Crítica: White Ward "False Light"

Es normal que los ucranianos se hayan puesto en boca de cualquier aficionado. No es que “False Light” sea auténticamente magistral, es que venimos de “Love Exchange Failure” (2019) y “Futility Report” (2017), conformando una triada difícil de superar. Y es que cuando el black metal parece haberlo dado todo de sí y cientos de bandas haber probado su pericia, así como estirado los límites de cualquier subgénero por mezclarlo con el más negro de todos; vuelve a aparecer una banda que expande el sonido del subgénero más bastardo de todos. “Leviathan” es la canción que abre semejante álbum y, por si no valiese con la batería de Karamushko o la rasgadísima voz de Kazarian, así como las guitarras a medio camino entre el trémolo nervioso de la mano derecha y el flanger shoegaziano más ensimismado, aparece Dudko con el saxofón; dotando de una nueva dimensión a una canción de trece minutos, que orbita entre la rabia; la calma quietud y la ensoñación, White Ward saben lo que hacen y quieren vapulear tus emociones, jugar con tu estado y, cuando menos lo esperes, soltarte un revés más negros que los bosques de Noruega en plena madrugada, pero también un soleado paisaje propio de Europa del Este mientras Dima sopla a través del frío metal y la banda parece rearmarse de manera marcial. Porque tú y yo sabemos perfectamente que una canción de trece minutos puede ser un suplicio o pasar en un santiamén y es así cuando está bien compuesta, bien estructurada y mejor interpretada.

La belleza acústica de “Salt Paradise” y la narración con voz de barítono, como el arreglo de saxo de Dima, vuelve a elevar “False Light” hasta tal punto que no sabes si estás escuchando un disco de Nick Cave, King Dude o, como ocurre en “Phoenix” tras el titubeo inicial, de Deafheaven antes de que creyesen los piropos de Pitchfork, les afectasen los pitidos abriendo para Lamb Of God y su música fuese una petardada infumable para onanistas veinteañeros. Por eso, Karamushko arranca la canción en su segundo minutos y White Ward parecen acelerarse buscando salir de la estratosfera; imposible sonar con más inmediatez y con más ganas de descorchar toda su mala baba en tu cara. "Silence Circles" comienza de manera ambiental hasta que la banda entra y, en contraposición a “Phoenix”, ralentizan el tempo (que no la pegada) hasta la entrada del saxo, ese que nos acompañará en "Echoes In Eternity", una pieza lúgubre de jazz que sirve para unir las dos caras del vinilo y esa rotura de cintura que es “Cronus”; ¿cómo es posible que parezca que estamos escuchando otro álbum? Más cerca del post-punk que del black, pero mostrando a una banda plena. 

“False Light”, la canción homónima es, de nuevo, una vuelta de tuerca al black más melodramático; ese que es capaz de despertar tus emociones con la mano derecha de su guitarra, pero también erizar cada vello de tu cuerpo, catorce minutos de tormenta eléctrica en la que hay espacio para el black y el death, e incluso para el thrash cuando Karamushko se encabrona y estrangula el tempo de una banda que parece no poder ir más rápido. Como en todo el álbum, White Ward derrochan buen gusto y “Downfall” sirve de coda de “False Light”, gracias a su piano, su ruido marrón y el sampleado, acercándonos a Pink Floyd, cerrando el disco de manera elegante y digna, tras decenas de cambios de ánimo y una banda que parece estar repleta de ideas y recursos, utilizando el black metal como un simple vehículo y no algo que les defina, cerrándoles las puertas de esa creatividad inagotable. Sobresaliente.

© 2022 Lord Of Metal