Crítica: Michael Azerrad "Nuestro grupo podría ser tu vida"

Que tengan que pasar doce años para que en España se publique el libro de Michael Azerrad gracias a la editorial Contra, “Nuestro grupo podría ser tu vida” (“Our Band Could Be Your Life”) y la gran mayoría de aficionados a la música de nuestro país siga sin leerlo o conocer a Azerrad es terrible. Y es así porque todos estamos de acuerdo en que la música te gusta o no te gusta, la disfrutas o no pero está claro que para entenderla, para comprenderla y apreciar un género, un movimiento, un disco o un grupo, a veces es más que necesario conocer el contexto histórico y los antecedentes. Parafraseando a Wilde, sólo habría buena o mala música, canciones bien o mal escritas pero si nos abandonamos únicamente al disfrute y los sentimientos que nos despierta y no sentimos curiosidad alguna, nuestro nivel de disfrute se reduce drásticamente y huelga decir que no viviremos esa experiencia en su totalidad. Y ése es el gran problema de la era digital en la que vivimos, que nadie os engañe; no todos somos iguales y no todo el mundo debería tener acceso a un púlpito. Internet ha dado un megáfono para aquellos que estaban en la sombra y tenían mucho que decir y a muchos otros -la gran e inmensa mayoría- que no debería siquiera posar sus manos sobre un teclado para publicar sus diarreas mentales. Ahora que todos somos expertos en todo, que cualquier niñato tras escuchar un par de discos se cree docto en la materia, que tenemos a nuestro alcance la desinformación de Wikipedia y la humildad ha perdido totalmente su significado para convertirse en una palabra más y dejar de ser un valor o una actitud frente a la vida; cualquiera puede menospreciar a un grupo, un artista o un movimiento sin despeinarse, sin conocer siquiera y sentando cátedra. Cualquiera puede disfrutar de una canción pero para hablar con propiedad hay que escuchar mucha música, leer y tener curiosidad por aprender, Internet ha eliminado falsamente las diferencias entre aquellos que saben y los cantamañanas que únicamente copian la actitud. Ahora es fácil menospreciar a cualquier grupo, hablar de cualquier estilo o género sin tener remota idea.


Una noche, las musas tocaron a la puerta de Azerrad cuando veía en televisión un documental sobre la historia del rock y tras la explosión punk de finales de los setenta pasaban a la revolución de Seattle, a primeros de los noventa, sin apenas despeinarse; de Talking Heads (esos grandes desconocidos por las generaciones más jóvenes de nuestro ignorante público patrio) a Nirvana y tiro porque me toca. Azerrad llegó a ser amigo de Cobain y publicó “Come As You Are” -la mítica biografía del grupo publicada meses antes de que Kurt se descerrajase un tiro en el invernadero de su casa de Washington- pero no pensemos que “Nuestro grupo podría ser tu vida” es un panegírico sobre los de Seattle o un best-seller escrito al peso por un oportunista más, ni siquiera un libro carente de objetividad escrito por un pusilánime con camisa de franela incapaz de superar la desaparición de Cobain. Michael Azerrad no es ningún advenedizo, fue editor adjunto en la Rolling Stone (cuando todavía era una revista musical y no un catálogo de moda lleno de publicidad y esnobs que no saben escribir ni de música en general y me estoy refiriendo a nuestra pésima edición española), trabajó para la MTV además de escribir para la mítica SPIN, Revolver, Mojo o el New York Times y The New Yorker. 


Históricamente, “Nuestro grupo podría ser tu vida” (“Our Band Could Be Your Life”, un título más que acertado porque, en efecto, cualquiera de los protagonistas de estas historias son como tú y como yo) cubre las décadas de los setenta y ochenta del nuevo continente con todos aquellos adolescentes que crecieron con los vinilos que sus padres pinchaban en casa y a esa inestimable y rica base cultural musical le añadieron el empujón que supuso la irrupción del punk con su filosofía de “hazlo tú mismo”. Así, armados con guitarras baratas (destinadas a géneros interesantes pero efímeros como el de la música surf) que cayeron en desuso en la década de los ochenta y se podían adquirir en tiendas de empeño y segunda mano (que, posteriormente a la eclosión de Nirvana, se pusieron de moda, volvieron a producción y reeditaron las grandes marcas a precios exorbitantes), con escasos conocimientos musicales pero la cabeza repleta de ideales, buenas intenciones y el hardcore irrumpiendo tras el punk, se lanzaron a componer canciones y de los garajes pasaron a las furgonetas compartidas, de las cintas y los vinilos a los cedés, de los bares a las salas y de las independientes a las multinacionales. Escrito de una forma amena y ligera pero profusamente documentado y vivido de primera mano junto a sus protagonistas. Azerrad ahonda en el retrato de, por orden de aparición; Back Flag, The Minutemen, Mission Of Burma, Minor Threat, Hüsker Dü, The Replacements, Sonic Youth, Butthole Surfers, Big Black, Dinosaur Jr, Fugazi, Mudhoney y Beat Happening. Trece instantáneas protagonizadas por entrañables perdedores que, sin saberlo, fueron el caldo de cultivo para la siguiente generación de artistas que aprendieron bien la jugada de su amarga experiencia y tomaron sus bases como influencias para elaborar la mágica y millonaria fórmula de Nirvana, Soundgarden o Alice In Chains entre muchos otros…

La caída en las drogas, el desempleo, los interminables viajes en furgonetas con sus lógicas fricciones, la excitación de colgarse una guitarra y componer auténticos himnos sin apenas conocimientos musicales pero una fuerte conciencia social y política, la música como filosofía y estilo de vida, el éxito, el fracaso, el fichaje por una multinacional (el magnífico ejemplo ilustrado de los ahora injustamente denostados U2 o R.E.M. y posteriormente Sonic Youth que Cobain tomó como argumento para defenderse cuando fichó por DGC en “Nevermind”) y el distanciamiento con los seguidores, la rupturas, las peleas, la actitud “straight edge” y humor, mucho humor tras los sinsabores cuajados de información, anécdotas y deliciosas intimidades de cada uno de los retratados que al final conforman un genial collage del underground norteamericano para demostrarnos que la música alternativa no es una etiqueta sino un paso evidente y lógico (cuando realmente era la alternativa a lo que sonaba en los medios), forzado por las circunstancias económico-sociales y políticas durante la presidencia de Reagan. Dormir entre peluches, alimentarse de batidos, chuparle un ojo al monstruo de las galletas de Barrio Sésamo, partirse la crisma durante un concierto o ver como muere tu mejor amigo puede ser el precio a pagar por cambiar el rumbo de la música. Auténticamente delicioso, adictivo y una lectura obligatoria para todo aquel que quiera conocer uno de los capítulos más excitantes de la música popular o iniciarse en cualquiera de estos grupos que ahora muchos dicen conocer. Una última recomendación, es necesario escucharlo con Mission Of Burma, Hüsker Dü, Black Flag, Beat Happening, los chirriantes Sonic Youth o el inconfundible tono de Mascis atronando mientras se devoran sus más de quinientas páginas. Simplemente brillante.

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