Crítica: Kamelot “The Awakening”

Nada en contra de los Kamelot de Karevik, tal y como escribía en mi anterior crítica, “The Shadow Theory” (2018), a estas alturas de la película no voy a seguir alimentando el debate estéril de Roy Khan, pero sí que tengo que reconocer una evolución en mi gusto por Kamelot que quizá esté ligado o corra en paralelo al propio desarrollo de la banda. Veréis, cuando se publicó “Silverthorn” (2012), este me entusiasmo y, aunque con “Haven” (2015) bajaban el nivel, mis esperanzas en Kamelot permanecían casi intactas; era consciente de los tópicos, del exceso de azúcar y las melodías accesibles, de los dobles voces y todos los ingredientes del power más meloso, pero en “Haven” (2015) había canciones y cuando publicaron “The Shadow Theory” (2018), a pesar de la sensación de que Karevik se arriesgaba poquísimo en las notas más altas, y había gran parte de relleno, las composiciones que funcionaban seguían dando buena muestra del talento de los de Tampa (arena de otro costal fue la gira mundial en la que, a pesar de los buenos momentos, hubo algunos en los que me sentí fuera de lugar con Lauren Hart más pendiente de la estética que de la voz y un Karevik excesivamente estático, además de un repertorio en el que eché en falta muchas canciones) pero “The Awakening” (2023) supone una decepción respecto a lo que esperaba de ellos en una espera de cinco años que se me ha hecho eterna incluso con una gira y una pandemia de por medio. ¿Cuáles son los principales inconvenientes que detecto y siento tras la escucha de “The Awakening”? La portada de Giannis Nakos está a la altura, como todo el concepto artístico del disco, el sonido de Sascha Paeth y Jacob Hansen resulta imponente, repleto de épica habitual en el equilibrio estético por el que la banda suena contundente pese a los arreglos sinfónicos de instrumentos reales, nada de enlatados, confiriéndole al sonido de “The Awakening” de una naturalidad habitualmente impostada en bandas que también disfrutan del envoltorio sinfónico.

Pero, ¿entonces cuál es el problema de “The Awakening”? Es una valoración muy personal, seguramente otros oyentes no la compartan y el discos se les cuele entre las primeras posiciones del año (honestamente, lo dudo), pero cuando escucho este nuevo álbum de Kamelot me encuentro; con una constante repetición de su fórmula y, sin pedir que cambien sus señas de identidad, no es posible que recurran constantemente, una y otra vez, a las mismas estratagemas; esos medios tiempos en los puentes, esos crescendo forzados a base de cambiar de tono el propio estribillo. Sonando bien, siento que la banda podría dar mucho más de sí, como también me ocurre con las letras; si en El Quijote se emplean más de veintitrés mil palabras diferentes, en los últimos cuatro discos de Kamelot entre estrofas y estribillos estoy convencido de que no pasamos de más de una veintena de palabras diferentes, recurriendo una y otra vez a las mismas frases y los mismos conceptos, una auténtica pena a lo que hay que sumar la contención, una vez más de Karevik, en los agudos, como en la inicial “The Great Divide” (en la que lo mejor es Laudenburg y su manera de golpear, porque Palotai tampoco demuestra especial inventiva en los arreglos) o en “Eventide”, en la cual parece ir susurrando las estrofas (y, con todo, es de las pocas que se salva de la quema, pudiéndose encuadrar en cualquiera de los discos anteriores).

Lo peor es sentir cómo “The Awakening” no remonta y “One More Flag in the Ground”, con su repetición e insoportables gorgoritos operísticos, por no mencionar la letra, y lo fácil de su melodía o la constante repetición, como ocurre también en la forzadísima y teatral, “Opus of the Night (Ghost Requiem)”, la prescindible balada que es “Midsummer’s Eve”, con la ayuda de Tina Guo, o los tintes folk de “Bloodmoon”, ¿en qué estaría pensando Thomas Youngblood para firmar semejante horror? Estando lo peor por llegar con “NightSky”, la gris “New Babylon” y otra balada completamente prescindible como es “Willow” (ríete de lo mortal del azúcar blanco, una vez hayas terminado de escucharla) y el sinsentido que es “My Pantheon (Forevermore)” elevando la cursilería al absurdo cuando la banda no sabe cómo resolver el cambio de tempo y recurren, de nuevo, a uno medio con el que encajar las estrofas con calzador, siendo la única salvable, “The Looking Glass”, recordándome a “The Black Halo” (2005).

A los de siempre, les gustará porque, valga la redundancia, es lo de siempre. A los seguidores de toda la vida les gustará por “The Great Divide” y “The Looking Glass”, además de porque nos encontraremos con sus clásicos en directo, pero “The Awakening” es una decepción de la que sólo sería capaz de sacarme si su próximo disco recuperase alguna de las formas de “Silverthorn” (2012), por no remontarme a épocas pretéritas. Una pena por Kamelot, aunque no lleguen siquiera a darse ni cuenta a tenor de lo poco exigente de su público actual y las reseñas escritas sin cariño alguno por la banda.

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