Concierto: Bruce Springsteen (Madrid) 21.05.2016

SETLIST: Badlands/ My Love Will Not Let You Down/ Cover Me/ The Ties That Bind/ Sherry Darling/ Two Hearts/ Wrecking Ball/ My City of Ruins/ Hungry Heart/ Out in the Street/ The Promised Land/ Trapped/ The River/ Point Blank/ Downbound Train/ I'm on Fire/ Darlington County/ Working on the Highway/ Waitin' on a Sunny Day/ Johnny 99/ Because the Night/ Spirit in the Night/ Human Touch/ The Rising/ Land of Hope and Dreams/ Born in the U.S.A./ Born to Run/ Glory Days/ Dancing in the Dark/ Tenth Avenue Freeze-Out/ Bobby Jean/ Twist and Shout/ Thunder Road/

Lo siento por todos aquellos que esperen leer una crónica escrita al peso, con cierta actitud cínica sobre el horror que suponen los conciertos de estadio, el pésimo sonido del que disfrutamos en Madrid, absurdas críticas al repertorio o decenas de adjetivos y epítetos para cubrir la página sobre la enésima visita de Springsteen a Madrid porque lo que van a leer a continuación es algo tan personal que seguramente se aburran a la cuarta línea pero es que me considero fan y ello hace que supere cualquier atisbo de aburrimiento escribiendo sobre él. Y es que uno sabe que un artista ha trascendido, entre otras muchas cosas, cuando todos los que disfrutamos de su música creemos que es nuestro por derecho propio y Bruce es tan mío como de las decenas de miles de personas, tan diferentes entre todos nosotros, que nos hemos juntado a corear “Thunder Road” o “Badlands” una vez más y esa comunión es la que intento explicarle sin éxito a toda esa caverna de seguidores, tan ortodoxos ellos, que son incapaces de librarse de un corsé imaginario de autenticidad y purismo musical a ultranza criticando, noche tras noche, los repertorios, vaticinando de manera agorera que esta puede ser su última gira o midiendo la duración de sus conciertos como signo inequívoco de que éste es mejor que aquel otro. Honestamente no lo entiendo; ¿cómo puede algo tan visceral como la música y el chute de optimismo que supone ver a Springsteen en directo a escasos metros de uno arruinarlo la cabeza intelectualizando algo que tan sólo tienes que sentir?

Llevo más de veinticinco años escuchando su música, a veces de manera obsesiva; otras de manera más espontánea, siendo adolescente me gastaba todo lo que podía en cientos de piratas (lo que ahora, con la llegada de la verdadera piratería, denominamos bootlegs), he pasado días haciendo interminables colas, noches esperando en hoteles para poder estrecharle la mano en persona y compartir escasos segundos con él, he viajado al extranjero y quiero creer que seguramente mis aplausos se escuchen en dos de sus directos oficiales (Dublín y Barcelona), he leído una y otra vez sus letras y, paradojas de la vida, todas y cada una de sus giras han coincidido con importantes cambios en mi vida –como si se solapasen y gracias a ellas pudiese llevar la cuenta no por años sino a través de sus conciertos- y siempre me encuentro cantando esos versos; “Badlands, you gotta live it every day. Let the broken hearts stand as the price you've gotta pay. We'll keep pushin' till it's understood and these badlands start treating us good!” Lo demás carece de importancia y muchos de aquellos que han acudido a verle en directo deberían entender que la carrera de Springsteen es la de una vida dedicada al rock n’ roll; con sus grandes momentos de entusiasmo juvenil, amores, desamores y amargas decepciones en la madurez, la pérdida de buenos amigos a lo largo del camino y esa pulsión por seguir viviendo pese a todo (quizá eso sea lo que me atrae del imaginario de Springsteen; hay perdedores, amores que se quedan atrás y momentos de insondable pena en una Norteamérica trabajadora profundamente deprimida y castigada pero también hay momentos de pura e ingenua felicidad basada en las cosas más sencillas y la mitología del gran Dodge o Ford de gasolina, una chica y una carretera que recorrer sin saber dónde parar). Una carrera muchas veces irregular pero llena de pasión en la que podemos elegir vivir en el pasado y lamentar que no haya tocado “The River” al completo en Europa (prueba que no sé si en su segunda cara habría resisitido una audiencia de miles de personas deseosa de la faceta más comercial de Springsteen), siga interpretando naderías intrascendentes como “Waitin' On A Sunny Day” sin querer entender que un estadio de sesenta mil personas no se llena con “Nebraska” o disfrutar de lo que nos ofrece y valorar lo afortunados que somos. ¿De verdad tengo que explicarle esto a alguien que se supone que sigue a Springsteen? ¿De verdad se puede no entender que hay gente que quiere escuchar “Born In The USA” o “Hungry Heart”, les importa un pimiento que interprete “It's Hard to Be a Saint in the City” y se aburren mortalmente con el largo desarrollo de “Jungleland” que es cuando aprovechan para ir al aseo? Esto es un estadio, no una sala y en él hay gente de todas las edades, familias al completo y niños que quieren saltar, para bien y para mal.

Claro que, como seguidor, eché en falta canciones y desterraría para siempre otras del repertorio pero, ¿por qué le pedimos a Bruce Springsteen un extra que nosotros, como espectadores y el doble de edad menos, somos incapaces de aportar? Tenía al lado a algunas personas que estaban indignadas porque tocase varias canciones de “Born In The USA”, ¿es esto posible? Supongo que luego se desquitaron escuchando sus vinilos de “Greetings from Asbury Park, N.J.” hasta altas horas de la madrugada para olvidar tal disgusto…

A las seis y media pasadas varios monovolúmenes accedían por el oeste a toda velocidad al Santiago Bernabéu tras una prueba de sonido en la que sonaron “Radio Nowhere”, “No Surrender” o “Land of Hope and Dreams” y “My City of Ruins” que debutarían esa misma noche en Madrid y ya evidenciaban el pésimo sonido que tendríamos que soportar durante toda la actuación. Obviamente, la experiencia de cada uno será muy diferente, la de los que vivimos el concierto en primera fila poco tendrá que ver con aquellos que estuvieron en el cuarto anfiteatro del Bernabéu o la de esos otros que, con pulseras hasta el codo, se empeñan en medir los conciertos de Barcelona, Donostia y Lisboa como si se tratase de un concurso; esos mismos que piden naturalidad, espontaneidad, cambios de repertorio a Springsteen y exigen al equipo técnico de éste, tachándolo de poco profesional (lo que hay que leer, habría que ver a muchos de estos inútiles en sus respectivos trabajos durante la semana) con el puño en alto su dinero por el desagravio de no haber escuchado un concierto de rock en un estadio de fútbol –nótese mi ironía- con la precisión acústica de un auditorio ideado para música de cámara pareciendo olvidar que el rock n’ roll en directo es y debe ser imprevisible, que hay conciertos de dos horas superiores a uno de cuatro y que la entrega no se mide por minutos, que he presenciado conciertos históricos con un sonido pésimo y que pasen o no a la historia no depende de ello y, por el contrario, conciertos sin alma y prescindibles pero con un sonido cristalino. Habiendo visto a Bruce en el Nou Camp, en el Olímpico de Barcelona, en el Sant Jordi, en el Palacio de Deportes, en la Peineta e incluso en un hipódromo, ¿de verdad podía esperarme una maravilla de sonido en el Bernabéu? No seamos inocentes y no nos hagamos los sorprendidos si el sonido rebota creando una masa informe, es un campo de fútbol; preparado para dar patadas a una pelota no para albergar eventos musicales.

El escenario, flanqueado por dos pantallas en sus extremos, y otra enorme en la trasera, coronadas con dos banderas era todo lo sencillo que se necesitaba para la ocasión, lo que me hizo reflexionar acerca de otros conciertos que he presenciado en los últimos meses (me refiero a U2 o Muse, por ejemplo) y sus tecnológicos desembarques de escenografía que tan sólo evidencian, en muchas ocasiones, un extraño gusto y una terrible falta de ideas cuando ves que unos te sitúan el canto de su gigantesca pantalla en el eje del escenario, sobre la pasarela, fastidiando la experiencia de la mitad del recinto y otros se dedican a confundir al público con supuestamente innovadores planteamientos de escenarios giratorios, retroproyectores sobre enormes sábanas y globos con confeti que hemos visto ya en millones de ocasiones con mejores resultados. A Bruce y la E Street Band tan sólo les hace falta un escenario negro, unas cuantas lonas y tres pantallas para aquellos que están situados más lejos, nada más.

Arrancar un concierto con “Badlands” siempre me ha parecido que es como descorchar una botella, Bruce sabe lo que hace y basta el baquetazo de Max Weinberg para poner a todo un estadio en pie. Ahí están sobre el escenario; Bruce y su mujer, Patti Scialfa, el elegantísimo Garry Tallent, Little Steve o Silvio (como prefiramos tras su paso por Los Soprano y un personaje inolvidable como pocos se han visto en la pequeña pantalla interpretados por un músico), Max, el sobrino de Clarence Clemons y su reemplazo, Jake Clemons, y mi músico favorito en la banda, Nils Lofgren; un auténtico maestro. Y no, no me olvido de Soozie Tyrell o Charles Giordano.

“My Love Will Not Let You Down” vuelve a ser un torbellino en directo gracias a Nils (que durante todo el concierto lució una bonita Jazzmaster o una Stratocaster natural con la configuración de pastillas cambiada pero también le dio a un lap steel) y la abrasadora guitarra de “Cover Me” termina de hacernos entrar en calor. Supongo que muchos puristas no sabrán a qué se debe ese sonido en una Telecaster de Bruce (antiguamente, hace mucho mucho tiempo, una Esquire) y es por esas pastillas de alta ganancia, unas Joe Barden, tan del gusto de Bruce y con las que arma todas sus guitarras en los últimos años, desde la Telecaster Custom 62 a esas Blonde con golpeador negro, cada una detallada y lujosamente “relicada” en Corona (California) y baqueteadas en sus directos y mil vuelos hacia el técnico (dato curioso es que U2 y Bruce lo han compartido en el pasado, Dallas Schoo).

Llegan “The Ties That Bind”, “Sherry Darling” y “Two Hearts” como representantes de un álbum que no han querido tocar en este leg europeo y una canción quizá menor para muchos pero que, personalmente disfruto mucho en directo y es “Wrecking Ball” por su cambio de ritmo y esa estampida en la que Jake sopla su saxo como si le fuese la vida en ello y Bruce construye toda la tensión recitando “And hard times come, hard times go. Hard times come, hard times go and hard times come, hard times go. Hard times come, hard times go. Hard times come, hard times…”

La sentida interpretación de “My City of Ruins” que debutaba en Madrid no puede ocultar el hecho de que es una canción anclada en un momento muy determinado y cuya posición tan temprana en un concierto puede ser un escollo que Bruce soluciona con la festiva “Hungry Heart”, “Out in the Street” o el momento de hermanamiento de nuevo entre las primeras filas soplando su armónica en la imprescindible “The Promised Land”. Otra sorpresa que agradecí fue “Trapped”, la versión de Jimmy Cliff que tan sólo ha interpretado en tres ocasiones en esta gira y que siempre he disfrutado muchísimo y con “The River” y todo el estadio convertido en una capilla digital con miles de móviles inmortalizando el momento con el que llegamos a la meseta del concierto con “Point Blank” o las cuatro de “Born In The USA”; “Downbound Train”, “I’m On Fire”, “Darlington County” y la trotona “Working On The Highway” que encendieron las críticas de aquellos indignados que creían que Bruce interpretaría el álbum al completo en vez de “The River” como sus camisetas debían atestiguar. ¿Cuál sería el problema? “Waitin' on a Sunny Day” nunca me ha gustado demasiado pero entiendo que es el momento más familiar del concierto y extrañamente es un tema que dominan los hijos de los fans, no tengo ningún problema con ello y me divierte ver como esos fans más rancios y reaccionarios ahora se cargan a sus hijos a hombros para que Bruce los saque al escenario. Por suerte, “Johnny 99” vuelve a situarnos en un concierto más adulto y la sentidísima interpretación de “Because The Night” que popularizó Patti Smith (a quien, por cierto, también tuve el placer de conocer hace años) resuena con fuerza en un estadio que parece venirse abajo con ese estribillo eterno que, pasen los años que pasen, sigue sin perder intensidad.

Suena “Spirit in the Night”, una de mis canciones preferidas y, aunque no sea la mejor interpretación que he visto en directo, me gusta dejarme llevar por su letra y el romanticismo que derrocha mientras que nunca terminaré de entender la inclusión de “Human Touch” o un “The Rising” que ha ido perdiendo intensidad a lo largo de los años desde su gira original a pesar de que su estribillo es de los más coreados. Pero si incomprensible me resultó “Human Touch”, más “Land of Hope and Dreams” que siempre me ha parecido una canción correcta pero poco más aunque alcance cierto clímax con la inclusión de los versos de “People Get Ready” de The Impressions en su final y con ella llegamos a los bises con todas las luces encendidas y Bittan dando paso a unas de las notas más conocidas de la música popular y la canción más crítica con la administración norteamericana que haya compuesto jamás un artista como es “Born In The U.S.A.” que siempre ha sido y será malinterpretada por el gran público o la subida definitiva a los cielos con ese himno imperecedero que es “Born To Run” y que aquel que asegure que se ha cansado de escuchar y cantar en directo debería ser expulsado del estadio.

“Glory Days” hacen saltar de nuevo las alarmas de los ortodoxos de “The River” que ven como todo el estadio se pone a bailar con “Dancing in the Dark” y decenas de chicas se suben a los hombros de sus parejas y amigos reclamando ser Courtney Cox por una noche (y eligió, por cierto, a una chavala más salada que la actriz) mientras que “Tenth Avenue Freeze-Out” templa los ánimos, “Bobby Jean” nos prepara para el inminente final y esa versión de “Twist And Shout” que, a juzgar por cómo se calentó la pista, la gente no le puso demasiados reparos y sí ganas con Bruce y Steve (en discreto segundo plano desde hace años y desapareciendo en alguna que otra canción) mientras estos bromeaban frente al micrófono. 

Para acabar, pese a que a muchos les parezca todo un “interruptus” un concierto de casi tres horas y media, un último bis con una emotivísima y desnuda interpretación de Bruce a solas con su guitarra y armónica de “Thunder Road” que nos demostró los cojones que hay que tener para aparecer de nuevo en un escenario a solas después de una treintena de canciones para cantar esos versos inmortales que todos ya conocemos de memoria y utilizarlos como broche de oro de una noche que, sin ser perfecta, fue otra inyección de energía y emoción. Puede haberse usado hasta la extenuación pero corran a verle, por lo menos, una vez en su vida y dejen sus preocupaciones acerca del repertorio y otras gilipolleces varias en casa porque el rock de estadio no tiene reemplazo ni mejor representante que Bruce, toque “The River” o lo que le venga en gana que para eso es el jefe…

© 2016 Jim Tonic