Crítica: The New Basement Tapes "Lost On The River"

"El problema es que los inteligentes están llenos de dudas mientras los necios están seguros de todo", parafraseando a Bertrand Russell y es que así, sólo así, puedo explicarme las críticas que he leído sobre "Lost On The River". Algunos aseguran que si Bob Dylan desestimó las letras de estas canciones es porque tampoco serían para tanto pero criticar la producción de un coloso como "T-Bone" Burnett, la batuta de Elvis Costello o la voz de Jim James son motivos suficientes como para dejar de leer. Atacar a Burnett es inútil porque, aunque nos creamos que el productor anda a la caza del propio Dylan o ha arruinado la carrera de algunos ilustres, no deja de convertirse en la idea propia de un paranoico que ve a Burnett como una primitiva deidad hambriento de gloria cósmica. Vayamos por partes, hay que recordarle a muchísima gente que el Bob Dylan del 67, aquel que quería ser un honorable vecino de Woodstock con su pelo corto y sus gafas ovaladas se recuperaba y lamía las heridas de dos accidentes junto a su familia. El primer accidente fue aquel que la sociedad perpetró contra él cuando le erigió portavoz generacional, gurú y salvador de un sueño que había muerto años antes, aquel peso sobre sus hombros convirtió a Dylan en poco menos que un fantasma en vida, paradójicamente aquella icónica imagen ha sido la que más ha trascendido o más camisetas ha ocupado en los grandes almacenes, tan alejados de su mensaje; ése Dylan delgado y enjuto, vestido de riguroso negro con botines, imposible pelo rizado y sempiternas Ray Ban Wayfarer para ocultar su mirada y vencer su timidez (quizá también los rastros del exceso de humo, quién sabe…). 

El segundo accidente del que Dylan se recuperaba fue el ocurrido el 29 de Julio del 66 cuando se dirigía a un taller al que acercar su moto, una bonita Triumph Bonneville T100 de 500cc, la hermana pequeña de la Bonneville 650. Su esposa Sara, la mítica Sara de sus canciones, le seguía en coche quizá para luego volver juntos. Él admite que perdió el control en Striebel Road, lo cierto es que su cuerpo acabó bajo la motocicleta, el cuello lastimado, la cara llena de cortes y la casi certeza de estar a punto de morir. Lo que vino después fue tan extraño como las complicadas elucubraciones de aquellos que le dieron por muerto y, como en el caso de McCartney, sostienen que el Dylan actual no es más que un doble, bendito doble (curioso que veinte años después tuviese otro incidente que casi le causa la muerte cuando también viajaba en motocicleta y se vio afectado por histoplasmosis tras inhalar sus esporas mientras paseaba por un terreno pantanoso, fue ingresado en el hospital a principios del 97). Y es que Sara, en vez de llamar a una ambulancia, recogió su cuerpo y lo llevó en la furgoneta a casa de los Grossman (Albert Grossman era el representante de Dylan). Con la perspectiva que dan los casi cincuenta años que han pasado desde aquel accidente, la verdad es que parece que Dylan y su esposa aprovecharon aquello para esconder a Bob y alejarlo de los escenarios y todos los compromisos que había adquirido y funcionó -¡vaya si funcionó!- porque éste no volvería a pisar un escenario hasta el 74. Dylan en su granja no sólo se recuperó del accidente sino que tuvo un largo y lento proceso de descompresión para aquel que había grabado discos en cuestión de días -incluso horas- atendió a su mujer y sus hijos (como muestran enternecedoras instantáneas con Jesse), disfrutó del anonimato en Middletown y, después de preparar el desayuno y dejar a los niños, se largaba al sótano de una casa conocida como "Big Pink" en donde se encontraba con The Hawks (más tarde The Band) y, después de prepararles café y liar unos porros, se pasaba las horas componiendo, improvisando y tocando con ellos. Los años 67 y 68, sin embargo, fueron igualmente buenas añadas e igual de prolíficos para Dylan aunque éste se alejase de la atenta mirada del ojo público. Escribió canciones para pasar el rato, sin presión, las compuso para tocarlas y divertirse, para volver a sentir esa pasión pero también cumplió sus compromisos contractuales con la discográfica y, aparte de salirse por la tangente tras el punto de inflexión de la electrificación en el festival de Newport, publicando en Diciembre de ese mismo año el acústico "John Wesley Hardin" en plena psicodelia (remando, como siempre, a contracorriente y haciendo lo que viene en gana en todo momento, una costumbre que sigue manteniendo a día de hoy), cuya "All Along The Watchtower" fue elevada a los altares de la electricidad por obra y gracia de la versión de Hendrix y también envió los acetatos de nuevas canciones para otros artistas como Peter, Paul And Mary o Manfred Mann y The Band publicó su primer y mítico "Music From The Big Pink" en el 68 convirtiéndose, por obra y gracia de "The Weight", en todo un éxito.

Para colmo, Columbia publicó todas aquellas canciones grabadas en aquel sótano (o así parecía) muchos años después, en el 75, convirtiéndose en objeto de culto para el público y muchos artistas y santo grial para coleccionistas que, ya por entonces, aseguraban que había mucho más material inédito que aquellas pocas canciones. Sólo los propios implicados, los Grossman o Garth Hudson, teclista del grupo, que protegió los originales tras muchos años sabían que había más, mucho más. Por suerte, este año ha visto la luz "The Bootleg Series Vol. 11: The Basement Tapes Complete" que, según Columbia, es el archivo más completo de aquellas sesiones. Pero había más, mucho más y también había muchas letras de canciones escritas pero no musicadas y aquí es donde entra Burnett que hizo una selección para grabar el disco que nos ocupa (aunque, de nuevo, muchos aseguran que no se han publicado ni la mitad). ¿Y Dylan, qué dice Dylan de todo esto? Ya en 1975 consideraba un error publicar todas aquellas canciones y no quería saber mucho de todo aquello y ahora opina lo mismo. Se ha desmarcado y no ha querido conceder entrevistas, le da completamente igual lo que su discográfica publique o no y lo considera pasado, no entiende tanto revuelo por aquellas y éstas canciones y sobre las letras inéditas y, como siempre le ha ocurrido, tampoco ha tenido el mayor interés dejando que Burnett haga con ellas lo que quiera. No es porque no merezcan la pena, es porque Dylan siempre ha sido así con sus canciones, ha regalado y compuesto para otros, e incluso a veces no ha querido saber nada de derechos o beneficios. Y cincuenta años después, como no podría ser de otra manera, Dylan sigue resultando igual de imprevisible.

El experimento tampoco es nuevo, que nadie crea que se ha descubierto la pólvora, ya lo hizo Wilco con Billy Bragg, por ejemplo, en aquellos fabulosos discos llamados "Mermaid Avenue" cuando Nora Guthrie se puso en contacto con Bragg para que éste pusiese música a las canciones escritas sobre el papel del difunto Woody, su padre.  Ahora son Elvis Costello, Rhiannon Giddens Taylor Goldsmith, Jim James y Marcus Mumford quienes se encargan de recoger el testigo y poner su voz a los textos de Dylan. "Lost On The River" funciona por muchos motivos; el primero, porque los músicos interpretan desde un respeto casi reverencial y nadie pone en duda su talento. El segundo porque Burnett le ha otorgado un sabor vintage, un buqué delicioso, que no hace caer la producción en la parodia actual de la moda "rootsy" que nos toca vivir y porque las canciones cobran vida gracias al talento de la nómina y, no está de más recordarlo; porque, aunque haya algunas menores, son letras que se prestan, en las que hay madera para que resulten. Parece que el talento de Dylan sea el de una mina en la cual, da igual las veces que los mineros bajen, siempre hay más y más, incluso décadas después, la producción es ingente. 

Por eso, Jim James suena creíble cuando parece rezar y clama "Down At The Bottooooooom" y canta; "Always been in trouble. Nearly all my life. Always been in trouble. Struggle, scorn and strife…" en un tono que recuerda al Dylan más melódico y menos nasal, el del "Nashville Skyline" (¡coño, también del 69!) y es capaz de soltarse en la jovial "Nothing To It" o la divertida "Hidee Hidee Ho #11" cuando es incapaz de adivinar por qué esa chica le ha dado largas después de haberla acompañado y suena como nunca en el estribillo "Hidee Hidee Ho, making love wherever we go" e incluso se le escucha sonreír en el lúbrico verso "I took out my pen knife and showed it at this rake" o suena aún más nocturno e incluso se desgañita, en "Quick Like a Flash" que incluye un magnífico solo de guitarra, breve pero intenso. Dylan en puro estado de gracia sobre la coronilla de Jim James.

Rhiannon Giddens retomará precisamente "Hidee Hidee Ho #11" con Costello dotándola de más emoción y, paradójicamente, menos diversión que James, convirtiéndola en una canción popular no sin antes deslumbrarnos con un tono doliente en "Spanish Mary" entre el country y el lamento irlandés para introducirnos, ya sí de lleno, en el medio oeste norteamericano en "Duncan and Jimmy" en la que también se defiende con un banjo que dota la composición de más sabor aún. Costello cumple en "Married to My Hack" que a mí, personalmente, me recuerda al tono de su álbum "The Delivery Man" del 2004, pudiendo haber formado parte de aquel. Nos emocionará en "Golden Tom – Silver Judas" y hace todo un ejercicio de estilo demostrando su maestría en el vibrato de su voz, solapándose con el trémolo de la guitarra en "Lost on the River #12" o desmarcándose con "Six Months in Kansas City (Liberty Street)". Quizá mi favorita sea "Kansas City" con Marcus Mumford, una canción sentida e intensa con la participación de Johnny Depp a la guitarra, una Dusenberg modelo Mike Campbell, supliendo a Elvis Costello y un Jim James al solo, como un Neil Young desbocado sobre su caballo enloquecido. Marcus elevará "When I Get My Hands on You" emparentándola al soul, en "Stranger" sonará como nunca lo hará en su propio grupo sin perder su identidad y en "The Whistle Is Blowing", aunque se eche de menos algo de brío y algún que otro coro que la realce, no desmerece el conjunto.

El papel de Taylor Goldsmith en "Liberty Street" es soberbio mientras que "Florida Key" rezuma intimismo y sensibilidad. "Card Shark" abandona ese tono gracias a la percusión y "Diamond Ring" es de lo mejor de todo el álbum gracias a su interpretación. Y, para acabar, la intensísima "Lost on the River #20" que nos hace abandonar el disco con tono amargo y oscuro con la voz de Giddens y sus coros. Veinte canciones, setenta y cuatro minutos de buen gusto, exquisitos y vibrantes, "Lost In The River" puede haberse publicado sin causar mucho revuelo pero estamos, sin duda alguna, ante uno de los mejores discos del año pasado y es inútil, como absurdo, compararlo con las sesiones originales perpetradas por Dylan y The Band y el espíritu que allí se capturó pero es sencillamente maravilloso.

© 2015 J.Cano