Crítica: The Winery Dogs “III”

Estoy escribiendo y ya puedo sentir el aliento de muchos lectores cuando lean que la humanidad, el universo, no necesitaba otro disco de The Winery Dogs. No es que el trío no se lo merezca, Sheehan es un auténtico monstruo, la voz de Kotzen (aunque una mezcla de Cornell con Kennedy) resulta, mientras que Portnoy y su talento (independientemente de cómo nos caiga, a pesar de su incontinencia y fortísima personalidad; a veces para bien, otras para mal) está más que demostrado. Pero, con todo, el problema de The Winery Dogs es doble; mostraron todos los trucos de prestidigitador en su debut, por lo que su capacidad para sorprender es nula con tan sólo tres discos publicados y, aún con todo la genialidad instrumental de su parte, las mejores musas parecen resistírseles (algo que, seguramente, tenga que ver con la apretada agenda de Portnoy o Sheehan, y que les impide llevar una vida natural de banda, en la que exista convivencia, tiempo de gira juntos y ensayos, para no dar la misma sensación de muchos súper grupos, ensamblados como un meccano, juntándose cada cierto tiempo para escribir por obligación o actuar para recaudar). Lo que no quiere decir que “III” (bautizado con bastante poca originalidad, todo hay que decirlo) sea un mal disco, es un álbum vitalista y con destellos de auténtica genialidad, magníficamente interpretado y con buen sonido, atreviéndome a escribir también que se muestra superior a “Hot Streak” (2015), del que ya han pasado la friolera de ocho años.

“Xanadu” y su impresionante groove nos da la bienvenida con Kotzen subiendo un par de tonos en el puente hacia el estribillo y el bajo de Sheehan dando saltos, palmas y Portnoy al servicio de la canción, lejos de su habitual histrionismo. “Mad World” es un single claro y, a pesar de no poseer la fuerza efervescente de “Xanadu”, contiene una melodía verdaderamente pegadiza, jalonada por las dobles voces y un toque cercano al soul, algo similar a lo que ocurre en “Breakthrough” y la sensación de que la banda coquetea con el pop y el metal más suavecito; un error cuando abandonan su vena más progresiva y se edulcoran hasta firmar una canción correcta que templa demasiado los ánimos de un disco que comenzaba como un descorche de champán y en tres canciones se convierte en un TAB abandonado en una mesa de cumpleaños de parvulario. Quizá por eso las inyecciones de prog le sientan tan bien a “III”, como es el caso de “Rise” -aunque se convierta en un medio tiempo- o el cartucho desaprovechado que es “Stars”, completamente prescindible y pudiéndose recortar un par de minutos, sonando como una banda alternativa de la segunda mitad de los noventa (sabes perfectamente a lo que me refiero).

Es cuando hay que pararse y recapacitar o volver a leer el primer párrafo de esta crítica. ¿Por qué The Winery Dogs poseen tanto talento y, sin embargo, el disco parece ir de más a menos en tan poco tiempo? “The Vengeance” es aburrida y “Pharaoh” demasiado lenta, sin esa pirotecnia que uno esperaría de la banda de Pornoy, Sheehan y Kotzen, esa misma que suena en “Gaslight” y su atropellado tempo, dinamizando un álbum al que le hacía falta desde la tercera canción y que muere, lógicamente, con la tontorronería que es “Lorelei” o los falsetes, más cercanos a Prince, en “The Red Wine” pero con la sensación de estar aburridos de sí mismos, de no haber sido capaces de colmar las expectativas de un público que esperaba un tercer disco de esta banda como si fuesen Cream. Les sobra talento, ya lo he escrito, pero no espero un cuarto o quinto disco que me haga cambiar de opinión. No deja de sorprenderme que tanta habilidad, que músicos tan dotados, graben una música tan genérica o con tan poco peligro y frescura. Aquí no hay hambre alguna…

© 2022 Jaime Proggie