
Nunca me terminaron de convencer Creed, quizá porque el inaguantable de Scott Stapp (esa versión clónica y con hoyuelo de un Eddie Vedder pasado de rayos Uva y repeticiones con las mancuernas) me caía francamente mal; no me gustaba su voz por la buscada similitud con la del de Seattle y la impostada angustia que pretendían vendernos en sus discos fueron el cáncer de la época post-grunge (si es que alguna vez llego a existir ese movimiento) y la influencia de aquel cantante (que ahora se pasea con más que pena que gloria, en pequeñas giras, únicamente por los escenarios norteamericanos) era tan grande que hacía pasar inadvertido el tremendo potencial de su grupo.
Así pues, adiós a Scott Stapp, disolución al canto de Creed y bienvenida a Myles Kennedy, nuevo cantante, nuevas intenciones y nuevo grupo: Alter Bridge. En el Sonisphere suizo les tocó la difícil tarea de tocar entre un grupo de verdaderos músicos como Mr. Big y el espectacular retorno de Limp Bizkit en un escenario (el llamado "Apollo Stage") en el que más tarde tocarían Slipknot y Iron Maiden, por lo tanto, un emplazamiento gigantesco para un grupo de su categoría. Demasiados metros de tablas para una banda cuya única baza es la música y son demasiado jóvenes como para poder sostener una posición de esa categoría en un festival con vacas sagradas como Judas, Cooper, Whitesnake o Maiden.

Los riffs de Mark Tremonti suenan a estadio y éstos mezclados con la voz de Kennedy suenan a gloria, tanto como para congregar a miles de fans con la camiseta de "Black Bird" y que estos aguanten las altas temperaturas de un sol que se mostraba inquebrantable ante las primeras horas del mediodía. Es en estos momentos cuando uno entiende que la estética rockera y las malditas camisetas negras no están hechas para el verano.

© 2011 Jesús Cano