Estaba muy motivado, me apetecía muchísimo ver a Royal Blood pero, según avanzaba la tarde, me fue entrando también mucha pereza mientras sonaba su disco de fondo. Madrid ayer lucía soleado y hacía calorcito, abrí un libro de Dave Foster Wallace y, de pronto, ver a dos paletos de Worthing (Inglaterra) tocar doce canciones sobre un escenario se me antojó como el peor plan posible para la tarde del miércoles, colgadme en la hoguera; me avergüenzo de mi comportamiento, podéis captar la insondable pena que me aflige y me sonroja mi falta de profesionalidad y objetividad matemática -inherente a todo buen crítico- ante mi aparente apatía por los nuevos "salvadores del rock" y por cómo me atrevo a escribirla en piedra. Que tampoco nadie me malinterprete por haberles llamado paletos porque no tengo nada en contra de ellos y seguro que son buenos chicos pero, acostumbrado a que todo el mundo diga que mis críticas son inusualmente subjetivas y personales, he decidido tirar la toalla y expresarme de la misma manera que el público de la sala La Riviera; de manera básica y sin criterio. Ayer la gente aulló, mugió, bufó, chilló y rebuznó en un protolenguaje primitivo o animal (sin duda adquirido en alguna universidad privada o festival indie) mientras tecleaban nerviosos en sus smartphones de última generación, los pulgares oponibles nunca han trabajado tanto como en este concierto... Con esto quiero justificar el que mi crítica será tan subjetiva como sus muestras de júbilo, sus exagerados adjetivos, sus estúpidas sentencias en redes sociales; "el dueto inglés" (desconocía que Mike y Ben cantasen alternando sus voces), "ayer incendiaron Barcelona y hoy debutarán en Madrid" (una web, supuestamente especializada en música independiente, que aseguraba sería la primera vez del grupo en la ciudad y también que en Barcelona, el día anterior, habían "incendiado" la sala calcando el mismo repertorio) o, la más divertida de todas; "maldigo a todos aquellos que estáis viendo a Royal Blood mientras yo estoy en casa" porque fue la única que consiguió producir en mí un atisbo de envidia insana imaginándome leyendo en la mía, ganándole tiempo al tiempo y no perdiéndolo en este concierto. Y es que ayer no eras nadie, socialmente hablando, si no subías a tu cuenta (de cualquier red social existente) una foto o un video de lo que muchos han bautizado como el "acontecimiento musical del año"… ¿En serio? ¿De verdad lo que vimos ayer en Madrid puede llegar a ser histórico? Pero volvamos a mi vida que, sin duda para mí es infinitamente más interesante que un hype como Royal Blood. Como os decía, amigos míos, estaba totalmente atrapado en la, a veces laberíntica, prosa de Foster Wallace e interrumpirla me parecía una indecencia. No es esnobismo, es que estaba enganchadísimo y no me apetecía coger el coche para largarme a un concierto y os juro por Pynchon y Barthelme que si dejé a Wallace fue porque había quedado con un amigo para ver el concierto juntos. No os espantéis cuando os aseguro que de no haber sido así le habrían dado mucho por el culo a la actuación del dúo inglés, perdón por lo que acabo de escribir pero, al fin y al cabo, ¿quiénes son Royal Blood? Un grupito con un sólo disco, teloneros de Foo Fighters y carne de la prensa inglesa que dentro de un par de discos de estudio, un directo, un dvd o un recopilatorio les abandonará a su suerte a menos que sean mínimamente inteligentes y sepan rodearse de amiguetes, se dediquen a producir, rodar documentales ("fufaitear" que decimos los entendidos) o provocar en sus entrevistas con titulares calentitos.
Por otro lado, Ben no tiene pegada. ¿No tiene qué? Por muchos aspavientos que haga en directo, deja caer las baquetas y parece que ha pegado un buen "ostión" pero nada más lejos de la realidad. Como batería es también bastante pobre y se limitará a replicar las notas de todos y cada uno de los riffs, mismo compás y a tirar millas, como una base programada.
El sonido a un buen volumen, atronador por momentos pero no por el coraje de los músicos. Por mucho que subas el volumen y conviertas el techo de la sala en una masa de retroalimentación y pedos sonoros, no te olvides de que lo que "incendia" una actuación no está en las manos del técnico sino en la de los músicos. Además, la sala tiene ya sus años y nunca ha sonado bien, menos con ese techo móvil que se retira en veranito y la deja al descubierto. Pero no pasa nada, obviemos la parte técnica porque nadie va a ver a Royal Blood a recibir una master class.
Desde el punto crítico hacia el público: Una pandilla heterogénea de festivaleros indies, treintañeros con camisetas de Foo Fighters, pandillas universitarias. Todos muy guays, todos muy guapos (no todos pero no quiero ser hiriente, claro está) llenos de papel de fumar y tabaco de liar en sus bolsillos, vaqueros tobilleros, barbas de todo tipo, gafas chachis y "tatus" molones e incompresibles en la muñeca. Todos muy "jasp", todos muy "cool", todos con mucha conciencia social y modernos, todos armados con sus smartphones y, al menos, dos o tres redes sociales que alimentar. Todos permanentemente conectados, echando de menos y dando envidia a los "eternos ausentes" que se han perdido el evento del año porque son unos desgraciados y algunos "palos" de selfie sobrevolando entre la masa. Pero, en realidad, un público poco exigente que se largó religiosa y ordenadamente de la sala tras la duodécima canción, sin rechistar y creyendo haber visto el concierto de la primavera. Un público que celebró hasta el afine de una cuerda por parte del técnico y orgasmaron disparando fotos como locos cuando Mike tocó cuerda al aire y sonó un MI. Para colmo, en dos ocasiones se dignaron a cantar "Seven Nation Army" como si fuese de Royal Blood pero es que, claro, cuando Ben también la oyó se puso a dar palmas como el que más…
Volviendo a las impresiones generales; por momentos me encontré fuera de lugar. ¿Estaba loco o en el concierto equivocado? ¿Tenía todo el mundo razón? Por desgracia es algo mucho más sencillo. Royal Blood es un grupo más, ni han inventado ni inventarán la rueda. El término que mejor se ajusta a su propuesta es el de "telonero", es más; se inventó para ellos porque al terminar su actuación uno se queda con cara de póquer, esperando a que salga el artista principal. Son el típico grupo que no está mal para un festival indie, que es divertido y con el que te entretienes pero con el que si coincides en un gran festival (con mayúsculas) y ya les has visto una vez; aprovecharás para ir a comprar tokens para cerveza, un kebap o una camiseta para tu chica.
¿Hubo algo que mereciese la pena de la actuación? Claro que sí, salvo algún que otro momento como "Figure It Out" (en la que Mike imita a Jack White sin ningún tipo de complejo, como en "Blood Hands") o mi favorita; "Little Monster", cuyo estribillo me gusta mucho. ¿Algo más? Claro que sí…. Me gustan los bajos que luce Mike; ese Fender Starcaster o el bonito Gretsch Electromatic G2220 Junior Jet II Bass. Me gustó la rubita del lateral izquierdo que tuve todo el concierto delante, con su camisa blanca transparente, bebiendo cerveza a solas en plena madurez sexual, disfruté más con a ella que con el concierto de Royal Blood. Si lee esta crítica puede mandarnos un email y quizá, sólo quizá, leamos juntos "La Broma Infinita" de Dave Foster Wallace. El disco de Royal Blood ya lo he borrado de todos mis dispositivos y dudo mucho que vuelva a perder el tiempo con ellos, hay demasiada buena música ahí fuera como para perder el tiempo con modas.