Crítica: B.B. King "My Kind Of Blues"

Los blancos no pueden cantar blues porque el blues, el autentico blues, nace de la condicionante miseria de ser negro en los albores del género. Nunca sentirán lo que es utilizar aseos para negros, sentarse en asientos diferenciados según el color de su piel, trabajar de limpiabotas en el mejor de los casos o vivir recogiendo algodón y que, a la caída de la tarde, te guarden como al resto de animales en un granero. Puede parecer una forma de pensar radical y, no haciéndola propia, no puedo evitar recordarla para hablar de B.B. King porque así pensaba la comunidad negra a principios de siglo. El blues nació de la pena diaria, era un lamento que los blancos nunca podrían hacer suyo porque no lo llevaban en los genes. B. B. King nació en la pequeña cabaña de madera de una plantación de algodón a las afueras de Mississippi, en Berclair. Su padre, Albert King (no confundir con el otro bluesman, autor de “Born Under A Bad Sign”) abandonó a su madre y el niño (que por aquel entonces, se llamaba Riley todavía), a la edad de cuatro años, se fue a vivir con su abuela falleciendo su madre muy pronto y después de casarse por segunda vez. Siendo aún muy joven ya canta en el coro gospel y el primo de su padre, Bukka White (otro de los legendarios músicos del Delta) le regala su primera guitarra cuando el niño apenas tiene doce años, ésta cuesta poco más de doce dólares pero le sirve al pequeño King para tocarla día y noche en la iglesia y allá donde le dejen. A los diecisiete abandona el colegio para conducir tractores y seguir tocando la guitarra, se larga a Memphis con White y con veinticuatro años firma con RPM Records -aunque poco antes publicase sin pena ni gloria su primer single con Bullet Records, "Miss Martha King"- y graba en Los Ángeles con Sam Phillips tras los mandos (quien cinco años más tarde fundaría la mítica Sun Records y pasaría a la historia no sólo por descubrir a King o Howlin’ Wolf sino por sus grabaciones a Johnny Cash, Carl Perkins, Jerry Lee Lewis, Roy Orbison y, nada más y nada menos, que Elvis Presley), toca en el programa de radio de Sonny Boy Williamson II en donde éste le presenta ante su audiencia de la KWEM y además trabaja para la emisora WDIA en donde conoce a T-Bone Walker, después de tocar la guitarra y anunciar el tónico Pepticon a modo de cuña para poder tocar unos minutos en directo. 

King desarrolla una forma muy personal de tocar la guitarra en la que se escucha la claridad de sus licks con una válvula a punto de romper (ése chasquido, ése grano mágico que aporta calidez), muy poquita reverb y un vibrato ya clásico basado en un tintineante juego de muñeca y una fórmula en la que no existen los acordes (él mismo reconoce no saberse ni los nombres de éstos) si no únicamente notas, unas poquitas, con las que construye canciones enteras gracias a su expresividad. King es capaz de componer canciones enteras con tan sólo tres notas, entregando su alma al blues y sus dedos a las seis cuerdas. “My Kind Of Blues” es su sexto disco, publicado en el 61 y en apenas media hora se puede considerar un clásico y uno de los favoritos del propio King (según su propio biógrafo) que después de dar cientos y cientos de conciertos graba un álbum básico en su concepción, un año más tarde firmaría con ABC-Paramount Records. Me explico, lo que me gusta en especial de “My Kind Of Blues” es que lejos de las estridencias de una gran banda, graba una obra maestra en tan sólo una sesión de grabación (algo impensable hoy en día y que en aquellos años era muy común) en la que se siente la inmediatez con un formato clásico de guitarra, bajo y batería con el único lujo de un piano como aderezo a modo de acompañamiento, una grabación tan cruda y sencilla que es imposible enmascarar cualquier fallo de haberlo pero que en su sencillez realza lo sublime del arte de King. Nada más que por ese comienzo en “You Done Lost Your Good Thing Now” en el que la guitarra suena tan desprovista de cualquier recurso de estudio y se hace acompañar por la voz de King, ya podría haber pasado a la historia; ahí, en ese primer minuto, están todos los ingredientes de su sonido y cuando se suma la base rítmica y el piano, la canción despega y te sumerge de lleno en la noche; suena íntima, acogedora y a puro blues. En ella, King narra el desengaño pero teñido de toda la amargura propias del estilo cuando, a pesar del maltrato y del amor ya no correspondido, él suplica que le deje amarla una vez más; “You used to say that you loved me and you would do anything I said. You used to say that you loved me baby and you would do anything I said but the way you treat me now baby I would much rather be dead. You said at once that you love me. Honey, but now I believe you've changed your life. Oh you said that you love me baby but now I believe you've changed your mind but I don´t blame you baby because you ain’t what you used to be but let me, let me love one more time, baby…” 

En “Mr. Pawnbroker” se convierte en un prestamista en el que es capaz de tasar los anillos de compromiso de las mujeres que acuden a él, según los quilates; “I'm a pawnbroker, what do you want on your ring? See like every woman I loaned they want the same old thing. Have to use my tester and see if will stand the test. Don’t have nothing but the best;18 carat is okay but 14 carat will make the grade. Yes, I'm a payin' pawnbroker I pay the best price in town. Well, if you don't believe me. Baby, just lay your ring down”, un medio tiempo ligeramente más animado en el que todo encaja a la perfección y la guitarra de King suena al finalizar cada verso, cada estrofa, para terminar animándose a los dos minutos en un solo sencillo pero magnífico mientras el piano acompaña sobre una batería y un bajo que sirven de lienzo. Pide clemencia cuando llega a una nueva ciudad en la que nadie quiere ayudarle porque es pobre en “Understand (I’m A Good But A Poor Man) de Cecil Gant; “I've traveled from town to town seems like everybody wanna throw me down 'cause I'm a poor man but I'm a good man, understand” y se lamenta “My money was too light, baby. Couldn't go nowhere at all. The burden that I carry is so heavy, you see It seems like there ain't nobody in this world. Who would wanna help poor me?” pero guarda un poco de esperanza porque sabe que los malos tiempos no duran eternamente (ni hay cuerpo que los resista, por otra parte) y canta; “Just give me a break. Good things come to those who wait 'cause I've been a good man but I'm a poor man, understand”.

La versión de “Someday Baby” de Lightnin’ Hopkins sí que llega a colocarse entre los diez singles más vendidos (por lo menos de blues) y cambia de tercio en una canción en la que se echa el mundo por montera y aunque sienta todavía algo de pesar al calzarse unos zapatos con la suela agujereada (“Really give me the blues when I wore a hole in my last pair of shoes”) clama a ese sentimiento que tan bien supo resumir Elvis cuando dijo aquello de “algún día me compraré un Cadillac” y apenas tenía para una Coca Cola cuando King canta; “Someday, baby I ain't gonna worry my life anymore”. Pero King también llega a sentirse afortunado siendo la rueda motriz de su amor (manteniendo a su mujer), imaginémonos una canción así, fuera de contexto en nuestro tiempo, pero situándonos en aquellos años es lógico el orgullo del protagonista en “Driving Wheel” cuando canta su dicha y ésta es sinónimo de éxito y proesperidad; “Well, my baby don`t have to work and she don`t have to rob and steal. I`ll give her everything she needs `Cause I am her driving wheel” casi tres minutos de blues clásico y moderado en el que, lógicamente, lo mejor sigue siendo la guitarra de King y su voz, sin desmerecer el conjunto, por supuesto. El juguetón ritmo de "Walking Dr. Bill (Gotta Find My Baby)” sirve para exagerar en clave de humor la visita a un médico; King se encuentra mal pero, a pesar de acudir a consulta, el bluesman sabe perfectamente lo que necesita y es una novia; “Well, my head's in misery. My heart's in a swing I'm a walking Doctor Bill. People, my whole life is full of pain. Yes, I need my baby” y hasta la canción de Peter J. Clayton bromea con cierta ironía cuando King cree no tener “el blues” sino la insatisfacción de no encontrar a su amor; “I believe I'm gonna lose my mind. Well, I walked my bedroom floor. Hung down my head and cried. I didn't exactly have the blues I just want satisfied” 

Es el turno de la sentida “My Own Fault, Darling (It’s My Fault)” en la cual, la clásica balada blues se siente aún más melancólica cuando el protagonista asume toda la culpa del fracaso de la relación y no sólo deja que ella le trate como quiera por declararse culpable; “It's my own fault, baby. Treat me the way you wanna do” sino que descorcha el estribillo cuando admite no haberla amado: “Yes, when you were loving me, baby. At that time, little girl, I didn't love you…”, la garganta de King alcanza cierta altura e incluso se rasga en las notas más altas al igual que su guitarra suena quizá más afilada entre verso y verso.”Catfish Blues” vuelve al jugueteo del cortejo en el que él es demasiado pobre y harapiento para que le miren e incluso bromea; “Well, I wish I was a catfish. Swimmin’ in the deep blue sea I'd have all you women fishin' after me” pero cuando más me gusta el disco, cuando más disfruto de su guitarra es cuando suena más sentida y, como en “My Own Fault, Darling (It’s My Fault)”, la guitarra parece hablar y así suena en “Hold That Train”, pide que el tren no arranque “Hold that train, conductor. Please don't let that engineer start” y la canción hace rato que ya se ha puesto en marcha mientras, a los dos minutos, desgarra inusualmente algunas notas contra el diapasón en un solo cristalino. Para acabar, un clásico; “Please Set The Date” de Minnie McCoy en donde King pide que la chica fije la cita en cualquier momento menos mañana porque ya es muy tarde; “Hey baby, baby please set a date Well, don't say tomorrow 'Cause tomorrow is too far away”. 

Una obra maestra contenida en poco más de media hora de blues; de sencillo y efectivo blues en el que da gusto comprobar que la pena dura cuanto uno quiera, las inquietudes hace cincuenta años siguen siendo las mismas y el arte está hecho para ellas se tenga o no el blues en el cuerpo. King es quizá uno de los bluesman más felices que, a pesar de llevar nueve décadas a sus espaldas, no piensa retirarse y finalmente encontró el amor en sus más de quince hijos, cincuenta nietos, sesenta discos, más de una centena de singles y miles de seguidores, imposible no sonreír como él cuando uno pincha “My Kind Of Blues”.
© 2015 Jota Jiménez