Concierto: Steven Wilson (Madrid) 16.09.2015

SETLIST: First Regret/ 3 Years Older/ Hand Cannot Erase/ Perfect Life/ Routine/ Index/ Home Invasion/ Regret #9/ Lazarus/ Harmony Korine/ Ancestral/ Happy Returns/ Ascendant Here On.../ Temporal/ The Watchmaker/ Sleep Together/ The Sound of Muzak/ Open Car/ The Raven That Refused to Sing/

No fueron precisamente pocas las veces que durante el concierto de Steven Wilson en Madrid miré el reloj y me saqué el móvil del bolsillo para consultar la cotización de valores NASDAQ (obviamente, es ironía) o, simplemente, tontear con él ante el soporífero concierto del que fuese cantante de Porcupine Tree, ahora elevado a deidad del nuevo movimiento progresivo de nuestros días. Y tampoco fueron pocas las veces en que me acordé del escritor británico Nick Hornby cuando éste relataba cómo se marchó, allá por los setenta, de un concierto de nada más y nada menos que Led Zeppelin porque el solo de teclado de John Paul Jones le aburrió mortalmente. Nick se largó a un pub a jugar una partida de billar y se metió una pinta entre pecho y espalda antes de volver al concierto de Zeppelin y descubrir, no sin mucho remordimiento, que se había perdido el solo de batería de Bonham y las extravagancias de Page con el arco del violín emulando a los Creation. En la noche del miércoles en Madrid hubo momentos verdaderamente tediosos, mezclados con algunos interesantes y otros directamente prescindibles perpetrados por cuatro (sí, tan sólo cuatro) músicos de un nivel excepcional como las nuevas incorporaciones de Craig Bundell o el genial Dave Kilminster (a quien todos conocemos desde hace años gracias a sus clases y participación en Guitarist Magazine o acompañando a Keith Emerson y, por supuesto, a Roger Waters), el maestro Adam Holzman o Nick Beggs que, sin embargo e inexplicablemente, fueron incapaces de transmitir todo lo que debieran y hacernos alcanzar el clímax fuera de su perfecta, pulcra y académica interpretación, echando de menos a Marco Minnemann (a quien veremos por partida doble acompañando a Satriani y The Aristocrats dentro de poco en nuestro país) y ese genio loco y entrañable que es el virtuoso Guthrie Govan. Parece que Wilson, ahora más que nunca y totalmente equivocado, cree que puede intercambiar los músicos de su banda como piezas de un mecano porque en el pasado haya tenido suerte en la química que entre ellos ha surgido o simplemente porque otros muchos artistas hacen lo propio en su carrera en solitario pero es que estamos hablando de Minnemann y Govan y, ya que Wilson había conseguido la excelencia en directo con ellos, ¿por qué no intentar mantenerles cerca y ver cómo su propia banda crece junto a sus nuevas composiciones? Muchos me dirán que ambos músicos son geniales pero reemplazables (craso error) y otros me intentarán rebatir recordándome que ambos han preferido enredarse en sus propios proyectos a seguir con Wilson pero, ¿por qué ha sido así?

Mi crítica de su último álbum, "Hand.Cannot.Erase", no sentó nada bien a aquellos para los que Wilson es religión y lo entiendo pero era demasiada la tentación como para no desbaratar un disco que fue elevado a la categoría de clásico inmediato a pocas horas de su filtración y absurdamente comparado con "The Dark Side Of The Moon" (1973) de Pink Floyd. Muchos de aquellos que aseguraban sentir orgasmos místicos cuando escuchaban las nuevas canciones me tachaban de prepotencia por rebatir sus estériles y precipitadas sensaciones sobre un disco que, tan sólo siete meses más tarde, nadie es capaz de reivindicar como obra capital del subgénero progresivo frente al de los Floyd que, no solamente pasará a la historia de la música del siglo XX y de cabecera para millones de personas entre las que me encuentro, sino que permaneció -nada más y nada menos- que quince años en las listas; desde su publicación hasta el 88. Pero, claro, estamos hablando de Gilmour, Waters, Wright y Mason en auténtico estado de gracia, nada que ver con Steven Wilson por mucho que algunos de sus seguidores crean estar ante un astro capaz de competir incluso con lo mejor de la escena de Canterbury cuando muchos de los que la mencionan lo único que conocen de allí es el fantasma de Wilde y tan sólo es una referencia con la que llenar sus cabezas y estúpidas pretensiones de creer saber más que al colega o ligue que pretenden aleccionar entre copas.

Pero, ¿cuál fue el problema del concierto de Wilson este pasado miércoles en Madrid si tenía algunos buenos temas bajo la manga, unos músicos solventes y magníficos a sus espaldas y una audiencia tan entregada como para anunciar la victoria del partido incluso antes de haberse celebrado y reírle las gracias al, recién estrenado, monologuista falto de gracia en el que se ha convertido? El problema es él mismo; Steven Wilson es su mayor enemigo. Y es que, ahora que goza de mayor popularidad es justo cuando se ha creído su propio personaje pero, paradójicamente, es incapaz de llenar una sala ya de por sí pequeña -y con aforo reducido- a pesar de llevar las entradas meses a la venta y el promotor anunciar a bombo y platillo un "sold out" en ciernes que nunca llegaría a materializarse con calvas en la planta baja y la balconada cerrada a cal y canto. Volviendo a Wilson; actualmente resulta auténticamente insufrible verle sobre un escenario, completamente endiosado, moviéndose con impostada languidez y completamente descalzo como es costumbre, haciéndonos creer que su alma flota entre golpes de melena mientras aporrea su PRS o se desliza para sentarse en su piano absurdamente abstraído y embebido en su propia música como si de Geoffrey Rush interpretando a David Helfgott se tratase. 

No odio a Steven Wilson, le he podido ver en cinco ocasiones y he disfrutado muchísimo de algunos de sus discos, le he estrechado la mano y felicitado en dos ocasiones por el concierto que acababa de dar y seguramente sienta más por algunas de sus canciones que muchos de esos que se escandalizan cuando me leen pero he de ser sincero y actualmente no le soporto; me resulta muy cargante verle sobre un escenario llegando al extremo de creer que le sentaría estupendamente bien un descanso y recuperar a Porcupine Tree (a los que, por otra parte, llevó de la mano a un callejón sin salida con "The Incident" en el 2009) o una nueva formación en la que él mismo no tuviera tanto peso, fuese uno más y Steven Wilson se olvidase de tener que ser constantemente él mismo ante sus acólitos. 

Tras la larguísima introducción de seis minutos y "First Regret",  la actitud de Wilson sentado complaciente mientras Holzman marca el comienzo es abominable por presuntuosa y poco natural, el estallido de "3 Years Older" se agradece, la guitarra de Kilminster suena estupenda y nítida pero pocas veces he podido verle tan, tan frío y, a pesar de su genialidad, hay momentos en el desarrollo (justo cuando dan paso a Holzman de nuevo) en los que la canción se convirtió en todo un aburrimiento. Por suerte, "Hand Cannot Erase" añade la nota pop (sí, porque sus estrofas -por mucho que le duela a la comunidad más prog de internet- es, tan sólo pop; de buen gusto pero pop) y, claro, es la más seguida por el público que se lanza a inmortalizar el momento con sus smartphones mientras el promotor o el personal de la sala (tanto monta, monta tanto) les pide, por favor, que los guarden en sus bolsillos y no hagan foto o vídeo alguno por orden directa del artista.

"Perfect Life" en directo es completamente prescindible y aburre por pretenciosa y repetitiva (un crítico de cuyo nombre no quiero acordarme la comparaba con "On The Run" de Floyd, ¿sabría lo que estaba diciendo?), el hilo conductor de la historia de Joyce Carol no es suficiente para aquellos que no la conocen porque no les interesa demasiado sumergirse en ella y la pastelada en la que se convierte es abominable pero, por supuesto, es tan sólo mi opinión y el reguero de gente que acudió en desbandada a las barras a por bebida o aprovechó para ir a los aseos fueron imaginaciones mías, como cuando el chaval que estaba a mi lado me preguntó si sabía si el personal de la sala dejaba salir a fumar. "Routine" me gusta mucho por la sensibilidad que destila y la animación en la pantalla es tan emocional que atrapa pero, si uno tiene algo de memoria, entenderá que ya ha visto algo parecido en Wilson antes y es en los conciertos de la gira de presentación de "The Raven That Refused to Sing (And Other Stories)" (2013), álbum que, por ironías del destino, ahora parece haberse transformado en la madurez del artista tanto en estudio como en directo y nos sirve como ejemplo para apreciar lo poco que Wilson se ha arriesgado en cuanto a las presentaciones y escenografía en general de su nuevo disco. La parte central, un poquito antes del "in crecendo" es genial pero no consigue llevarnos a la cima y, de nuevo, Dave Kilminster sonando más aséptico que nunca. ¿Qué te ocurre, Dave, prefieres tocar el repertorio de los Floyd con Waters? Lo entiendo.

Adoro "Index" pero no me convenció y me di cuenta que quizá me gusta porque en ella Wilson suena exactamente como Robert Del Naja pero es justo reconocerle a Bundell que estuvo soberbio -aunque frío como un témpano también- y nos hizo disfrutar a muchos con su milimétrica pegada. Ni "Index", ni "Home Invasion" o "Regret #9" (a pesar del magnífico Holzman) lograron convencerme pero lo que terminó por rematarme fue la interpretación de "Lazarus". Gracias, Wilson, por lograr lo increíble; aburrirme con tu falta de entrega una de mis canciones preferidas de, los ahora hibernados, Porcupine Tree. "Harmony Korine" sonó gris y sólo con "Ancestral" logró elevarnos unos centímetros del suelo antes de volver a hundirnos con "Happy Returns" y no transmitirnos nada (dando igual que hubiese sonado el disco a través del sistema de audio de la sala) o acabar con "Ascendant Here On…" y el público a medio camino entre la fase REM del sueño y la incomprensible ascensión de unos pocos.

En la introducción de "The Watchmaker" siempre tengo la sensación de estar escuchando una mala imitación de Pink Floyd pero la canción en sí misma nos despierta un poco a todos después de esos minutos de plagio a oscuras. Una interpretación de nuevo muy fría pero de sonido cristalino y otra vez el recurso del velo entre él y el público. Tras "Sleep Together" la celebrada "The Sound of Muzak" de Porcupine Tree enciende los ánimos junto a "Open Arms" y el turno de, ahora sí, la estupenda "The Raven That Refused to Sing" para cerrar un concierto en el que la falta de contención consiguió que Wilson y su personaje produjesen algunos momentos verdaderamente aburridos para una sala muy lejos de estar abarrotada por mucho que algunos culpen a la lluvia, el miércoles en Madrid y el escaso buen gusto y cultura de aquellos que no conocen a Wilson, ni falta que les hace a tenor de lo vivido.

Por último, me resulta imposible no acabar esta crítica corrigiendo a Wilson cuando en una de sus intervenciones recordaba al público de La Riviera que había sido en Madrid en donde, precisamente, había vivido una de sus peores experiencias cuando tocó con Porcupine Tree en el Sonisphere del año 2010. Todo la sala sonrió compenetrada en comunión con él pero realmente desconozco cuántos de los que allí esbozaron esa sonrisa y le rieron la gracia estuvieron en aquel concierto o en alguna de las cuatro visitas de Porcupine Tree. Lamento contradecir a Wilson, Porcupine Tree eran y son un grupo minoritario y nunca se barajaron ni fueron reemplazo de los Heaven & Hell del todopoderoso Dio y la penosa actuación de Wilson y los suyos (que muchos me corregían afirmando lo contrario, supongo que antes de que ahora lo haya confirmado el propio artista) tuvo lugar con el sol de la tarde castigando el escenario principal y fue seguida con escaso interés por los allí presentes, ajenos completamente al grupo, como para estar haciéndole constantemente los famosos "devil horns" en su cara como éste aseguraba. Lo sé porque estuve en las primeras filas de aquel desaguisado y, por suerte, el grupo que salió a escena tras Porcupine Tree fueron los Slayer de Hanneman y Lombardo o unos revitalizados Faith No More con Mike Patton enloquecido y plenamente en forma para hacernos olvidar la penosa interpretación con el colofón final de "Blackest Eyes" y él mirando de reojo el reloj disimuladamente. Pena que el miércoles en Madrid no saliese ningún otro artista después de Wilson que nos hiciese olvidar la poca sangre de éste y el chiste en el que, poco a poco, parece estar convirtiéndose él mismo con toda su afectación, pose y desapasionamiento.

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