al militar yugoslavo Dragutin Gavrilović y su célebre maniobra en la defensa de Belgrado durante la Primera Guerra Mundial, resuena aún más vigorosa y las guitarras de Rörland y Englund no podrían sonar mejor como también estoy seguro de que “Blood Of Bannockburn” es un gran single y todo un cañonazo en directo y si tolero las gaitas (con todo mi odio al folk metal y cualquier instrumento de viento que se cuele en un disco de metal) es porque aquí Sabaton han hecho un inteligentísimo uso del arreglo incorporándolo con sabiduría al contexto de la batalla en la Primera Guerra de Independencia de Escocia allá por el siglo catorce.

Tras la introducción “Diary Of An Unknown Soldier”, llega el momento más exagerado con el batallón perdido en la Primera Guerra Mundial y esos coros tan pomposos bajo ese ritmo tan pesadote y pretendidamente emocionante. ¿Fallan los coros, la melodía, la instrumentación? No, lo que fallan son las intenciones, “The Last Stand” está montado como un mecano de power metal sobre unas canciones fáciles y preparadas para el tararero o el coro, birra en mano, durante sus conciertos. Me gusta el power desde que tengo uso de razón pero no puedo tomarme en serio algo como “The Lost Battalion”; me siento como en la bodega de un barco pirata en vez de en la Primera Guerra Mundial con toda su crudeza y dureza.

“Rorke's Drift” aligerará la carga gracias a su doble bombo pero no entiendo qué les ha pasado en el estribillo y por qué han decidido darle aún más protagonismo a esos teclados que lejos del himno power que prometía acaba convertida en lo que parece el tema principal de una serie de anime para un canal autonómico. Por suerte, “The Last Stand” es otra cosa, el tema principal de un álbum conceptual, en la que rinden homenaje a la heroíca resistencia de la guardia suiza en el asalto a Roma de 1527. Brodén está cómodo, grande cuando canta siendo él mismo y no ese personaje más bronco y rasgado (como ocurre, por ejemplo, en la anterior) como “Hill 3234” suena más directa y a la yugular, sin explotar todos esos recursos que en otras canciones les hacen caer en la autoparodia más absoluta; obviamente, el peaje es grande porque “Hill 3234” no será la más recordada o solicitada en directo de todo “The Last Stand” pero el solo de guitarra es verdaderamente genial, repleto de sabor, y tanto la narración de la defensa soviética en Afganistán como el estribillo es bastante más creíble y suena mucho más natural que cualquiera de las anteriores.

La melodía de “Shiroyama” es grande pero esos teclados tan efectistas le restan credibilidad; hay una diferencia entre el power y sus elementos y la exageración porque sí. “Shiroyama” posee la melodía y la emoción pero lo sintético de su envoltorio repercute en el resultado final y, lo peor de todo, es su continuación; “Winged Hussars”, en la que Brodén abandona Japón para llevarnos con los húsares con el mismo poco riesgo y el mismo acabado que en la anterior pero con una melodía con menos gancho. ¿Cómo lo soluciona? Más coros, más arreglos y los teclados a tope, tapando incluso a las guitarras hasta convertir la canción en algo más cercano al synth metal que al power. Y, para acabar, nos vamos a Austria con “The Last Battle”, un collage de todo lo exhibido en “The Last Stand” mezclado sin rubor alguno pero con infinita poca gracia en una canción indigna como cierre que no aporta gran cosa al álbum.

No es un mal disco, en absoluto, y tiene grandes canciones que serán infalibles en sus conciertos pero el resto es relleno, "masilla de Sabaton", con el extra de la inédita “Camouflage” y las versiones de “All Guns Blazing” de Judas Priest y “Afraid To Shoot Strangers” de Iron Maiden que son tan sólo una excusa más para la edición especial porque no son más significativas que las miles que ya existen grabadas por otras bandas.

¿Cómo es posible que haya escrito todo esto cuando los medios profesionales van a puntuar el álbum entre notable y sobresaliente? Pues siento ser yo el que tenga que destetarte y recordarte que en esos medios profesionales poco queda ya de esa profesionalidad a la que estás recurriendo cuando quieres corroborar lo bueno que es lo que te gusta cuando la cantera en la que buscan redactores son estos propios medios tan supuestamente poco profesionales como el que lees y, habitualmente, tanto unos como otros son untados y las críticas son un elemento publicitario más de la discográfica/ promotoras y muchos de esos profesionales se van a matar por un pase de prensa, acceso al foso y media docena de fotos con ojo de pez a medio metro de Brodén o una entrevista en la que sólo vas a leer y escuchar lo mismo de siempre para luego asegurarte que el concierto ha sido apoteósico y toda una descarga brutal del mejor power sueco.

Ni todos los discos son obras grandiosas que perdurarán en el tiempo, ni todos los conciertos son noches inolvidables de cuatro cuernos y dos rayos australianos; que no te vendan la entrada. De ti depende ser uno más de esos que pasan por caja cada dos años o alguien con más espíritu crítico. Sabaton puede que no hayan defraudado con "The Last Stand" pero eso tampoco es tan positivo cuando te das cuenta de que dentro de dos y cuatro años volverán a publicar el mismo álbum con las mismas ideas, más volumen y producción y cada menos inspiración en unas composiciones que tienes la sensación de haber escuchado ya un millón de veces antes…


© 2016 Albert Gràcia