Crítica: Riverside “Wasteland”

Aviso para navegantes, para todos aquellos seguidores de la banda polaca que creen levitar en sus conciertos y sentir cómo su alma se deshace en pedazos, no leáis esta crítica, olvidadla y seguid con aquellas que ensalcen la obra de Riverside, corred insensatos. El resto, sed bienvenidos. Y es que, de un tiempo a esta parte, parece que uno debe ser un fundamentalista de cualquier banda en cuestión para poder escribir acerca de su obra. Opinando completamente lo contrario, creyendo necesario cierto alejamiento de cualquier fanatismo que tiña mi juicio; disfrutando de todos sus trabajos, desde "Out of Myself" (2003), que me sigue pareciendo su mejor obra, hasta "Love, Fear and the Time Machine" (2015), recuerdo con cariño cuando el público ubicaba a Riverside en su justo lugar y no pretendían hacer creer al prójimo que eran el mejor y mayor secreto de la música actual. Como también recuerdo, con el mismo cariño pero también goteo de colmillo, la cantidad de iracundos mensajes que recibí cuando afirmé que “Riverside eran la mejor banda tributo de Pink Floyd, componiendo temas propios pero con el mismo riesgo que todo ese tipo de bandas que interpretan el cancionero de otros” o, mi favorito, aquel “te gustarán si has estado hibernando los últimos cincuenta años y crees que lo que hacen es original” y nuestras redes sociales estallaban en cólera pero, aunque exagerando y con cierto deseo de polemizar, he de reconocer que sigo sin ver las bondades del cuarteto, ahora convertido en trío y por ello (además de no querer arrojar más leña al fuego) me he resistido a escribir reseñas de discos que gustándome (como es el caso de "Second Life Syndrome" o "Anno Domini High Definition”) siguen sin parecerme la cuadratura del círculo, como a muchos. Conozco su discografía y les he visto en directo pero su música no me eriza el vello, ni creo que sean lo más grande junto a Wilson, desde Fripp ¿puedo escribir, por favor?

La desgracia se cebó con Riverside, perdieron de manera prematura a Piotr Grudziński y, estando la música tan poblada de leyendas y dramatismo, creando una brecha significativa entre sus seguidores; esos que asegurarán que algo se ha perdido por el camino con la muerte de Piotr y esos otros que orgasmarían con un caja de galletas de mantequilla o un par de ejecutivos nuevos si llevasen estampado el logo de la banda polaca, en definitiva; sin criterio. En el caso de Riverside es cierto que la pérdida, además de personal, afecta al resultado de manera profesional (siguen siendo trío por respeto, aunque Maciej Meller les ayude con las guitarras) y en lo más profundo de su alma, porque seguramente les cueste recuperarse de un golpe así y quizá nunca lo hagan.

La única verdad es que la música, el arte, está repleto de obras de resurgimiento o de lamerse las heridas, de recogimiento y reflexión. Desde aquellos discos que honran la muerte de uno de sus músicos de manera gloriosa, celebrando la vida; a aquellos que son capaces de conmover por el calado de sus sentimientos. Sin embargo, “Wasteland”, aun poseyendo todos esos ingredientes y legitimando a la banda para escribir canciones de dolor y pérdida, termina convertido en lo que bien podríamos entender como un disco de transición, quizá el menos agraciado de su discografía o aquel que cuando deja de sonar más cuesta recordar unas canciones que deberían quedarse grabadas en nuestra memoria (talladas en piedra) y, con ello, el dolor de los tres músicos por su amigo Piotr se mitigase de alguna manera, pero no es el caso y lo lamento.

La crítica fácil sería afirmar que Riverside “han parido su mejor obra”, “la pérdida les ha hecho más profundos y maduros en sus composiciones y estas han ganado en calado”, “el hilo que vertebra el disco es el dolor”, “la complejidad es inherente al amigo ausente” y todo tipo de afirmaciones grandilocuentes que reafirmasen a todo aquel que las leyese, pero no. “Wasteland” no es un mal álbum y hará las delicias de su público pero, por el contrario, tampoco atraerá a nuevos, ni será capaz de calar a otros estratos.

La tonada “The Day After” es tan evocadora como fantasmal suena y uno espera un golpe sobre la mesa, sin embargo, “Acid Rain” y su atropellado riff pierden toda su fiereza cuando entra el bajo de Mariusz y la batería de Piotr Kozieradzki, acabando convertida en un inofensivo medio tiempo que, siendo honesto, gana muchísimo tras el puente y el cambio de tercio. Pero el mayor problema de “Wasteland” es que las guitarras parecen más gruesas en sus introducciones que cuando forman parte del todo y acaban difuminadas, “Vale Of Tears”, y sus desarrollos acaban transitando caminos sin dirección, en busca de ese momento memorable que se resiste.

“Guardian Angel” y “Lament” forman un dúo conmovedor, quizá de lo mejor del álbum, la segunda es un buen ejemplo de cómo hilvanar una bonita melodía a la que una mandolina le sienta maravillosamente bien, demostrando que Riverside encuentran su mejor versión cuando apuestan por la composición y se olvidan de parecer lo que no son, abandonando terrenos más propios de una banda europea neoprog de metal. Ejemplo de ello es la instrumental “The Struggle For Survive” en la que parece que les cuesta horrores crear una composición de varias partes con algo de coherencia (muchos se reirán, otros lo entenderán cuando, después de leerme, la escuchen de nuevo) y una dirección en la que ese “crescendo” se sienta natural y no forzado, además el riff principal es una copia de aquel de “Velorum” de Steve Vai, ¿por qué no admitirlo? La parte central es una versión descafeinada de “Gravity Storm”.

El regreso a esa faceta que antes afirmaba como su mejor cara, llega con “River Down Below” y sus tintes melancólicos, esos mismos que se empeñan en convertir en todo un “interruptus” con la homónima “Wasteland”, o acabar siendo una versión de los últimos Anathema en “The Night Before” (aprovechando que ahora Daniel Cavanagh parece más perdido que de costumbre y son una aburrida banda de rock para adultos, con aires de lo que nunca volverán a ser) para cerrar un disco en el que uno no sabe si querer o no pincharlo de nuevo, ante la duda de no haberlo escuchado o ya haberlo hecho antes. El camino más duro es el de Mariusz, Piotr y Michal por demostrar que esto es un punto de inflexión, “Wasteland” una transición o, por el contrario, su intención es la de transitar esa maravillosa zona gris destinada únicamente al público más gourmet, ese para el que, paradójicamente, todo son grandes canciones repletas de sentimientos y tan alta vida esperan que mueren porque no mueren escuchado a Wilson, Leprous, Pain Of Salvation, Anathema o Riverside.


© 2018 Jack Ermeister