Crítica: Rammstein "Zeit"

Siempre es agradable recibir el promo de una banda de tanto relumbrón como Rammstein, fundamentalmente, porque no necesitan la opinión de nadie, ni tampoco que su disco suene de una u otra forma. Todos sabemos que Rammstein funcionan y venden por el mero hecho de ser quienes son, no hay necesidad de más promoción que la de poner a la venta su nuevo álbum y lanzarse a la carretera, allá donde mejor demuestran lo efectista de su propuesta, pero se agradece que su compañía se acuerde de humildes blogs y eso les honra. Pero, por otro lado, también resulta inevitable no escribir sobre su último lanzamiento, más cuando entre “Liebe Ist Für Alle Da” (2009) y “Rammstein” (2019) pasaron la friolera de diez años y todos pensábamos que, a pesar de los rumores, el próximo álbum tardaría otra eternidad. Pues bien, nos equivocábamos, con portada de Bryan Adams (has leído bien), “Zeit” ve la luz tan sólo tres años después de “Rammstein” y el lógico parón mundial por la COVID-19, lo que lastró parte de la gira mundial de aquel, pero quizá también les ha hecho pasar más tiempo en casa, rumiando las canciones de un álbum que conserva todas sus señas de identidad y profundiza un poquito más en la emoción. 

Así, una de las cosas que más me gustan de “Zeit” es la sensación de cohesión, mientras que “Rammstein” poseía singles de indudable pegada, pero el resto del disco producía la sensación de estar hecho de recortes, de retales, de restos de aquí y de allá, de poca criba (ahora, algunos quieren reconocerlo, pero cuando se publicó todo eran loas). “Zeit” sí produce la sensación de estar bien escrito, con tiempo y ganas; es verdad que no estamos ante el mejor álbum de Rammstein, que lo que tenían que hacer ya lo han hecho y nada de lo que graben podrá estar a la altura de “Sehensucht” (1997) o “Mutter” (2001) -y aquellas dos giras que me llevé por delante y nadie podrá arrebatarme, viéndoles en una sala tan pequeña como el bar de la esquina- pero los alemanes, repitiendo en los estudios La Fabrique Studios de Saint-Rémy-de-Provence, allá donde grabaron el anterior, suenan de nuevo sólidos en el apartado compositivo y eso es de agradecer.

Por supuesto, “Zeit” también tiene relleno (“Armee der Tristen”) pero también una apuesta como la propia “Zeit”, un single valiente porque lo que el público demanda de la presentación de cualquier nuevo álbum de Rammstein es, a saber, los riffs clásicos de Kruspe y Landers sobre la batería marcial de Schneider y no; “Zeit” son cuatro minutos de dramatismo (bien armados, todo hay que decirlos), en los que Till Lindemann disfruta con su tono de voz y su constante acercamiento a la lírica; brillante unión. "Schwarz" mantiene el nivel gracias a su oscuridad, qué duda cabe que el trabajo de la banda es digno de elogio, en particular la manera en la que Flake arregla las canciones, como también que en “Giftig” se siente un ligero bajón del que un single tan poco efectista como “Zick Zack” es incapaz de sacarnos y rellenos como “OK” tampoco ayudan. Por suerte, "Meine Tränen" se convierte no solo en un bote de salvación sino en una de las mejores canciones de todo “Zeit”, con el mismo convencimiento que “Angst” funciona por toda la tensión que arroja en una segunda mitad en la que composiciones como "Dicke Titten" deberían ser la tendencia a evitar; no porque me escandalice que una banda con semejante carrera siga erre que erre con su tendencia menos seria -aquella que les sirve para provocar a los de siempre, pero convertirse en una caricatura ellos mismos- sobre todo porque desmerece esfuerzos como la balada “Lügen” que, pese a que nunca me he creído a Rammstein en sus baladas (en este caso, medio tiempo), funciona a la perfección y debería ser la despedida del álbum y no “Adieu” pero, llegados a estas alturas, no seré yo el que se queje.

Mejor que “Rammstein”, manteniendo la dignidad y las ganas intactas, realizado con mayor mimo que aquel y demostrando que, por muy sencillo que parezca, gran parte de los problemas de la banda era el poco tiempo que pasaban juntos y el mucho que dedicaban a girar o a proyectos al margen (quizá por un distanciamiento, hastío o ganas de probar cosas nuevas, quién sabe). Cuando Lindemann y los suyos deciden sentarse a trabajar juntos, las cosas funcionan mejor, así de simple. Como decía al comienzo, no es “Mutter” pero nos los trae en buena forma y sirve de magnífica excusa para lanzarse a la carretera con nuevas canciones y aquellas que se quedaron sin presentar en medio mundo. Buenas noticias, en definitiva.

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