Crítica: Candlemass "Sweet Evil Sun"

En pleno 2022, tras haber disfrutado profundamente de aquel “The Door to Doom” (2019) y de su gira, además de haberles conocido, he de admitir que sufrí un tremendísimo hype con aquel disco, la vuelta de Johan Langquist era algo demasiado sabroso e incluso aquellos aspectos que no me convencían del álbum terminaron gustándome. Pero el tiempo, el maldito tiempo (ese cabrón que corre raudo como un caballo desbocado), ha hecho que escuche más de la cuenta “The Door to Doom” y, gustándome y pareciéndome un buen álbum, me he percatado de muchos de esos defectos. Quizá sea por eso que el nuevo álbum de Candlemass, este que nos ocupa; "Sweet Evil Sun", era uno de los más esperados para saber cómo evolucionaría la reunión con Langquist, si sería una segunda parte de “The Door to Doom” y seguiría teniendo la sensación de que Johan desentona en algunos momentos, con Candlemass tirando hacia una suerte de metal añejo o si, por el contrario, volverían a sonar más doom, más cercanos al mítico "Epicus Doomicus Metallicus" (1986). Por otro lado, justo cuando termino de escribir esta última frase, me doy cuenta de que lo que planteo es un auténtica entelequia y tiene más que ver conmigo que con la propia banda; estoy seguro de que si Langquist o Leif Edling leyesen esta reseña o tuviese la oportunidad de decirles lo que pienso, seguramente se reirían y, con amabilidad, me explicarían que la vida cambia; que ni ellos, ni el mundo, son lo mismos que en 1986.

"Sweet Evil Sun" está producido, de nuevo, por Marcus Jidell, por lo que pocos giros de timón nos encontraremos cuando ni entre los músicos, ni el productor, hay gran cambio, lo que tampoco signifique nada negativo. Sin embargo, en donde sí hay diferencia es en el papel de Langquist; tal y como esperaba, la unión entre Candlemass y él, parece cuajar definitivamente, como se siente en "Wizard of the Vortex"; un inicio apabullante en el que, como oyentes, sentimos que hay una promesa, la de un álbum en el que nos esperan sorpresas y un nivel compositivo infinitamente más alto, jalonado por esa cohesión que sí que se siente. La canción, "Sweet Evil Sun" es, de nuevo, otra gran composición en la que prima la potente base rítmica de Leif Edling y Jan Lindh y la guitarra de Lars Johansson, crudísima, sonando en primerísimo primer plano y con un tono excelente.

“Angel Battle” baja los ánimos y tira de su doom más clásico, funcionando magnífico el cambio de ritmo pero, sin embargo, es la primera vez en el álbum que siento que, a pesar del magnífico sonido, vuelven a sonar más cercanos al heavy metal más tradicional y que sólo cuando vuelven a bajar las revoluciones, es cuando conservan su identidad; demostrándome que lo que aquí falla es la escritura, como en “Black Butterfly”, el solo de Lars es arrebatador pero el peaje que tengo que pagar por escucharlo son casi seis minutos de una canción por la que no siento la misma pasión. Algo similar me ocurre con “When Death Sighs” en la que la voz es la auténtica protagonista y la que se lleva todas las miradas en su magnífica interpretación, pero, aparte del solo de Lars (de nuevo), siento que el disco entra en punto muerto. Por suerte, “Scandinavian Gods” me saca de esa amarga sensación, me gusta la reverberación de la batería de Jan y cómo Johan vuelve a atraparnos, además de las dobles voces, y cómo el tono pesadote de la canción nos atrapa por completo. En mi opinión, habría dejado “Devil Voodoo” y su evocación sabbathiana, para el final, porque logran un auténtico interruptus tras “Scandinavian Gods” y, aunque la segunda parte de la canción, levanta el vuelo, tendremos que esperar hasta “Crucified” y su emoción, o una de las cotas del álbum; “Goddess”, en donde demuestran gran parte de la garra que poseen en directo y que funciona como despedida (porque “A Cup of Coffin (Outro)” es tan sólo una coda de minuto y medio).

"Sweet Evil Sun" muestra a unos Candlemass mucho más seguros de sí mismos, lejos del subidón de su regreso y la incorporación de Langquist, y se siente a lo largo y ancho del álbum, me quedo con eso y es más que suficiente. Es una tristeza pensar que llevan cuarenta años y la frase que me viene a la cabeza es que “progresan adecuadamente” pero también es cierto que no hay mayor piropo para aquellos que no se duermen en los laureles y, pese a ser parte de la historia, siguen trabajando por grabar grandes canciones, y conservan intactas su ilusión y sus ganas de sorprendernos. Rozando el notable.

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