Crítica: Trivium “The Sin And The Sentence”

Reconozco no entender a Trivium; veréis, no es que su música sea tan compleja que supere mi capacidad. Lo que no entiendo es el camino tomado desde hace muchos discos y más tras la publicación de “The Sin and the Sentence”, cuya mayor sorpresa es su súbita publicación. Y es ahora cuando tampoco comprendo las declaraciones de Paolo, cuando aseguraba que el nuevo álbum de la banda sería el más extremo porque no sé lo que puede llegar a entender por extremo pero esta mezcla de metalcore dulzón con predominancia de voces melódicas dista mucho de lo que entiendo por un metal llevado hasta sus últimas consecuencias, en “The Sin and the Sentence” hay un poquito de thrash, groove, death y heavy pero todo en dosis tan pequeñas que hasta el más mortal de los venenos no haría el más mínimo efecto en el oyente. Y no es que no hayan sufrido por el camino, a la pérdida del batería Mat Madiro se le sumó el paso fugaz de un desnortado Paul Wandtke que, incomprensiblemente, según su red social (y las fotos que colgaba, emulando a Cobain), parecía más preocupado con su banda tributo a Nirvana, que de su carrera en Trivium (tras ser despedido, amenazó con comenzar su propio proyecto pero, como su vida antes de conocer a Heafy, su carrera actual parece igual de insustancial y difusa). No hay mal que por bien no venga, porque Trivium escogieron rápidamente su reemplazo; Alex Bent, un chaval que es un auténtico monstruo (pegada, rapidez, buen gusto) y al que hay que atribuirle quizá lo mejor de “The Sin and the Sentence” a nivel musical y por el que merece la pena escuchar el álbum hasta el final.

De un álbum (grabado en los Hybrid Studios de Santa Ana, bajo la batuta de Josh Wilbur) en el que parecen haber querido llevar a la exageración aquellas críticas positivas de “Silence In The Snow” que aseguraban que aquel era su álbum más dinámico y han convertido esa diversidad en un lastre cuando no hay coherencia alguna y, en la misma canción, nos encontramos una ensalada de subgéneros bajo el mismo denominador común; por ejemplo, la inicial “The Sin and the Sentence” es metalcore sin complicaciones, lo que pasa es que es maquillado en el puente y la batería de Bent nos hará creer que es algo muy diferente, como ese último minuto en el que la canción parece desvanecerse traqueteando. Una tema en el que han querido hablar de los ‘haters’, de aquellos que hablan y acusan, que cargan contra otros, pero todo visto a través de la caza de brujas, en fin...

Como “Beyond Oblivion”, que nadie duda que es tan pegadiza o más que la anterior pero en la que hay tal derroche de azúcar que su escucha bien podría matar a un diabético. Otra cosa que me sorprende en “The Sin and the Sentence” es la baja complejidad, la poca pericia o lo pueril de los conceptos de algunas de sus canciones. No es que Heafy haya sido alguna vez el Shakespeare del metal pero Paolo en el apartado lírico debería volver a sentarse en el banquillo. La forzadita comparación de la tecnología y la Inteligencia Artificial con la bomba atómica en “Beyond Oblivion” es para echarse a llorar, como la supuesta desesperación del bajista con Facebook en "Other Worlds". ¿Estamos hablando en serio? Me recuerda mucho a las llantinas de Dez Fafara por lo que lee en las redes sociales. ¿No se ha tratado ya este asunto en demasiadas ocasiones, no resulta tan aburrido como cómica la dramática forma de cantar una canción tan deplorable? ¿Es para tanto, Paolo, por qué no cierras Facebook y nos ahorras una canción tan tontorrona? Musicalmente, nos muestra un Bent valiente, un buen trabajo de Corey y Heafy en esas guitarras dobladas pero un estribillo verdaderamente empachoso.

Algo en lo que Trivium ahondan de manera inexplicable en “The Heart From Your Hate” en la que parecen un infame cruce entre Nickelback o Stone Sour para narrar el sentimiento de aquellos pilotos japoneses que lucharon en la Segunda Guerra Mundial mientras sus familias permanecían presas en campos de refugiados. ¿Cómo es posible que un tema así sea abordado de una manera tan superficial y con un envoltorio musical tan blandito? ¿Dónde está la rabia? ¿Cómo es posible que los haters, la Inteligencia Artificial, Facebook y los pilotos japoneses tengan ese insospechado hilo conductor que Paolo quiere darle a un álbum temáticamente tan absurdo como “The Sin and the Sentence”? ¿Cuál es su nexo?

Para complicar aún más las cosas, Matt ahonda en la traición de un amigo en “Betrayer”, una canción que recuerda en algo, aunque poco, a “Ascendancy” (no será la única, con “Endless Night” ocurre lo mismo y es cuando descubrimos que es una canción por encargo de un amigo de Heafy que le pidió una composición para su negocio, una que sonase como “Dying In Your Arms”), tanto como “The Wretched Inside” a Slipknot, una composición que Matt escribió para otra banda y que con la ayuda de Paolo maquillan para meterla con calzador en “The Sin and the Sentence”. Una segunda cara en la que priman los conflictos internos, las dudas existenciales, un poquito de introspección frente al desaguisado de temas varios en la primera mitad del disco pero que demuestra que esta segunda parte del álbum está hecha de retales de otras composiciones, peticiones del oyente y algún que otro boceto o descarte.

Como “Sever The Hand” y ese cruce entre “The Crusade” y “Ember To Inferno” o de vueltas al conflicto bélico de manos de Paolo, aunque en esta ocasión sea la Primera Guerra Mundial en “Beauty in the Sorrow” en la que parecen una banda de post-grunge, quizá uno de los peores momentos de “The Sin and the Sentence” sino fuese porque la pluma de Paolo y su pretensión hacen acto de presencia en “The Revanchist” en la que uno no tiene muy claro si adopta el punto de vista de ese protagonista que requiere lo que es suyo o es el contrario, en una canción que describe el triste momento actual de Trivium (algo que parece confirmarse en el inicio groovy de “Thrown Into The Fire”). Un final tan poco acertado como lo mucho que prometía este “The Sin and the Sentence” y que para muchos significa su mejor trabajo desde “Shogun” pero es que eso, amiguitos míos, es decir tan poco que parece que lo haya escrito el mismísimo Paolo.


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