Me suele ocurrir que no percibo a mis artistas favoritos como seres inalcanzables, estrellas de la música, sino como viejos amigos que me hablan y yo los escucho; eso tiene que ver con mi forma de ser, el tiempo y cómo ha cambiado todo en los últimos años o mi larguísima relación con su música; no la escucho, a mí me acompaña donde quiera que vaya. Pero es que pocas cosas hay más reconfortantes en la vida que sentarte a escuchar el último disco de una persona que lleva cantando para ti veinte o treinta años, es como reunirte de nuevo a charlar con un viejo amigo y escuchar cómo le ha ido. Y también soy consciente de la locura que esto puede parecerle a muchas personas en los tiempos que corren; si lo pienso y profundizo en ello, soy lo bastante joven pero también siento que pertenezco a otra época cuando mucha de la gente que me rodea en mi día a día (físico y virtual) no lleguen a desarrollar una relación de décadas con la música que escuchan o los libros que leen, con aquello que deberían amar, cuando el ritmo actual nos lleva a un consumismo voraz en el que todo parece que está puesto sobre la mesa para un banquete en el que podemos dejarnos todo a medio comer y seguir engullendo sin parar; pagas el streaming no por la cantidad o calidad de lo que disfrutes sino por la entelequia de la eterna posibilidad; el acceso total, comparable a un bufé de mala calidad.
En ese sentido, como siempre he escrito en este bendito blog, también me ocurre que siempre me ha sorprendido cuando alguien me afea el que no escriba sobre uno u otro disco que he escuchado hasta la saciedad. ¿De verdad tengo que intentar evaluar un álbum como “Carnage” (2021)? Puede que me siente a escribir sobre él o, tan sólo, escucharlo a sorbos y disfrutarlo sin esa presión. Por ejemplo, “Rough and Rowdy Ways” (2020), el mejor álbum de Dylan en años, lo he disfrutado en directo y lo habré escuchado, sin exagerar, un millón de veces, me parece un disco de una profundidad brutal, ¿cómo resumirlo en dos hojas? ¿No es lo más parecido a contener el océano en un vaso? Parafraseando a uno de mis escritores favoritos, ¿no es extraño que todo esto que tengo dentro, para ti sean sólo para palabras? Siempre que he pensado en escribir sobre ese disco, he terminado posponiéndolo mientras lo escuchaba de nuevo. El origen de este blog es la pasión por la música, no conseguir visitas o intentar sacar algún rédito de algún promotor local. Menuda cosa tan infantil y penosa…
Y con “Wild God” (2024) me ha ocurrido que me he sentido muy unido desde el principio por la falsa sensación de estar tan involucrado en su creación como Ellis o Cave; leí "Fe, esperanza y carnicería" mientras seguía dándole duro a “Carnage” (2021), soy asiduo lector del blog de Cave y sus honestas respuestas a sus seguidores, además de seguir también a Ellis. De tal forma que cuando Cave comenzó a componer en Año Nuevo del 2023 y grabar en los estudios Miraval, aunque no fuese en tiempo real, sentí que era testigo de todo aquello. Por lo mismo que me imagino, como si estuviese con ellos, a Ellis y Cave tomando café mientras cae una poderosa tormenta en Cassadaga y deciden cómo titular el álbum, dudando entre “Conversion”, “Joy” o “Wild God”, Ellis busca y encuentra un poema de autor desconocido, Tom Hirons, a pesar de ello, aunque no guarde relación con los versos, el título encaja con el sentimiento del disco, quizá porque “Conversion” o “Joy” podrían llevar a otra idea, y así lo deciden.
En ese sentido, “Wild God” (2024) prosigue el camino iniciado en “Push the Sky Away” (2013) y su desnudez, sumando los arreglos de “Skeleton Tree” (2016) y las texturas sintéticas de “Ghosteen” (2019) o el crudísimo “Carnage” (20219 junto a esa capacidad de Cave por crear bellísimos paisajes poéticos en los que, sin embargo, conviven poderosas y evocadoras imágenes repletas de violencia. “Wild God” (2024) confiere la sensación de pasividad de aquel que permite que ocurra lo que tenga que ocurrir en los actos más cotidianos. Por ejemplo, "Song of the Lake" parece desperezarse mientras Cave repite una y otra vez que nada importa y la canción comienza a implosionar, hasta ese final en el que Wylder, contenido a lo largo de sus tres minutos, se desata para hacer volver la calma. “Wild God”, la canción, podría haber formado parte de “Push the Sky Away” (2013) de no ser por esos coros a los que Cave acompaña con “Bring your spirit down!” mezclando lo mundano con lo divino, convirtiéndola en un góspel, en un álbum en el que encontramos al Cave más expresivo en su forma de cantar; paladeando cada estrofa, susurrando, elevando la voz, enfadándose o liberando las cadenas de su cuerpo mortal. En “Frogs”, regresamos a la imagen de Caín y Abel, pero también de la felicidad momentánea, del disfrute del amor y su gratificación temporal, para terminar de nuevo en la cuneta, todo esto nacido desde la bonita imagen de una pareja paseando por el campo un domingo por la mañana, mientras las campanas de la iglesia resuenan y se integran en la paz del paisaje. Esa imagen de alegría momentánea es la que recorre el álbum y algo que Cave parece querer dejarnos claro, como cuando en “Joy” repite su mantra o canta; “We’ve all had too much sorrow, now is the time for joy”, explicándote que si la vida ya es de por sí jodida para todos, no hay que desperdiciarla tampoco cuando hay que disfrutar. Serán esas repeticiones poéticas a las que recurrirá también en la turbia "Final Rescue Attempt", por la tensión que transmite en su desesperada búsqueda o en la transformación de “Conversion” y su toque espiritual o el regreso al amor en la épica “Cinnamon Horses”, como arma de doble filo y la dulzura pero también la amargura de su carácter, hasta “Long Dark Night” y lo que podría ser visto como una crisis espiritual, encajando a la perfección en esas dudas metafísicas -esas charlas con uno mismo- en las que parece existir un Dios Salvaje que nos expone a las mismas dosis de vino que de veneno, por eso mismo "O Wow O Wow (How Wonderful She Is)" sobre Anita Lane o la final "As the Waters Cover the Sea", un canto de iglesia, parecen ahondar en el profundo sentimiento que Cave quiere transmitirnos a lo largo de ”Wild God”; aunque en la vida haya miedo, desesperación, dolor, tristeza y pérdida, siempre habrá un ápice de belleza, inherente a ello, que deberemos apreciar, esa misma dualidad del título, implícita a nuestra existencia. ¿Cómo querer volcar todo lo que siento por un disco tan enorme en apenas unas pocas frases? Imposible…
© 2024 Jota Jiménez