Crítica: Vanishing Kids "Miracle Of Death"

Debo remontarme diez años en el tiempo para recordar mi primera toma de contacto con Vanishing Kids, “Spirit Visions” (2013) me gustó, pero no me impresionó. Los de Winsconsin habían grabado un buen disco, pero no me causó la misma impresión que “Heavy Dreamer” (2018) y, por supuesto, el que nos ocupa, “Miracle Of Death” (2023), cocido a fuego muy lento durante los años de pandemia, cinco si tenemos en cuenta su anterior entrega. Un álbum en el que se dan la mano el doom, el rock clásico y esa capacidad innata para la ensoñación, para las melodías más edgy y melancólicas. Y es que Vanishing Kids, sin evocar el espíritu de los bosques de, por ejemplo, Agalloch, tienen ese puntito entre la apagadísima y lánguida tristeza del rock, recordando por momentos a Devil’s Blood cuando Nikki canta con desgarro y entra Jason evocando todo el hard rock de los setenta y, estrangulando las notas más altas de su diapasón, Nick y Jerry vuelven a golpear con la pesadez doom. De esta forma, da la sensación de Vanishing Kids no sólo se han tomado su tiempo en pensar sus próximos pasos -porque, francamente, la fórmula es la misma- pero sí que han logrado grabar canciones que son redondas, en la que todo parece encajar y se nota el esfuerzo compositivo por llegar al estudio con todo escrito, sonando “Miracle Of Death” completamente redondo; no hay una sola estrofa que sobre o falte, un estribillo que no llegue a tiempo, un solo de guitarra escrito sin pasión y una armonía vocal que no parezca trabajada hasta la extenuación. La sensación que deja “Miracle of Death” en el oyente es la de puro placer, música bien hecha y con pasión.

“Spill The Dark” produce esa ensoñación por la que uno siente que regresa a casa, un lugar plácido y conocido, en el que la dosis de metal underground está tan medida y equilibrada en su medida con el rock que no es capaz de espantar a los oyentes casuales, cuando Nikki entona la estrofa y el puente, cuando entra la guitarra de Jason y parece que viajamos en el tiempo. Nick y Jerry abren “Only You” para que la voz, repleta de reverberación, parezca surgir de un lugar anterior a nuestra existencia y desemboque en otro estribillo para recordar, como las cuerdas de “Demon Glove” y su tempo más doomy, casi siete minutos en los que el desenlace final es llevado de la mano de una guitarra que, literalmente, llora sobre nosotros gracias a la pastilla del puente y ese sonido tan redondo y cálido.

“Midninght Child” es un homenaje a los setenta, con la guitarra llena de fuzz y Nicky más etérea que nunca, como una Stevie Nicks fantasmagórica, recorriendo las estrofas mientras Jason hace lo propio con el diapasón. El órgano es el protagonista en la apertura de “Feral Angel” en una canción de tempo más pausado, recordando a lo grabado en “Heavy Dreamer” (2018). La pena es que “For Lauren” sea un interludio que nos lleve a la esperada pieza-río que es “To Dust”, nueve minutos y medio de pura magia, entre el hard, psicodelia y el prog, una maravilla repleta de guitarras y cambios de ánimo, un auténtico tratado de cómo desbarrar sin parecer que lo haces, de cómo orquestar el caos y salir victoriosos. Un orgasmo sonoro que demuestra “Miracle Of Death” contiene algunos de los más bellos y nostálgicos paisajes que una banda haya grabado en este año pasado que, por suerte, ya nos ha dejado, sobrepasando con creces a cualquier banda de dream o shoegaze que se precie, quizá porque Vanishing Kids no se conforman con cualquier etiqueta y lo suyo es trascender.

© 2024 Jota Jiménez