Crítica: The Smashing Pumpkins "Monuments To An Elegy"

No me gusta enjuiciar tan rápido el disco de un grupo que ha significado tanto para mí y que se resuelve en poco más de treinta minutos de duración y una portada estéticamente poco acertada pero, grosso modo; “Monuments To An Elegy” es el mejor disco de The Smashing Pumpkins desde “Mellon Collie And The Infinite Sadness” (1995) y el experimento resultante de la ausencia de Chamberlain y el funesto momento personal de su creador, “Adore” (1998) y no exagero. Lo digo desde el más absoluto convencimiento y además teniendo en cuenta que, a pesar de mi amor por los Pumpkins, no por ello he perdido el sentimiento crítico y he sido el primero en cuestionar los últimos diez años de Corgan. Pero, a mi gusto, la incógnita más grande de toda la carrera del grupo de Chicago es Billy en sí mismo. ¿En qué momento y por qué perdió el rumbo? Tengo una pequeña teoría acerca de ello que me gustaría compartir con todos vosotros. Creo que este disco bien merece la pena que nos extendamos más allá del me gusta o no me gusta en las canciones, no sería justo tampoco.

Kurt Cobain se despidió de este mundo con un tiro (o lo borraron del mapa, que cada cual tome la teoría conspiranoica que más le guste), a Layne Staley le perdimos también de manera inesperada (por no hablar de Shannon Hoon, Andrew Wood y tantísimos otros tristemente desaparecidos de aquella época) y, mientras sus cadáveres permanecen jóvenes y bellos como intacta su leyenda, Vedder, Cornell y Corgan (por favor, únicamente nombraré a los que disfrutaban de la primera línea, no nombraré a Thurston y Lee, Dulli, Lanegan o Arm, entre otros) han tenido que aguantar una prueba aún mayor; la de envejecer junto a su público. Así, mientras que Vedder lo ha hecho con coherencia y Cornell ha tenido que claudicar con unos Soundgarden cada vez más cansados, Corgan no fue capaz de soportar la presión de ser Billy Corgan, valga la redundancia.

“Mellon Collie” fue su último gran disco, un titánico doble esfuerzo que, a pesar de su larguísima duración, le consagraba como el gran autor que es. Ya no era el chaval que compuso el magnífico y, a ratos, psicodélico “Gish” (1991) a base de nerviosos guitarrazos, ni el icono generacional en el que se convirtió con el personal y emocional “Siamese Dream” pero en la gira “Infinite Sadness” no sólo murió Jonathan Melvoin con aquel chute de heroína junto a Chamberlin en Nueva York (en el que, gracias a Dios, el batería se salvó) sino también el propio grupo. Chamberlain fue expulsado de los Pumpkins y quizá eso explique las sintéticas bases que protagonizaron “Adore” (no así en directo con Matt Walker) pero aquello -a pesar de reclutarle de nuevo en el 99 para “Machina/ The Machines Of God” (2000)- le demostró a Corgan que su grupo era lo que él siempre había defendido (basta ver la analogía del circo en el “Vieuphoria” del 94) y así, aunque volvió Chamberlain salió D'arcy Wretzky y entró la guapísima Melissa Auf der Maur para finiquitar el grupo en una gira que se anunció como la última y definitiva, un disco que regalaron a sus seguidores como “Machina II/ The Friends & Enemies of Modern Music” (2000) y disolver definitivamente el binomio Iha/ Corgan. Es verdad que Corgan enseñó a Iha gran parte de lo que sabe a la guitarra, que Corgan es técnica y creativamente superior a él, que D'arcy no era una gran bajista pero le aportaban sensación de unidad, de pertenecer a un grupo en el que -aunque él fuese el líder- tenía que tener en cuenta a otras tres personas, quisiera o no. Como músicos, únicamente él y el todoterreno de Chamberlain (una auténtica fuerza de la naturaleza tras los parches) eran los verdaderos pilares de los Pumpkins.

Pero, pese a disolver el grupo, Billy no dejó de trabajar y fundó Zwan (una formación a la que no permitió crecer pesé a facturar un disco con buenas ideas, aunque mediano, como “Mary Star Of The Sea” en el 2003) y publicó su primer y único disco en solitario hasta la fecha, “TheFutureEmbrace” en el 2005, con el cual se asentaba ya plenamente en los devaneos electrónicos iniciados en “Adore” y confirmados con New Order, un más que interesante debut al que tampoco quiso dar continuidad. Pero a Billy este continuo errar se le hizo cuesta arriba, debería estar centrado componiendo canciones en un entorno estable que no consiguió ni con Zwan ni en solitario ya que, después del éxito conseguido con sus compañeros, sentía que la industria le daba la espalda a todo los proyectos que no firmase bajo el nombre de The Smashing Pumpkins y no le faltaba razón. Se había comido siete años desde la separación del grupo que le había dado la fama mundial y decidió volver por todo lo grande con “Zeitgeist” (2007) pero se quedó a medio gas y un experimento como “Teargarden by Kaleidyscope” (2009) que obviamente naufragó. Una década de buscar su lugar, profesional y personalmente, en la que ha llegado a organizar su propia liga de lucha libre, realizar infumables sesiones de ocho horas de música ambiental o convertir sus conciertos en toda una lotería porque el principal problema de la segunda encarnación de Smashing Pumpkins, con o sin sus compañeros de toda la vida, es la incapacidad de Corgan para aceptar su propio pasado y entender que sus canciones más emblemáticas deberían compartir tiempo y lugar sobre las tablas con las más recientes y no establecer esa absurda competición, ya perdida de antemano, contra un legado ya histórico. Las nuevas canciones de Corgan son buenas, algunas excelentes, pero nunca podrán debatirse con aquellas que el tiempo ha teñido de nostalgia e inmortalidad. Corgan nunca más tendrá veintisiete años y nosotros tampoco dieciséis, ni falta que nos hace a ninguna de las dos partes.

Pero la separación de sus compañeros, la pérdida de su madre a finales de los noventa, su búsqueda de rumbo, sus problemas con la industria y su incapacidad para aceptar lo que sus seguidores le pedían y le seguirán pidiendo cuando se sube al escenario, además de los rumores de maníaco, controlador, perfeccionista insufrible en las distancias corta y tiránico con sus músicos, han hecho que Billy Corgan tuerza el gesto demasiado a menudo y busque la comodidad de su tetería, Madame ZuZu en Illinois, y componga discos sin demasiada esperanza pero, al mismo tiempo, convencido de que sus nuevas canciones son igual de valiosas o más que las que compuso hace dos décadas, lo que no es lógico es que se lo pida a sus seguidores interpretando únicamente las más recientes y tocando con escaso interés las más antiguas y con mal gesto o acabándolas antes de tiempo. Billy es grande y debería aceptar que todas las canciones de su carrera forman un todo.

A priori, su alianza con Tommy Lee puede resultar extraña de no ser porque ambos músicos atraviesan un momento similar si se entiende que sus carreras no están en el mejor punto y pueden aprovechar su experiencia a su favor. Además, Tommy Lee es un batería enérgico, con carácter y con carisma (muchísimo, infinitamente más que Mike Byrne, sí). "Monuments To An Elegy" tiene un poco de "Oceania", algo de "Zeitgeist" y más aún de "Adore". Sintetizadores, piano y guitarras rugientes, baterías contundentes y también cajas de ritmos, Corgan suspira y usa su tono nasal para transmitir, las letras son más maduras y quizá ya no rebosen de angustia adolescente pero se agradece que, poco a poco, haya sabido reubicarse. "Tiberius" abre el álbum y quizá sea una de las mejores aperturas de un disco de los Pumpkins en años, no es que "Quasar" fuese mala, es que directamente se iba deshaciendo según pasaban los segundos y, sin embargo, la grandilocuencia de "Tiberius" mientras Corgan repite: "Your eyes are one that can't see what it means. Yet still I love you like everything. Goes and goes. Goes and goes, It goes and goes, It goes" es absolutamente gloriosa, sus guitarras y las de Schroeder se pegan como un chicle, un comienzo memorable, épico y grandioso. Corgan se encarga de los teclados, los sintetizados y del bajo ya que Nicole Fiorentino, por desgracia, ya no está con ellos tampoco.

"Being Beige" fue lo primero que escuchamos del álbum y, sin ser una gran canción, contiene todos los ingredientes de los Pumpkins, una caja de ritmos, una guitarra acústica y todos se arrancan para hacerla despegar, el riff suave de un piano y en segundo plano, marcará junto con la acústica el final de la canción, no sin antes volver a estallar. Pero la sorpresa llega con "Anaise!" y el permiso a "Another One Bites The Dust" de Queen en el bajo, una de las mejores del álbum, con energía y un estribillo magnífico, una canción realmente estupenda y toda una sorpresa. "Oceania" no era un mal disco, tenía alguna canción bella como "The Celestials" pero ninguna con la misma garra que "Anaise!", no se trata de hacer canciones agresivas o rápidas sino que tengan algo de magia, como la que nos ocupa que podría haber formado parte de "Adore" perfectamente.

"One and All" fue el segundo corte que pudimos escuchar y es más contundente, de nuevo suena a los Pumpkins por los cuatro costados, las guitarras están más presentes aún, la batería restalla y ahora Corgan ya no canta "I Am One", el enfoque cambia y la rabia es diferente pero sigue palpitando. "Run2me", sin embargo, rompe el disco por completo y lo parte por la mitad, al principio cuesta escuchar a Corgan cantando sobre una base electrónica y un sintetizador discotequero hasta que la batería se descuelga y la canción coge cuerpo de nuevo, la más floja y simple del conjunto, un pequeño traspiés pero con arrojo. Llegamos al tercer corte que pudimos escuchar como adelanto, "Drum + Fife", una pequeña obra maestra con un comienzo desconcertante y una guitarra realmente genial, buen cambio de ritmo y un buen estribillo de nuevo, fuerza y funciona, aunque no sea memorable. A partir de este momento, el álbum vuelve a cambiar y se torna más personal, "Monuments" vuelve a "Adore" y "Oceania" con un sintetizador como eje, una de las más valientes sin llegar a caer en el petardeo de "Run2me".

"Dorian" suena como un viejo disco de Depeche Mode de los ochenta, nada que Corgan no haya investigado ya en, por ejemplo, "Eye" o “TheFutureEmbrace” pero suena más atractiva y sugerente con una gran interpretación de Billy en las segundas voces. Mientras que la guitarra de "Anti-Hero" sorprende y nos hace acabar el disco con más esperanzas que nunca y ganas de volver a escuchar "Monuments To An Elegy" de nuevo. Echo de menos más presencia del bajo (excepto en la memorable "Anaise!", por supuesto), más guitarras en algunas ocasiones y menos sintetizadores pero también es verdad que Corgan ha conseguido un envoltorio atractivo y diferente después de varios intentos. Infinitamente superior a "Zeitgeist", "Oceania" y, por momentos y aunque no contenga singles claros ni haya sido compuesto con esa intención, incluso a un disco de culto como "Adore". El año que viene se publicará "Day For Night" y sólo espero que tenga algo de lo que "Monuments To An Elegy" contiene, Corgan va por buen camino y con canciones así da igual si toca "Zero" o no en directo.


© 2014 Jim Tonic