Crítica: The Prodigy "The Day Is My Enemy"

The Prodigy se han equivocado porque el día no es su enemigo sino ellos mismos y el paso del tiempo. Con "The Day Is My Enemy" tengo una curiosa mezcla de sentimientos; por un lado, me apetece escucharlo una y otra vez porque, no nos vamos a engañar tampoco, tiene algún que otro momento glorioso pero, por otro lado; si vuelvo a escucharlo una vez más del tirón estoy convencido de que acabaré empotrando mi flamante MacBook Pro contra la pared. No, no os equivoquéis, no me he vuelto loco y tengo claro que el nuevo disco de The Prodigy no vale gran cosa pero también es verdad que a veces, aunque muy contadas, siento algo ligeramente remotamente parecido a emoción cuando uno de los ritmos sincopados de Liam Howlett sacuden el subwoofer y los sintetizadores hacen crujir el cono de mis altavoces. Decía un conocido batería de rock con mayúsculas que el secreto de una buena canción, el secreto de un éxito, el noventa por ciento de las veces estaba en el ritmo, en el groove y no le faltaba razón. En los últimos veinticinco años he asistido a cientos de conciertos pero ninguno, ni los más emocionantes y sensibles, salvajes o extremos, han llegado al último rincón de mi cerebro y la última de mis tripas como uno de electrónica. Recuerdo haber vivido a Underworld, Chemical Brothers, Goldie, Orbital o Howie B en los noventa y recordarlo como una experiencia, lo mismo que sentí cuando vi a The Prodigy presentando "Fat Of The Land", era 1997 y asistir a un concierto suyo era toda una experiencia como hace años sentí lo mismo con deadmau5 cuando ese jodido canadiense mezcló en directo "Some Chords" o "Sofi Needs A Ladder", sin pregrabados. No soy un ningún gurú de la electrónica pero me emociono como cualquiera cuando siento mis vísceras latir al ritmo de la música y entiendo esa llamada primaria y primitiva. ¿Qué quiero decir con todo esto?

Pues que lo que funcionaba en un álbum tan anodino como "Invaders Must Die" (2009) pero le perdonábamos a los de Essex porque sonaba divertido, lúdico y lúbrico a partes iguales, en "The Day Is My Enemy" se escapa entre las dedos. No es que el álbum sea malo, es que directamente no funciona como debería. Si lo que Howlett quería era barrer de un plumazo a  todos los supuestos impostores de la música electrónica y crear su álbum más violento, debo aclarar que no lo ha logrado y es en parte porque las canciones no funcionan. No hay un nexo que las una, el disco carece de sentido y unidad pero lo peor no es eso sino que los cortes de manera independiente tampoco convencen como deberían y a veces uno tiene la sensación de estar escuchando un álbum repleto de ideas sobrantes y remezclas.

La gracia de titular el disco y la canción que lo abre como un homenaje a Cole Porter y su "All Through The Night" es tan sólo una anécdota porque "The Day Is My Enemy" pronto se convierte en un sampler machacón y no contiene ni un átomo de un ápice del ingenio de Porter o de la neurona más perdida en la masa cerebral de Liam. ¿Seis años de lapso para esto? No, no es lo que espero de Howlett, lo siento. No es que viva anclado en los noventa y desee que The Prodigy vuelvan a facturar un disco como "The Fat Of The Land" es que, a estas alturas, me conformaría con un "Always Outnumbered, Never Outgunned" (2004) o incluso el mencionado "Invaders Must Die". Sencillamente, las canciones de este disco no transmiten. "Nasty" no es de lo peor e incluso la parte central y su arranque en el puente pueden llegar a convencer a muchos pero no. Como "Rebel Radio" tiene uno de los mejores comienzos de todo el disco pero pronto se ve silenciada por el ritmo sincopado y la voz de Keith Flint, el estribillo sampleado y una deceleración nos sirven para marchar en otro compás mientras los sintetizadores bajan el tono varias octavas y volvemos a desbocarnos hacia el final pero donde antes alcanzábamos el clímax, en "Rebel Radio" iremos descendiendo poco a poco. Eso sí, los metales enlatados con tintes orientales de los últimos segundos son auténticamente sobresalientes, lo que demuestra que Liam todavía tiene talento y gusto, que no ideas.

La aportación de Sleaford Mods es tan interesante como la Flux Pavillion (nótese mi fina ironía) pero no, no consiguen levantar la canción. El riff de "Ibiza" es quizá uno de los más macarras y cafres de The Prodigy y la verdad es que el sonido correoso y ácido de los ingleses no se ha perdido en "The Day Is My Enemy" e incluso podríamos creer que éste era uno de los objetivos de Howlett; producir esa sensación radioactiva en las cuerdas del disco, expresión con la que se le llena la boca a todos los críticos pero, por mucha "radioactividad" de mentirijilla que destile su electrónica y los chillones colores de la portada, "Ibiza" no funciona; no, no, no...

¿Es el timbre de tu smartphone? ¿Has recibido un WhatsApp? No, es "Destroy", una de las más interesantes del conjunto que nos hará creer en las cualidades terapéuticas de una buena rave como "Wild Frontier" se acelera y nos lleva a un subidón claramente provocado por ese "in crescendo" coral que termina por defenestrarse en "Rok-Weiler", una pena porque podría haber sido un gran tema. Parece que Howlett quiera convencernos a base de subir los beats al máximo hasta casi dejarnos sordos para enmascarar que las canciones no valen gran cosa y así es... Manda narices que "Beyond The Deathray" sea tan sólo una visagra, un interludio entre cara y cara porque es quizá el sinte más interesante de todo el disco, apocalíptica e intensa en sus tres minutos que sirven de introducción a "Rhythm Bomb" con Flux Pavillion; es irónico que se llame así porque, a pesar de su ritmo machacón, ni es una bomba ni destaca por éste. Cuando comienza "Roadblox" entendemos que "The Day Is My Enemy" hace ya varias canciones que ha entrado en claro declive, que ha perdido (más ironía) el ritmo y que lo que presenciamos es el atardecer de ese día de la portada. "Roadblox" intenta acelerar nuestros corazones gracias a los sintetizadores pero no lo logra, por lo menos hay que agradecerle a Liam que haya bajado la pista base en la mezcla. Una textura interesante es la que logra en los primeros segundos de "Get Your Fight On" gracias a esa guitarra, ¿radioactiva? (¡vamos, coño, sonreíd todos esos plumillas que leéis esta crítica para luego conformar la vuestra!). Venga sí; ¡radioactiva! y todos a orgasmar pero nada más, anodina...

La arabesca "Medicine" nos sorprende cuando ya creíamos que el disco estaba comatoso pero casi cuatro minutos en bucle son demasiados para tan sólo diez segundos geniales. Curioso que cuando Liam levante el pie del acelerador y se olvide de copiarse a sí mismo e intentar reverdecer los laureles de The Prodigy se saque de la manga piezas tan interesantes como "Invisible Sun" pero la cabra tira al monte y decide acabar con "Wall Of Death" que se convierte en un mal chiste y una parodia de sus mejores tiempos.

A toda crítica negativa es inevitable que surjan las voces de aquellos para los que el grupo es casi una religión y crea que el que escribe ha cometido herejía y esté blasfemando pero si después de seis años esto es lo mejor que The Prodigy pueden grabar es que han envejecido y lo auténticamente violento sería que hiciesen algo diferente, que no sonase a un pastiche de remezclas, de descartes o ideas desechadas del pasado. A veces lo auténticamente violento es ir contracorriente y un disco malo o mediocre es tan fácil de identificar cuando el sentimiento agridulce de una crítica negativa es inversamente proporcional a la satisfacción que sus seguidores más acérrimos encuentran al pincharlo. 

© 2015 Hal Incandenza