Concierto: Robert Plant (Madrid) 14.07.2016

SETLIST: Babe, I'm Gonna Leave You/ Tin Pan Valley/ What Is and What Should Never Be/ Spoonful/ The Rain Song/ All the King's Horses/ Poor Howard/ Friends/ Little Maggie/ Fixin' to Die/ Whole Lotta Love/ Rock&Roll/ Going to California/


A pesar de no haber vivido los setenta y no haber podido disfrutar de Led Zeppelin en directo, el pasado jueves mi cabeza se llenó de recuerdos mientras esperaba por ver a Robert Plant en directo. Recuerdos de todo tipo como cuando, en plena adolescencia, me compré “Led Zeppelin IV” (1971) y sentí que aquel disco era tan grande como para acompañarme toda la vida, de cuando intentaba tocar con mi guitarra cualquiera de los riffs de Jimmy Page y cada uno era un logro, de aquel verano en el que pasé los tres meses viendo una y otra vez las actuaciones de Zeppelin en el Madison, de aquella entrada que se quedó colgada hace dos años cuando Plant decidió cancelar o cuando intenté acceder a la venta de entradas de la última reunión de Zeppelin y mi ordenador, como el de millones de personas, se quedó colgado ante la demanda y, por último y la más chocante, cuando Page y Plant vinieron a Madrid en 1995. En aquella gira, siendo estudiante, no tuve dinero para ir a verles y recuerdo perfectamente que, a modo de consuelo, me acerqué a la tienda de guitarras de mi barrio para echar la tarde y charlar con el dueño, ya acostumbrado a esas meriendas en las que comprar una nueva púa era la única excusa para aprender algo. Aquella tarde, en mitad de la conversación, le llamaron desde el difunto Palacio de Deportes de la Comunidad; a Page, en plena prueba de sonida, se le había roto el pasador del golpeador de su principal Les Paul y, por supuesto, quería tocarla esa noche. Nadie en Madrid, en 1995, tenía ese repuesto y habría que encargarlo, así que el dueño de la tienda (que mantendremos en secreto) dijo que subía en diez minutos y, ni corto ni perezoso, desarmó el golpeador de una de las Gibson que tenía en tienda y se subió a la calle Goya.

Aquella tarde nos sentimos como héroes y partícipes del concierto de unas leyendas como Plant y Page y al día siguiente acudimos de nuevo a la tienda para ver qué había ocurrido y si había llegado a conocer a cualquiera de nuestros héroes. Nada de eso, el propietario de la tienda (que subió más ilusionado y nervioso que nosotros lo esperábamos) no pasó ni del umbral de la puerta; el representante le había recibido en la calle, cogió el repuesto y se perdió en el entrañas recinto. Al rato volvió a salir y a modo de pago le regaló una foto dedicada por Jimmy Page que todos nosotros veneramos a lo largo del paso de los años. Y, como podrás entender, esto que lees no es una crónica al uso del concierto sino la de un fan que, como tú, se acercó al jardín botánico de la Universidad Complutense para ver a Robert Plant y enfrentarse a la leyenda de Zeppelin.

Estaba claro que lo que veríamos no sería un concierto del combo británico, ni siquiera nada remotamente parecido a lo ofrecido hace veintiún años. Robert Plant es un artista libre que disfruta de su estatus haciendo la música que le viene en gana y goza del favor de la crítica con discos tan particulares como “Mighty ReArranger” (2005), “Band Of Joy” (2010), el último “Lullaby and... The Ceaseless Roar” (2014) y, por supuesto, el éxito que supuso el bonito “Raising Sand” (2007). Un músico que disfruta perdiéndose en el exotismo y el misticismo oriental pero también en la música étnica, que es capaz de profundizar en las raíces del blues y mezclar con ilusión –pero resultados desiguales, todo hay que decirlo- los arreglos más rootsy con profundos y oscuros cantos del delta y el bluegrass más ligero y jovial con aliños electrónicos más propios del trip hop e incluso Radiohead (grande, John Baggott a lo largo de todo el concierto). Pero, claro, es escucharle cantar en directo y entender que no hay reproche posible…


Es por eso que me molestó muchísimo la actitud, no sólo ya de esos esnobs que acuden a este festival madrileño como si viniesen a un cine de verano, sino la de esos otros que vinieron a comprobar el estado de salud de Plant y firmar su defunción como artista. Esos otros que lucían camisetas de Zeppelin de Inditex y que debían creer que iban a encontrarse a un Robert Plant de cuarenta kilos, enfundado en pantalones de pitllo, marcando paquete, y camiseta abierta, luciendo abdominales; aullando “Immigrant Song” y desatando las pasiones más bajas del sector femenino en su papel de macho alfa del rock. Aquellos que a la salida se apresuraron a sentenciar; “ha perdido fuerza, ya no es el que éra, la voz no llega” y sandeces por el estilo. A toda esa caterva de ingratos, gente pequeña sin duda, que en su vida serán incapaces de lograr ni el mísero uno por ciento de lo que ha conseguido Robert Plant y ni siquiera son sinceros en su agradecimiento por las cientos de miles de veces que éste nos ha hecho feliz con su música, tan sólo les deseo que la vida les reserve lo que sin duda se merecen. Y espero, de verdad, poder verles con setenta años y que conserven un mínimo de la lucidez, saber estar, genio, creatividad y también la melena de león que todavía luce un orgulloso Robert Plant.

Nada más que por ese “Babe, I’m Gonna Leave You” de Zeppelin (original de Anne Bredon y popularizada por Joan Baez, claro, me adelanto antes de que alguien me quiera corregir y sacar de mi supuesto error a estas alturas) con el que Plant abrió y escucharle cantar esos versos, habría merecido la pena todo el concierto. A Plant se le ve divertido, es simpático y se nota que tiene querencia por nuestro país; no sólo por el intento de hablar en nuestro idioma sino por los constante “olés” que se le escaparon… “Tin Pan Valley” de “Mighty ReArranger” trazó la línea divisoria entre el acto nostálgico de Zeppelin y su propio concierto, recordándonos que no sería la única vez que se saldría de la carretera y transitaría canciones que sonaron fabulosas entre interpretaciones más célebres y celebradas de su pasado.

Una versión de “What Is and What Should Never Be” volvió a añadir algo de tensión como el clásico de Willi Dixon, “Spoonful”, del que disfruté bastante o la fantástica y bonita “All The King’s Horses” o “Poor Howard” entre “The Rain Song” y “Friends” de Zeppelin casi irreconocibles. La tradicional “Little Magie” con su cantarín banjo a cargo de Liam "Skin" Tyson, sin embargo, sí sonó fiel a “Lullaby and... The Ceaseless Roar” lo que nos deja bien claro lo cómodo que Plant se siente en una banda tan mestiza y variopinta como The Sensational Space Shifters mientras que “Fixin’ To Die” de Bukka White pasó desapercibida para la gran mayoría y más cuando fue enlazada con “Whole Lotta Love” y, obviamente, se desató el griterío, los empujones y cientos de móviles se irguieron para inmortalizar el momento y, seguramente, presumir al día siguiente en la oficina. 

La voz de Plant, por supuesto, no es la de hace tres décadas; ha bajado varias octavas y sus agudos casi han desapercibido para convertirse en una garganta equilibrada, sin estridencias, pero lo que ha perdido en potencia lo ha ganado en recursos y, aunque no sea capaz de llegar a herir con sus alaridos, el timbre permanece intacto. Pero, ¿cómo le voy a explicar lo que es el tímbre a uno de los muchos becerros que serían más felices en un concierto de The Answer o Airbourne y son incapaces de sentir la más mínimo de emoción cuando sonó “Rock & Roll” o la delicada “Going To California” y hacerles saber lo privilegiados que somos al poder escucharlas en directo, a pocos metros? Personalmente, nunca olvidaré haber visto a Robert Plant tan cerca… ¡Qué razón tiene cuando asegura que no le hace falta reunir a Led Zeppelin ni por todo el dinero del mundo! Pero, claro, explícaselo al resto…

© 2016 Jim Tonic