Crítica: Dvne "Etemen Ænka"

Cuando uno escucha mucha música e insisto; mucha música, es inevitable escuchar y recordar, que algunas bandas no suenen tan frescas como ocurre en oídos nóveles y tener una cierta tendencia al hastío porque, nos guste o no, cada vez es más difícil sobresalir, innovar o, simplemente, hacer algo que suene bien y, a veces original. Es por eso que cuando escuché "Etemen Ænka" sentí verdadero placer, algo similar a lo que siento cuando hago lo propio con Imperial Triumphant pero sin intelectualizar tanto el proceso de escucha. Dvne son progresivos, tienen un toque stoner y, por supuesto también, algo de sludge, es quizá por eso que llegan a tus entrañas. Pero además, lo bueno de los escoceses es que ese estar en “tierra de nadie” no es algo forzado, no es algo buscado que chirríe y, tras sus canciones hay tantísimo buen gusto y denotan tanto trabajo de composición y mimo en el estudio que no es raro sentir aquello mismo que la primera vez que escuché a los de Nueva York, pero también a los de Atlanta o los de Oakland. Me gustaría decir que los descubrí con "Asheran" (2017), como todos esos esnobs que ahora jurarán haberse tatuado su logo en la muñeca, pero no, fue con los adelantos de "Etemen Ænka" que sentí curiosidad y, deslumbrado por lo escuchado, regresé a “Asheran” y lo que me encontré fue toda una sorpresa ya que su debut era sobresaliente y tras digerir, paladear y abusar de semejante festín como "Etemen Ænka", puedo afirmar que Dvne han grabados dos obras maestras. Si no los has escuchado, corre y enchúfate a sus canciones mientras lees esta humilde crítica, báñate en "Enûma Eliš" y la sensación de estar entrando en un templo, mientras las guitarras de Vicart y Barter mantienen la tensión y frasean recordando a Converge cuando lucen armónicos sobre los gruesísimos riffs, mientras se reparten tareas vocales. “Towers” exuda esfuerzo físico, músculo y rabia contenida, un pistón a todo rendimiento, un motor pasado de vueltas y Evelyn May llevándonos a Marte con su teclado, creando un fondo tan marciano pero necesario para que Dvne no sean puramente sludge sino que añade un puntito de complejidad a su fórmula. Tan sólo dos canciones y ya nos han llevado al cielo…

 

“Court of the Matriarch” contiene uno de los mejores riffs de todo el disco, no solamente al inicio sino, por favor, al final de la composición. La voz es más melódica, los guturales casi han desaparecido y nos recuerdan a los Mastodon de “Crack The Skye” (2009) pero también a los Opeth más melancólicos y a Tool en el puente cuando Dvne tiran de misticismo oriental pero es el riff, el puto riff con el que cierran “Court of the Matriarch”, el que es incapaz de salir de mi cabeza y siento estar escuchando algo tan diferente y especial a lo presenciado en los últimos meses que siento que Dvne nos transportan y son capaces de todo. “Weighing of the Heart” es Vangelis pero también Floyd, un “On The Run” moderno que desemboca en “Omega Severer” y un mar de sentimientos en una canción en la que el pulso se acelera y la garganta se quiebra, se rompe hasta la exageración cavernosa, mientras la música parece retorcerse de dolor para llevar a la banda a su límite emocional. “Adræden” ahonda en esos pasajes que en otras bandas sirven de puro relleno pero que aquí nos ubican, sonando a “Phaedra”, claro, pero también a Jarre. 

 

“Sì-XIV” fue uno de los adelantos y la primera vez que la escuché pensé que Dvne eran la mezcla perfecta entre Gojira, Mastodon y Opeth, que habían grabado seis de los minutos más bellos del metal de los últimos meses y así lo sigo sintiendo; seis minutos de puro sentimiento, de introspección, pero también cósmica, de vaivenes eléctricos y momentos de dulzura. Es esa capacidad de Dvne para tocar tu corazón la que exhiben en “Sì-XIV” pero también en “Mleccha” o la pieza “Asphodel”, tan angelical y etérea como sorprendente, rompiendo por completo todo el álbum y su recta final, para que una guitarra floydiana nos introduzca en los doce minutos de “Satuya”, una auténtica obra maestra que justificaría la compra de este álbum pero que, al tratarse de un brillante cierre a un álbum sobresaliente, sólo engrandece los casi setenta minutos de auténtica inspiración divina.

Pocas veces me entusiasmo tanto con un álbum, pero Dvne han grabado una auténtica maravilla que crece con cada escucha, que derrocha tanto gusto como inspiración, pareciendo que los escoceses han estado siempre entre nosotros porque cuando las musas entran por la ventana, lo que una artista pergeña parece atemporal. En mi más modesta opinión, el gran disco de este año.


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