Daniel Johnston en Madrid

Días después de la actuación de Daniel Johnston en Madrid me sorprende la poca cantidad de crónicas de tinta electrónica que de su concierto circulan por internet y no debería ser así. ¿Cuántos de los que allí estuvieron lo hicieron por sus discos? ¿Cuántos amantes de la música se gastarían un sólo euro en escuchar a Daniel? Ninguno. Tras el terrible despropósito en la venta de entradas pertrechado por "La Casa Encendida" (y sirviendo este artículo de educada pero despiadada crítica a su manera de actuar y menosprecio por el público en general) la audiencia ante la que Dan Johnston se enfrentó era fundamentalmente ignorante en la obra del norteamericano, más interesados en figurar (en haber presenciado un concierto del desnortado Johnston) que en escuchar habitualmente su vasta producción en casa, lejos del frívolo y "cool" acto social que supone verle entre gafas de pasta y flashes de selectas cámaras, con lo que el artista ganó por goleada. Imagino a más de uno, con la mirada perdida y sensación de alcanzar el Nirvana, enfrascado en sus más profundos pensamientos, mientras Daniel canta "Casper The Friendly Ghost" y no puedo evitar sonreír con maldad...

No les culpo, encontrar sus discos (si no es a través de su web) es tarea complicada pero más aún llegar a soportar ese "Low-Fi" de baja calidad (valga la redundancia) en el cual se puede escuchar cómo su madre le llama para comer y todo tipo de ruidos de fondo. Es una experiencia dura, no apta para aficionados. Y con esto no me refiero a comprar su última y lujosa recopilación "The Story Of An Artist" (2010) o algún que otro cedé sino a cintas de casette como "Yip/Jump Music " o "Hi, How Are You" (ambas de 1989).  A excepción de unos pocos afortunados (entre los que seguramente estabas tú, querido lector) el resto era desconocedor de la mayoría de su obra pero la cita era demasiado golosa, imposible perderse a un discapacitado (temamos decirlo sin remordimiento, no es un insulto) que se pasa el día bebiendo "Mountain Dew" (algo así como Sprite), dibujando al Capitán América, predicando contra el diablo y grabando canciones como si mañana se fuese a acabar el mundo. 

En "La Casa Encendida" ponían falta a todo aquel indie despistado que no estuviese. ¿Quién en su sano juicio iba a perderse la oportunidad de ver a un tipo del cual Kurt Cobain llevaba su camiseta durante la época del millonario "Nevermind" (1991), versionado por un artista de culto como Tom Waits y reverenciado por Eddie Vedder? ¡Si ellos han visto algo en él, nosotros también! El principal problema al que nos enfrentamos nosotros, desde nuestra posición, es la sensibilidad de estos artistas y la cercanía geográfica y contextual de Daniel para con sus vidas. No te engañes. Si Cobain nunca hubiese llevado su camiseta tú nunca habrías oído hablar de Daniel Johnston, no habría tocado en "La Casa Encendida"  y su reconocimiento sería nulo. No te esmeres en buscar intrincadas excusas por las cuales seguramente eres muy genuino y amas sus música mientras desprecias la obra del de Pomona o "Smells Like Teen Spirit" es demasiado comercial para ti. El intrincado universo de Daniel Johnston no habría entrado en contacto con el tuyo. Muchos de esos artistas supieron ver en él a un artista entrañable, ingenuo y extraño pero dudo mucho que, fuera de sus buenas intenciones, sepan entender cómo esta pequeña broma se nos ha ido a todos de las manos, sus dibujos hechos a "rotu" cuestan la friolera de mil ochocientos euros y cada movimiento suyo es reverenciado con el mismo ensimismamiento que la gente que acude a sus conciertos. Así es cuando la incultura y el desconocimiento son los protagonistas y el miedo a decir que es una soberana mierda se mezcla con la moral cuando tomamos conciencia de que el artista es un enfermo y, por ello, debemos sonreír y bendecir cada paso suyo.

Hay decenas de artistas que son criticados a diario por no ser las mismas "bestias de escenario" que eran cuando tenían treinta años menos, por no estar lo suficientemente inspirados en sus últimas producciones o no alcanzar las notas que su garganta dominaba hace décadas. ¿Por qué tenemos que reverenciar a un artista cuya obra, pura y objetivamente, no cumple unos mínimos de calidad? Aprecio su tesón, su lucha y su esfuerzo, admiro su valentía y reconozco chispazos de genialidad en alguna que otra canción pero debemos ser realistas y juzgarle con la misma vara que al resto ya que actualmente está jugando en la misma liga que los demás. Sus letras son tan pueriles que rozan los obvio, su voz desafinada, no sabe tocar la guitarra o no le preocupa el sonido, su actitud en el escenario es errante hasta llegar a provocar lástima y el supuesto peldaño de compasión desde el cual debemos contemplarle es cómodo para unos minutos pero no para más.

¿Alguien recuerda "El traje nuevo del emperador" de Andersen? (seguro que sí porque si conoces a Johnston, Andersen es de andar por casa) pues ese mismo alguien debería acercarse a la familia de Daniel y, amablemente, sugerirles: "Como broma ha sido divertido pero, antes de seguir paseándole por media Europa como si de Van Gogh o el nuevo y no reconocido Bob Dylan se tratase, por favor, piensen en él y déjenle en su casa, tocando y pintando, disfrutando de la vida, no alimenten más su fantasía" Pero, claro, ellos, al igual que Daniel, no tienen la culpa en esta tragicómica historieta en la cual los únicos subnormales somos el público y ganado a pulso, tenemos nuestro mérito, claro que sí.

Hace días, en una entrevista virtual, le preguntaban a Diego Manrique si estaría en el concierto. Él, mucho más educado e infinitamente más culto, que el resto de los que nos gusta escribir sobre música por afición, salía al paso con la diplomática expresión y la excusa del "artista damnificado". Obviamente, no soy objetivo cuando hablo de auténticos gigantes como Manrique, Ordovás o Bianciotto (ante los cuales no queda otra cosa que leer y callar) pero, como siempre, daba en el blanco.

Cuando leo críticas como la publicada en un conocido diario de tirada internacional en la cual hay perlitas como: "La mente humana es un territorio lo bastante ignoto como para avivar la fascinación y el desasosiego. A todos se nos nubla el ánimo sin que acertemos a descifrar la propia congoja. Desnortamos el raciocinio y transmutamos nuestra fragilidad consustancial en el escalofrío del abismo" o la aún más fascinante "El repertorio ahonda en el crudo rock alternativo o esas baladas que, como "Sweetheart", escuecen y provocan los primeros aplausos de un público entre estupefacto y abducido, con la respiración en suspenso permanente" y por último, y no menos descacharrante; "transmite emoción, sin duda, pero también una acentuada pesadumbre. La misma que se nos despierta al comprobar que, por dos veces, Johnston es incapaz de recordar en qué extremo del escenario se encuentra la salida" es cuando me doy cuenta de que hice bien en no haber ido, no soy un farsante, no puedo engañarme a mí mismo ni al resto, refugiarme en la protección que supone la enfermedad del pobre Daniel y formar parte de la masa para aplaudir a una persona que ya tiene bastante con levantarse cada día, no voy a ser partícipe de este circo.

Y al artista, a aquel chico que creció ilusionado con su arte y a todos nos hizo esbozar una sonrisa cuando le descubrimos, le deseo la mejor de las suertes y que lo que le quede de vida compense a su otra mitad pero yo me bajo del tren.

© 2012 Jim Tonic