Entonces tomaremos Berlín

Leonard Cohen era un chaval que aspiraba a ser escritor. Cuando era jovencito tocó en algún que otro grupo pero cuando creció se volcó de lleno en la literatura. Escribió algunas novelas brillantes -con unas ventas más que discretas- y decenas de poemas que también obtuvieron una respuesta bastante tibia. Así que, ni corto ni perezoso, desempolvó su guitarra y comenzó a componer canciones. Como por arte de magia, empezó a recibir más y más atención. Había creído que la música le daría algo de dinero para ir tirando, continuar escribiendo y seguir publicando novelas, pero no fue así. Tuvo tanto éxito que no le quedó más remedio que seguir con aquello y, disco tras disco, su leyenda fue creciendo.

Para mí, a título personal, la cumbre de su carrera son sus álbumes "I’m Your Man/The Future". Creo que el primero es perfecto porque adapta sus textos a una música que le sienta como un guante. Sintetizadores, teclados, baterías programadas y coros conforman un sonido típicamente ochentero sin resultar hortera ni desfasado ya que, al ser buscado de forma consciente, resulta tan sorprendente que no desmerece ni envejece como otros discos de la época que sí pretendían ser innovadores y modernos.

La imagen de la portada, ya clásica, con Leonard degustando un plátano y el videoclip de "First We Take Manhattan" son una buena muestra del ritmo de un álbum que es capaz de ser mordaz, irónico, dramático, ligero, literario, profundo y jovial al mismo tiempo.

Después llegó "The Future" y supuso un pequeño bajón de calidad, pero aún así había canciones tan redondas como "Democracy" o la perfecta "Waiting For The Miracle". Un disco en directo y Leonard se retira a meditar a un monasterio Zen de California (Mount Baldy), lejos de la opinión pública y los medios, alternando largas temporadas de reclusión con descansos junto a sus seres queridos. Sigue componiendo con un pequeño teclado pero ya no quiere sacar más discos ni hacer más giras, con lo que ha ganado prefiere escribir y pintar; vivir tranquilo.

A los pocos años se da cuenta de su error, las personas que administran su fortuna se han pulido la mayor parte. Ni él, ni sus hijos tendrán nada. En lo sucesivo, la escena musical le ayuda, se vuelca con él y lo reivindica, surgen los homenajes, los conciertos, los discos de versiones, las películas documentales, biografías, reediciones de sus libros y álbumes. Leonard Cohen se pone de moda entre el público zafio y memo -propio de los festivales levantinos de la península- y toda una generación de estúpidos indies le menta en vano, se ha convertido en icono de lo cool junto a Dylan, Waits y Cave. 

Vuelve a grabar y de ahí surgen el maravilloso "Ten New Songs" y el flojito "Dear Heather". También vuelve a actuar y, tras muchos años de dudas, se planta con casi ochenta años y una enorme gira con varias fechas por España que le devuelve a nuestros escenarios tras más de quince años de ausencia. 

Los que esperen ver a un artista decrépito, a un anciano tambaleándose, que se queden en casa. Leonard Cohen ha sabido envejecer, su voz (su principal característica) ha mejorado con el tiempo, siendo ahora más grave y cavernosa que nunca. Su presencia en el escenario es la de aquel que lo sabe todo, que ha sido curtido en mil batallas y ha salido vencedor. El repertorio es de infarto; "Suzanne", "Everybody Knows", "Tower Of Song", "Bird On Wire", "Sisters Of Mercy" o "Hallelujah" son cantadas con tanta fuerza y pasión que parece mentira los años que han pasado desde su publicación. 

Todos aquellos que le conocimos a través de nuestras padres, que compramos sus vinilos antes que sus cedés, que nos tumbamos en la cama a leer sus libros y letras, que fantaseamos con vivir en Hydra o escuchar "Who by Fire?" en directo mientras el resto de los de nuestra edad desperdiciaban su tiempo e hígado en tristonas discotecas de moda, estamos de enhorabuena: Cohen ha vuelto, nunca se había ido.

© 2011 Jesús Cano