Crítica: Mark Lanegan Band "Phantom Radio"

Ponte los cascos y túmbate en la cama, es una orden; ponte los cascos y túmbate en la cama. Afuera suenan los coches circulando a toda velocidad en mitad de la noche, de fondo resuena el lejano ladrido de un perro que no callará en toda la madrugada, tus vecinos discuten y a lo lejos, más aún, escuchas el llanto de un bebé para, acto seguido, sumergirte en el mayor de los silencios. Es de noche en tu ciudad y el frío, poco a poco, va dejando paso a la tibiedad de una primavera que terminará por llegar aunque ahora tan sólo sea un deseo que erróneamente creas ya intuir. Abres la ventana y entra algo frío, se pega a tus sábanas. ¿La recuerdas? Ten por seguro que ella a ti también. Túmbate en la cama, te he dicho; ponte los cascos y sube el volumen del nuevo disco de Mark Lanegan, "Phantom Radio", lo suficiente como para no escuchar si alguien entra en tu dormitorio. Olvídate de todo lo que has leído, olvídate de aquellos que dicen que ese sonido levemente electrónico de los ochenta no le sienta bien porque cuando pinchamos en vena un disco de Lanegan, lo de menos son las baterías o los sintetizadores, las crujientes guitarras o los rotundos bajos, lo que importa es su voz y en "Phantom Radio" es inevitable no sentir un escalofrío cuando canta; "Now black is the color, black is my name and I used to burn it up, we chased the devil away!" y así comienza su último disco, con "Harvest Home", una canción que transmite nocturnidad por todos y cada de uno de sus segundos gracias a la guitarra de Alain Johannes y el golpear seco en la batería de nuestro viejo conocido, Jack Irons, a pesar de que esa primera toma de contacto sea tan sólo un espejismo y el disco se diluya a su mitad. Lanegan repite con Alain Johannes a la producción porque, como dijo en su entrevista a The Quietus en agosto del año pasado; "Hacer música era mucho más duro antes de conocerle, estos últimos diez años ha sido facilísimo" y sorprende escuchar a un Lanegan, tan poco dado al elogio en público, deshacerse con su productor y decir de él que es un verdadero artista. No deja de llamarme la atención que casi todos esos blogueros metidos a críticos de medio pelo que pretenden convertirse en prensa especializada algún día acusen lo sintético de un disco como "Phantom Radio" gracias a la declaraciones de Lanegan sobre la música que escucha actualmente y titulares del de Washington que más que eso parecen sentencias ("esperé hasta mis cuarenta para poder destripar la influencia de los ochenta") y se imaginen a Lanegan escuchando al completo la discografía de Ian McCulloch y forrar las paredes de su dormitorio con pósters del post-punk más rancio de hace tres décadas, además de acusar a un disco de transición como fue "Funeral Blues" (2012) y no se den cuenta que el auténtico cambio de Lanegan vino precisamente de la mano de Alain Johannes en una grabación como fue la de "Bubblegum" (2004) porque ése -sí, ése- fue el verdadero comienzo de la aventura en la que Lanegan se ve envuelto ahora. ¿Por qué a quién no le sorprendió escuchar un EP como "Here Comes That Weird Chill" del 2003? ¿Acaso aquellas bases en "Methamphetamine Blues" eran todo lo puras que se debían permitir al rey en la sombra de los noventa? Hace once años le preguntamos en mitad de la noche de Madrid, ¿vas a experimentar con más sonidos electrónicos en tus próximos discos? Y su gruñido y mirada nos hizo entender que era algo obvio. Era la gira de "Bubblegum" y nos sorprendió un Lanegan más oscuro que nunca, incluso en su trato directo. 

Pero, claro, resumir un cambio como el suyo y achacárselo únicamente a Johannes es tan ingenuo como absurdo porque es la mezcla de muchos ingredientes y, cómo no, no podemos dejar de lado sus aventuras con Homme, Soulsavers, sus colaboraciones con otros artistas como Harvey, el disco-deuda con su amigo del alma; Greg Dulli y, por supuesto, su aventura musical con Isobel Campbell. ¿Es "Phantom Radio" un buen disco? Por supuesto que sí pero con mucha precaución; entiendo que defraude a todos aquellos que buscan en Lanegan esa oscuridad basada en el acompañamiento más orgánico y básico de guitarra, bajo y batería y puedan incluso llegar a rasgarse las vestiduras cuando leyeron que había utilizado una aplicación de su iPhone llamada "FunkBox" para componer algunas de las canciones del disco y que incluso la ha usado en la grabación. Entiendo que haya pillado con el paso cambiado a todos esos treintañeros que le siguen pidiendo "Borracho" o "Pendulum" en directo y haya exasperado a esos otros que únicamente se acercan a su música para elaborar críticas sobre las últimas novedades del mes y así conseguir más visitas en sus blogs de actualidad musical. Supongo que sí, que entonces habrá decepcionado a unos pocos…

"Now black is the color, black is my name and I used to burn it up, we chased the devil away!" decía que gritaba Lanegan en "Harvest Home", quizá la canción que más nos recuerda a su material de siempre. Es, sencillamente, una maravilla. Una genialidad atrapada en tres minutos.  Pero, ¿entonces cómo puede defraudar una canción como "Judgement Time"? El estribillo es puramente suyo cuando canta; "Ooh, Judgement time is near" y usan un armonio para darle el toque perfecto, entre un lamento y una plegaria, y así conseguir el toque oscuro que necesita. Quizá la que más haya chocado a su público haya sido "Floor of the Ocean" pero tampoco debería ser así y más después de un álbum como "Blues Funeral" pero el uso de sintetizadores y de un Prophet sigue siendo una novedad, mal que nos pese, en un artista como Lanegan. La canción me gusta y es cierto que derrocha magia de los ochenta y sus guitarras, filtradas y coloreadas en su señal a más no poder, pueden recordamos a las de esa década pero es tan interesante como "The Killing Season" en la que, a pesar de subir el ritmo y resulte algo exótico escuchar a Lanegan a medio camino entre el soul y el trip-hop, "Phantom Radio" pierde algo de gas...

"Seventh Day", si embargo, no engaña y el Wah de la guitarra acompañado del Moog y de la ayuda de Shelley Brien (a quien ya pudimos ver en la gira de "Bubblegum" haciendo las partes de PJ Harvey en "Hit The City", por ejemplo) la hacen sonar genial a pesar de la calma en la que termina instalándose. "I Am The Wolf" (firmada a medias con Duke Garwood) suena atemporal, podría haberla interpretado en "Phantom Radio" o "Whiskey For The Holy Ghost" (1994) y derrocha soledad en su mezcla de acústica con las alargadas notas del Ebow. Pero lo que sorprende es escuchar a Lanegan en registros como "Torn Red Heart" y sentirle arropado entre sintetizadores pero, por desgracia, no termina de cuajar, la canción parece querer llegar a un clímax que nunca alcanza. Como "Waltzing in Blue" en la que se apoya de nuevo en Shelley con un resultado ya familiar pero en el que quizá lo que falle es la canción en sí misma, seguramente ganará en directo gracias a su sinuoso e hipnótico ritmo. "The Wild People" es preciosa pero debería haberla interpretado a solas con la guitarra y obviar los arreglos de cuerda prefabricados que no añaden prácticamente nada al resultado final y, para cuando Lanegan ha recuperado parte de su maldad, llega el final de "Phantom Radio" con "Death Trip to Tulsa" en la que el trabajo de Jean-Philippe De Gheest (que ya había ayudado en "The Wild People") hace que sintamos ir en un tren dirigiéndonos a Oklahoma con Lanegan sentado enfrente y mirándonos fijamente..

La sensación o el poso que deja "Phantom Radio" es ligeramente amargo y se soluciona, en parte, con el EP "No Bells On Sunday" del que podemos salvar "Sad Lover" y "Jonas Pap" para pasar de puntillas y con sumo cuidado sobre "Smokestackmagic" (de cita obligada por contener el título del álbum en sus estrofas) debido a su acompañamiento y las naderías que son "Dry Iced" (con su ritmo obsesivo) o la homónima "No Bells On Sunday" que pierde fuelle a pesar de tener una de las mejores melodías de los dos discos. El problema de este álbum no es el envoltorio, son las canciones. La voz de Mark suena tan bien como nos acostumbra, sus letras y sus broncos graves siguen transmitiendo como siempre pero las que acusan falta de intensidad son las composiciones. ¿A mí que más me da que use un Moog o una guitarra eléctrica? Pero el camino de Lanegan no ha acabado aquí y seguro que en próximos discos vemos dónde nos llevaba el tren a Tulsa, dónde nos prometía llevarnos ese coche con la "Phantom Radio" sonando a todo trapo y el por qué de "Funeral Blues" pero, mucho me temo que al final de ese camino llegaremos tan sólo unos pocos, quizá los mismos que compramos el billete allá por el 94...

© 2015 Jim Tonic