Blogozarro #11 "El rumor de la lectura"

A todos los que nos gustan los libros y escribir como afición (pero leer por encima de todo) nos importaría un carajo si una extrańa enfermedad fuese infectando a escritores, uno tras otro, hasta acabar con todos ellos. Más tarde, esas fiebres pasarían a editores y el óxido y el polvo iría envejeciendo imprentas y ordenadores, así hasta acabar con todos y cada uno de los libros. ¿Y saben lo mejor de todo? ¡No ocurriría nada, nada en absoluto! No hay nada pendiente de publicar que merezca la pena en comparación con lo que ya existe (y esta consideración es igual de válida para la música).

Podríamos coger y hacer una pira con todas las novedades editoriales de autores noveles o de plena actualidad y rociar (siempre a nuestro gusto como una ensalada) de gasolina todo el montón. Conozco un par de títulos, tan lujosamente editados y con un papel tan grueso y poroso, que serían estupendos como absorbentes para las heces de gato.

Hay tantas y tantas novelas, tantos libros publicados -y todos tan superiores, tan grandes y geniales- que no hace falta que ningún escritor contemporáneo siga fustigándose con el látigo, sufriendo, dejándose los sesos sobre páginas y páginas en blanco. Tenemos siglos de lectura ante nuestros ojos y la sola perspectiva se torna angustiosa. 

Yo, por ejemplo, tengo la estúpida afición de comprar más de lo que puedo leer. Al principio era metódico, edificaba bonitas torres de libros por toda mi habitación, ordenados de forma cronológica, así iba leyendo con un cierto orden; si no acertado sí para auto-justificarme y sentirme bien en conciencia. Pero, poco a poco, fui comprando, me regalaron, tomé prestados de mis padres y, al final, ya no hay Dios que sepa por dónde cogerlo. Todo un sufrimiento.

Para colmo de males, cuando uno lee -si la lectura es activa- descubre y, cuando uno descubre, se interesa y los libros son malvados, siempre traen amigos a casa, siempre vienen acompañados de otros libros que a su vez traen más, un auténtico desastre para el espacio, tanto físico como mental (por si algún chaval visita esta página por azar y no lo entiende es como si se hiciese un botellón para cuatro y tu amigo de toda la vida trajese a diez coleguitas suyos, diez boquitas más que, por separado, no suponen gasto pero que juntas hacen que se dispare el presupuesto en cortezas y calimocho)

Hay tantas y tantas novelas escritas, tantos relatos, que el mero hecho de perder el tiempo leyendo a Murakami o Meyer seguro que es nocivo para la salud mental.

Sin embargo, no todo está perdido, recuerdo cuando leí a Yukio Mishima por primera vez. De él que se dicen muchas cosas pero, por desgracia, pocas de su inmensísima forma de escribir. Su final fue trágico y egomaníaco, con un puntito salvaje aderezado por el encanto oriental que tanto gusta en estos días.

Yukio era un nińo enfermizo, raquítico y enclenque que vivía con su abuela, en el colegio admitía todo tipo de burlas y su complexión no le ayudó a defenderse. Se casó pero nunca nadie tuvo clara su sexualidad y, poco a poco, comenzó la transformación.

Obsesionado por el ejercicio y el músculo, Yukio comenzó a muscularse. Pronto llegaron las fotografías semidesnudo imitando el martirio de San Esteban, pronto llegaron aquellas poses llenas de furia y la radicalización de la defensa a ultranza del Japón más tradicional. Lo que sorprende es la convivencia de las dos personalidades: Yukio es un escritor famoso, emblema de Japón, eterno candidato al nóbel y, por otra parte, es un tipo musculoso, de poses afeminadas y un gusto de lo más extrańo por la imaginería gay. Confundido y totalmente equivocado, forma su propio ejército, con sus propios uniformes y da una especie de golpe de estado, sale al balcón a dar su discurso triunfal (que nadie oye a causa del griterío) y, seguidamente, se hace el seppuku, el harakiri, un final tristísimo para alguien como él.

Hace unos meses (cuatro, para ser más exactos) volví a tomar entre mis manos un librito suyo llamado "El rumor del oleaje". Magníficamente escrito. Sentimental y pasional, reflexivo y melancólico. Es imposible no emocionarse ante las imágenes que Yukio nos plantea. Una preciosidad de principio a fin. Lo terminé de leer y lo puse en mi estantería. Por casualidad, alcancé a ver "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo" y me descojoné de la risa. ¿Cómo hemos sido tan tontos de caer en la moda? ¿Cómo hemos sido capaces de confundir a Murakami con un escritor merecedor del oro y el moro? ¿Quién, en su sano juicio, prefiere una novela de Murakami a una de Mishima? No lo sé. Pero hay gente para todo.

Y  es que siempre que comienzo a leer una novela de Haruki Murakami me asalta la misma duda. ¿Seré capaz de terminarla? Y no es precisamente por su extensión o su forma de escribir (nada que objetar) sino por los temas que trata y los flecos que siempre deja. Esas historias siempre tan abiertas…. De esas que, se supone, deberían estimularme y hacerme reflexionar sobre la mar y los peces (todo en un rollito zen de lo más moderno, por supuesto) cuando lo único que consiguen es desesperarme.

Y es que uno llega al final de sus novelas, totalmente desprevenido, para darse cuenta de que no hay desenlace alguno (Carver sólo hay uno) y que, ni los personajes ni la trama, han evolucionado sustancialmente a lo largo y ancho de las cienes y cienes de páginas que este oriental de pacotilla con aires occidentales escribe al peso cada ańo (como si de un Ken Follet de ojos rasgados, esnob y con sesudas aspiraciones se tratase). Leí "Kafka en la orilla" por recomendación de un antiguo amigo y, sin llegar a decepcionarme, me distrajo a ratos, los suficientes para hacerme picar y leer más de él; craso error.

Los siguientes fueron "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo" (¡qué de tiempo malgastado en un agujero y nunca mejor dicho!) y más tarde cayeron "Sputnik, mi amor" y "Sauce ciego, mujer dormida" (vaya títulos más sugerentes….qué pena que el contenido sea siempre tan decepcionante).

Pero la que siempre recordaré cada vez que esté tentado de abrir de nuevo un libro de Murakami será "Tokyo Blues", su lectura fue una constante lucha contra bostezos y amagos de abandono durante el par de días que me duró entre las manos. Por y para adolescentes con pretensiones. Vacía y aburrida, esta novelucha pretende emular el espíritu roto de "El guardián entre el centeno" o, la más reciente, "Menos que cero", sin lograrlo, quedándose en una historieta absurda con una sociedad japonesa totalmente ridícula, joven y anglófila o vieja y rancia como trasfondo. Aún recuerdo su lectura entre escalofríos.

Escrita sin gracia alguna, el protagonista es un memo salidorro (a ratos parece realmente discapacitado en sus reflexiones y reacciones) que no duda en cepillarse a toda la que pueda ya que, a pesar de la supina estupidez que le caracteriza, atrae (incomprensiblemente) a todo tipo de mozas en edad de merecer, obviamente tan raritas como él. Una novieta cornuda y loca que entra y sale de la historia para no aportar nada más que hastío y un supuesto trauma (ya que se suicida el amiguete enrollado de una forma que recuerda al pobre de Toole) con el que el autor pretende hilvanar la personalidad de unos personajes sujetos con alfileres a ritmo de la estupenda canción de los Beatles, "Norwegian Word", que hace las veces de magdalena proustiana.

Un despropósito tan garrafal que sorprende más aún cuando uno se entera del éxito que han tenido obra y autor en los últimos ańos y con el que uno debe comulgar en según qué círculos para luego divagar en la intimidad de nuestras casas acerca de si realmente tiene algo de valor o es una operación de marketing elaborada hasta el milímetro como unos Milli Vanilli cualquiera de la literatura.

Pero "Afterdark" ya no me engańará. Me coge confesado y, aunque el tema del libro podría ser interesante, me temo de antemano lo que me encontraré en su interior y prefiero dejárselo a todos aquellos que no disfrutan con las margaritas, con aquellos que ahora leen a Murakami, se comprarán una vajilla cuadrada de Ikea o Sushi (a base de pepinillo) y Mishima les suena lejano, muy lejano.


El pobre de Capote nunca sabrá el dańo que hizo. ¡Joder, Truman, no se puede ser tan esnob, tan gay, tan genial, tan excepcional y no tener a una caterva de mediocres imitadores detrás tuya! Vivimos tiempos verdaderamente ridículos en los que nueve de cada diez personas afirman ser homosexuales con la única finalidad de estar a la moda, de ser lo más de lo más.

Nunca sabrá del daño que nos ha hecho. Tener que aguantar a decenas de presentadores gays con histéricos e histriónicos grititos a destiempo, horribles bufandas rojas (imitación de la suya) embozadas sin ninguna gracia en tipos rechonchos (porque de Marlon Brando y su culpa con los pareos ya hablaremos otro día…), horribles gafas en patéticos degradados, sombreros y estilos en gente que nunca ha tenido más que lo puesto y de gracia ya ni hablamos.

Se puede hablar de un "estilo Capote", por supuesto, totalmente adulterado, caricaturizado y la mar de ridículo. Son ese tipo de personajillos contrahechos y patéticos, frikis en definitiva, que se apropian de una prenda o un estilo y lo exageran hasta el paroxismo, de marilistos especializados en cotilleos de la prensa rosa, marisabiondas con bigote, mejores amigas de ricachonas y famosillas de segunda, sin pelos en la lengua, pretendidamente directos, ácidos e irónicos al mismo tiempo -sinceros que dicen ellos- con horrendas coletillas, tics, extravagancias, gestos y manías individualizadoras de lo más estúpidas. Con una producción literaria (si es que la tienen) periódicamente anual, jodidamente intranscendente, y una presencia más que publicitada (y de éxito garantizado) en todo tipo de ferias del libro en general.

Abarrotan nuestros canales, son tertulianos contumaces que opinan de todo y no saben de nada, les gusta dar consejos y siempre, e invariablemente, tienen más razón que un santo. Saben arrancar las risas y los murmullos, dominan a ese público marujil de por las mañanas y son perfectos para subir la audiencia en los programas de la noche. No pruebes a discutir con ellos o chillarán como ratas, repetirán una y otra vez la misma frase para no dejarte hablar y serán aplaudidos por una gran mayoría de deficientes que son los mismos que les asaltan en las calles para pedirles autógrafos y hacerse fotos con el móvil.

La única gran diferencia es el fondo; Truman Capote era todo esto y más. Excesivo no, "excesivísimo", con una presencia arrolladora y una lengua viperina siempre afilada, siempre en guardia, pero eso sí, premiado con el látigo del genio (como él mismo decía), agudo e inteligentísimo, delicado y sensible, amigo de unos pocos y conocido por todos, Capote es irrepetible, que nadie lo dude. Podrá gustar más o menos y sus libros poco o muy controvertidos pero no hay ni uno sólo de esos mariquillas de media pluma que le llegue a la suela de los zapatos, ni uno.

Beberse la orina de uno mismo debe dar un resultado de miedo porque Salinger hace poquito que cumplió noventa ańos y va a por el siguiente cumpleaños. Todo un personaje nuestro amigo Jerome, sí seńor.

Aquel que escribió el ya mítico "El guardián entre el centeno" sigue recluido escribiendo sin parar, obsesionado con el Budismo Zen y sin haber concedido ninguna entrevista en dieciocho ańos. Con esas edades sólo hay dos opciones; o se es un genio o un viejo chocho, pero Salinger, original como él sólo, tiene de ambos ingredientes por igual.

Según pude leer en el artículo de El Mundo (una auténtica vergüenza de texto que plagia frase por frase el contenido de nuestra querida enciclopedia cibernética, Wikipedia, realmente bochornoso y peor aún el que nadie haya dicho nada) Salinger ha sido un faldero interesado en jovencitas dieciochoañeeras aspirantes a escritoras (afición, por otra parte, nada desdeńable) y un auténtico paranoico con su vida privada. Vamos, nada nuevo bajo el sol.

Todos los que leímos aquella horrenda y aburridísima biografía suya ("El guardián de los sueños") que más que eso parecía -lo que en definitiva era- un libro de autopromoción sacacuartos de su hija, podemos afirmar sin ningún género de duda que Salinger tenía todos los ingredientes, defectos y virtudes que el resto de los mortales. Ni más, ni menos maniático, todos tenemos muertos en el armario, si no que se lo digan a muchos.

Lo que realmente ocurre es que J.D.Salinger representa todo aquello que admiramos; el morbo del genio que se retira para llevar vida de asceta, la extravagancia de aquel que teniéndolo todo renuncia a ello para hacer lo que realmente ama. ¿Quién sería ahora, en estos tiempos de vulgares reality shows, capaz de negarse a unos pocos minutos de fama? Nadie.

Salinger tiene ojos, boca, nariz, dos brazos, cinco dedos en cada mano y dos piernas que llegan hasta el suelo…. No se diferencia en nada de ti o de mí, si le conociésemos en cualquier fiesta o celebración no tendríamos ningún problema en charlar con él al confundirle con un entrańable abuelito o el protagonista de "Grand Torino" y lo único que le diferencia de nosotros es que escribió una novela que ha pasado a la historia de la literatura moderna norteamericana y como auténtico referente de asesinos en serie, perturbados y frikis en general.

Quizá la atracción por esa novela, "El guardián entre el centeno", sea la clave para entender el retiro de Salinger, quizá esa huída haya sido aún menos efectiva si lo que quería era desviar la atención sobre el libro y su leyenda, puede que esté sobrevalorado, que no sea para tanto y que haya sido objeto de apropiación de todo tipo de anormales y culturetas pero lo que sí está claro es que a nadie deja indiferente.

Dicen los medios (datos que esperemos no hayan sido “intertextualizados” de cualquier enciclopedia virtual) que "El guardián entre el centeno" vende anualmente unos trescientos mil ejemplares sin ningún tipo de promoción, nada más que el boca a boca y las poquitas noticias que de su nonagenario autor saltan a la palestra. Hablaban de veintimuchos millones de ejemplares vendidos en todo el mundo.

Si fue un libro de moda ya se pasó su momento, si no vale la pena no entiendo las cifras, si realmente es una cuestión de cuatro tarados quiero pensar que no hay tantos en el mundo (risas de fondo). El guardián entre el centeno es todo un fenómeno editorial tan inexplicable y extrańo como controvertido. ¡Un vasito de orina a su salud, Don Jerome!

No recuerdo cuando empecé a leer a Cortázar. Puede ser que con quince, dieciséis ańos, no lo sé. Yo con esa edad era todo un kamikaze en cuestión de literatura y me gustaba enfrentarme a todas esas obras que la gente consideraba difíciles no sé muy con qué motivo, a todo esos autores serios, adultos, que tenían algo que decir y me alejaban de los gustos infantiles. Podría justificarme y decir que era una cuestión de precocidad pero no, seguramente obedecía algún tipo de complejo o afán de superación propio del adolescente pusilánime en que me había convertido.

Para colmo de males no fui capaz de pasar de las primeras treinta páginas de "Rayuela". Lo compré (bueno, me lo regalaron) y lo acogí con entusiasmo, sabía que aquel libro tenía “las claves” y encontraría gran cantidad de respuestas en él, pero no, no pude. Lo achaqué a mi falta de entrenamiento en aquella liga de autores de primera categoría así que, pasados unos meses y habiendo conseguido acabar el "Ulises" (y haberme obsesionado con Joyce) volví a abrir "Rayuela". Aquel segundo intentó fue tan frustrante que decidí esconderlo en las profundidades abisales de mi cuarto.

Los ańos pasaron y, por arte de magia, sentí el deseo irrefrenable de leer sus cuentos; "Bestiario", "Axolotl", "Casa Tomada"…. Todos llegaron a mí de forma casual pero con urgencia, uno tras otro, sin descanso. Creo que hay una edad para todo, lo que no quiere decir que todos tengamos que leer, consumir, madurar y disfrutar de las mismas cosas a, ni mucho menos, los mismos ańos, pero sí que pienso que hay un momento en el que descubrimos con gusto una comida que antes nos horrorizaba, llevando unos pantalones de los que antes nos reíamos o disfrutando de algo que ańos atrás desconocíamos.

Leer a Cortázar me parece difícil de primeras (y escribo esto a sabiendas de que me pueden caer palos), exige concentración y grandes dosis de atención. Su mundo es fantástico (en ambos sentidos, por supuesto) e inquietante, lleno de recovecos y laberíntico la mayor parte de las veces, pero ofrece tantísimas recompensas y satisfacciones que su lectura se vuelve tan placentera como adictiva. No hay lectores casuales en el mundo de Cortázar; el que lee un relato sabe que, más tarde o más temprano, seguirá tirando del ovillo y leerá más.

Quien lo ha leído no puede desengancharse y quien lo ha abandonado tiene una opinión demasiado formada del por qué y un carińo exagerado al autor. Hace poco veía una entrevista que le hicieron en Televisión Española y transmitía tanta humildad que era imposible no sentirse fascinado. Imposible no pensar en todos esos autores de moda, tan supuestamente sesudos e inteligentes de ahora, esos que cuando hablan no les entiende ni la madre que les parió y producen fatiga en sus páginas y repugnancia en sus declaraciones, esos cuyos libros sólo serán utilizados para calzar mesas y no los recordará nadie, ni siquiera los Axolotl.

Amélie Nothomb (tan de moda y tan sobredimensionada) es una tipa curiosa. Sus biografías, reseñas y entrevistas resaltan como eje principal su origen belga, su estancia en Japón y su trabajo como traductora o intérprete. Algo realmente absurdo, ya que ninguno de estos rasgos la individualiza o seńala del resto. Mejor podríamos decir que es feucha, lleva sombreros ridículos y escribe mal, realmente mal. Pero, aunque esto sí la diferenciase de muchos otros escritores, no serviría de gran cosa para la venta de libros entre el público potencial de la Nothomb, ése de universidad privada y gafas intelectualoides.

¿Nos estamos volviendo locos o es que esta mujer merece realmente la pena como escritora? Pues, qué quiere que le diga, un poco de todo. Los argumentos de sus novelas son realmente absurdos en la mayoría de los casos y muchos de sus pasajes hacen que uno pare de leer y revise la portada a ver si ha habido una ligera confusión entre lo que tiene en las manos y lo que pensaba había comprado, el problema ha sido creernos lo que nos cuentan los medios, haber sido engańados por tan maquiavélica campańa de marketing. ¿Sus libros se venden bien y la han hecho famosa o son superventas por lo estrafalario del personaje? ¿Se convierten en bestsellers por las cifras o son escritos con esa pretensión?

Sin embargo, sus libritos (con todo el cariño del mundo, es que son cortitos en extensión) son adictivos, uno no puede parar de leer en un acto que tiene más de enfermizo que de otra cosa. Escribe tres novelas por ańo de las que sólo elige una para su publicación (¡válgame el cielo como deben ser las otras dos y la que se nos avecina en forma de ediciones póstumas cuando esta mujer fallezca!), dicen que se levanta a las cuatro de la mańana para escribir y termina por la mańana, siempre bebiendo té negro, siempre a solas. Sus mayores éxitos han sido autobiográficos y su humor es ácido y retorcido. Sus fotos promocionales son de lo más artísticas, de estética cuidadísima y Japón, siempre Japón de fondo, en las entrevistas, en los reportajes….

Sus seguidores no son menos raritos. La envían toneladas de cartas que ella se empeńa en contestar a mano desde su editorial en París. Muchos desearían ser asesinados por ella después de leer aquel famoso libro suyo, otros creen ser tubos y el resto suspira de lo especiales e incomprendidos que se sienten al leerla.

Pero lo cierto es que a Nothomb se la lee rápido, a menudo fuerza la sonrisa, trata temas de lo más cotidianos siempre desde una perspectiva, una óptica muy particular y, cuando uno acaba uno de sus libros, se queda con ganas de más. A lo mejor se trata de eso, sólo de eso y los que buscamos más allá estamos totalmente equivocados, a lo mejor se trata sólo de pasar un buen rato y nada más.

Y, para terminar, una anécdota curiosa relacionada con mis libros: No creo demasiado en el karma ni en el destino. Y ambos conceptos no tienen nada que ver, no guardan relación entre sí, pero mi no creencia en ambos me define bastante bien. Sin embargo, mi incredulidad no hace que les pierda el respeto, ya se sabe aquel dicho gallego de las brujas. Pero sí que creo que hay asuntos en la vida que hay que dejar cerrados, extrańos círculos que se abren atrapándonos dentro y que debemos cerrar para poder proseguir con nuestra existencia.

Hace muchos años, unos doce, me encontré con un verano atroz. El calor era tal que las aceras se derretían y los edificios se doblaban como regaliz, no atravesaba un buen momento y aquellas temperaturas me hacían aún más insufribles las noches. Un día, paseando por la calle, al borde de la deshidratación, paré a comprar una bebida fría y entre todas aquellas latas había un libro de apenas un palmo, con la portada verde esmeralda y el dibujo de unas colinas en relieve. El precio era ridículo pero suficiente como para tener que elegir entre el refresco y él.

El tendero, sorprendido, me dio el cambio y me miró extrañado. Esa noche me tumbé en la cama de mi habitación y lo abrí.... Me sentí a salvo en aquellas páginas. Aquellos poemas eran todo lo que necesitaba para sentirme acompañado, sus páginas eran un mundo y con sólo leerlas uno podía sentir el viento acariciar los campos de Irlanda. Era Yeats y sus palabras las que me hicieron soñar, volar y alejarme de todo, sobrevolar mi ciudad y ver los problemas, mis sentimientos, mi vida, en perspectiva.

Meses más tarde, y ya curado de aquel espantoso mes de Agosto, coincidí con un antiguo amigo al que le conté la historia. Saqué de mi cartera aquel libro y se lo regalé, me lo agradeció, aceptó el libro y nos despedimos. Pasado el tiempo me enteré de que los siguientes tres meses de su vida fueron horribles, habían sido aquellos poemas que a mí tanto me habían ayudado, se había llevado mi mal karma, el libro lo había atrapado, me había librado de él. Nunca volvería a ver a aquel libro y a mi amigo tampoco.

© 2011 Jesús Cano