Bendito Lemmy

Ya me extrañaba a mí, con la cantidad de iluminados que últimamente se nos venden como líderes generacionales y portavoces de verdades irrefutables, que todavía no hubiese salido ninguno de esos muchos gurús a declarar a los cuatro vientos la muerte del formato físico ahora que, desgraciadamente, Steve Jobs vuelve a estar de baja después de haber anunciado la famosa "Nube" de Apple, una idea que llevaba años (si no décadas) alojada en la memoria colectiva de muchos (basta con leer cualquier novela distópica de ciencia ficción de antes de los ochenta) y materializada en la cabeza de su propio creador.

No me voy a dejar llevar por el histerismo de muchos consumidores; esos mismos que se rasgaban las vestiduras porque el cedé y sus datos no tuviesen una larguísima vida de, por lo menos, quinientos años, a prueba de catástrofes nucleares o humedades amazónicas, el vinilo se rayase y se lanzasen a la compra compulsiva de Blue-Rays alegando la mejora indiscutible en la calidad de la imagen porque, de todas maneras y como estos consumistas se deben haber dado cuenta a estas alturas; no había que ser Nostradamus para predecir la muerte del cedé (ya que se le defenestró desde su mismo nacimiento), siguen existiendo vinilos a precio de escándalo (es más, hay todo un revival), el deuvedé sigue siendo el formato más vendido (soy incapaz de distinguir entre  dos soportes digitales diferentes en una buena televisión como millones de personas), no sé dónde estaré dentro de quinientos años y hasta creo que me da igual dónde estén mis discos, nunca me iré a vivir al Orinoco con lo que el peligro de la humedad me trae sin cuidado y en caso de emergencia nuclear de lo último que me preocuparé será de mis cedés de la Creedence, manías que tengo...

El mayor desgaste al que se somete al consumidor (que en ningún momento llamaré aficionado, amante o coleccionista porque éstos nunca se plantearán tal dilema) es la cantidad de dinero que ha gastado en películas, discos o libros; la inutilidad de haber comprado cuando ahora puede elegir entre seguir comprando o directamente obtener gratis y, para colmo, ahorrar espacio en casa. Pero lo que más le duele a estos consumidores no es ya el espacio o el no saber qué van a hacer con todos esos deuvedés, cedés y libros que llenan sus estanterías sino aguantar el regodeo y descojone de esos otros que durante años justificaban su desmedida avaricia de descarga ilegal alegando todo tipo de motivos (a cada cual más ridículo y peregrino) llegando a bajar tanto material que ni viviendo doscientos años podrían llegar a consumirlo y, todo hay que decirlo, en calidades tan mediocres que luego resulta descacharrante a todos los niveles la extraña obsesión de éstos mismos por comprar carísimos reproductores con mayor definición, resolución, más pequeños, más grandes, más planos, HD y la madre que les parió a todos ellos juntos.

Al final, todo se resume a una opción vital, a la elección que cada uno hagamos en nuestras vidas y luchar por llevar la razón o enfrascarse en batallas morales y legales carece de sentido alguno. Hace poco, veía de nuevo el magnífico documental de Lemmy (para los no iniciados, el alma máter del grupo Motörhead), en el que el artista enseña orgulloso en su apartamento de alquiler (lo que ya es de por sí una declaración de principios) toda su colección de discos, libros, revistas, muñecos, espadas, dagas, puñales, sables, en definitiva recuerdos que atiborran desordenadamente, a modo de síndrome de Diógenes, toda la estancia. Lemmy, consciente de la cantidad y del peso, sonríe orgulloso; "las cosas que uno almacena durante su vida son lo que realmente ha ocurrido" y bajo esta reflexión tan pueril y sencilla se esconde una verdad universal; puede llegar a resultar igual de patético aquel que arrastra toneladas de recuerdos como el que presume de almacenarlos todos en su corazón y cabeza y acaba su vida con lo puesto (sin posesiones) como un monje tibetano porque quizá, la verdadera sabiduría, no resida ni en uno ni en otro sino en el término medio, en el de aquel que disfrute de las ventajas del presente y sea capaz de disfrutar también de las ventajas que nos ofreció el pasado y que ahora muchos ven como una rémora.

Disfruto de los soportes digitales, de la velocidad de propagación del mensaje en internet y las ventajas que ésta me proporciona. Adoro mis reproductores, mi teléfono móvil, el ordenador en el que escribo y todo aquello que me haga la vida más fácil pero no reniego de todos los libros que tengo; del olor de su tinta y el amarilleo de sus páginas, mis discos (en cedé o en vinilo, me da igual), sé quién me regaló cada uno, dónde los compré e incluso guardo fotos o comprobantes en su interior, son parte de mí y puedo entender mi vida a través de ellos.

Entiendo la comodidad de llevar miles de discos en el bolsillo (yo soy uno de esos que llevan toneladas de discos aún cuando el día tiene sólo veinticuatro horas) pero no cambiaría por nada del mundo aquel momento en el que compré en vinilo el "...And Justice For All" de Metallica o en el que fui descubriendo, poco a poco y según mi bolsillo me lo permitía, la discografía de los Beatles o Led Zeppelin. El mismo Lemmy no podría haber firmado una carpeta de archivos de mi ordenador, sólo mi "Overkill" en vinilo. Entiendo que un chaval de ahora no vea ningún sentido en comprar un cedé o un vinilo pero yo sí; las cosas son lo que ocurren, tenerlas y disfrutarlas no es ni mejor ni peor, es sólo una opción y tú decides. Bendito Lemmy...

© 2011 Jesús Cano